¿Es conveniente y saludable mantener alta densidad de fauna silvestre en espacios naturales que no tengan las características de acogida en relación con su espacio y permitan nutrirse a su población, según necesidades?
¿Por qué hay que esperar a un punto de inadecuado retorno y no ser más previsor en materia de regulación de especies cinegéticas y protegidas que muestran un estado poblacional catalogado de alta densidad, señalada como de grave incidencia social y económica?
Me refiero claro está a las formas empecinadas que ha exhibido en el pasado, de las que aún quedan rescoldos (quien tuvo, retuvo) en este caso nuestra administración regional, de hacer terapia a destiempo, con el problema avanzado yéndose de las manos, sobre una patología que no ha sido tratada debidamente en tiempo y forma. Algo que por sí mismo constituye un serio deterioro que bien pudiera afectar negativamente al estado salubre derivado de la consanguinidad y el hacinamiento de los animales silvestres, de forma especial las especies cinegéticas, que habitan en libertad nuestros espacios naturales y sobre aquellos otros sectores dependientes.
Recordemos a modo de ejemplo lo sucedido años atrás en el Sueve con el Gamo; la improcedencia de la sostenibilidad y fomento en la Reserva de un número excesivo de ejemplares de esta especie, conviviendo y compitiendo por la comida, aglomerados en un entorno cada vez más reducido, haciéndoseles hostil, dado sus volumen alcanzado en número de ejemplares, que se sabía desproporcionado e insostenible. De igual procedimiento en lo referente a las hembras de venado en zonas de especial querencia para estos ungulados. Por lo tanto, resoluciones aplicadas con retraso, a base de extracciones masivas, efectuadas en tiempo record. Una metodología como estrategia que no siguió el protocolo de la racionalidad.
Cuando lo delicado y comprometido del asunto alcanza “tintes” de notoriedad y ve “luz” en los distintos medios informativos, surge la mano tendida sin entusiasmo de las instituciones públicas obligadas a contracorriente a disminuir la conflictividad. Mientras tanto, no han hecho nada para impedirlo.
Las quejas vecinales, en este caso de ganaderos y agricultores, afectados por daños que produce el jabalí, en fincas ubicadas en el entorno de la Reserva Natural de Barayo (Valdés y Navia-Asturias), sistema ecológico de gran valor, es una síntesis de lo que ha venido aconteciendo y que aún perdura. Ha tenido que rectificar la consejería del ramo su primitiva intención de no autorizar la caza del jabalí, permitiendo batidas en momentos puntuales en un área tan sensible de su estado medioambiental, como es dicha reserva; lo ha hecho, una vez más, no cabe duda, forzada por la circunstancias, es de suponer muy a su pesar, ante la evidencia de unos hechos, y la fuerte y persistente presión ejercida, con apoyo de prensa y radio (sin ellos no sería posible esta concesión) que han tenido los damnificados.
Esto de Barayo, es un ejemplo evidente de las repercusiones que tiene el no haber actuado con rigor necesario en otros momentos, en lugares diferentes, por distintas causas, cuando procedía, es decir regular la proliferación de este suído a través de su aprovechamiento controlado que produzca reducción de daños, allí en donde sea preciso, olvidando rancios complejos contra los cazadores. Ahora en Barayo, la prioridad es reducir sustancialmente los asentamientos jabalineros con el beneplácito de la administración. Si se hubiese dejado a los cazadores hacerlo con criterios racionales de extracción, cuando procedía hacerlo y no a destiempo, las discrepancias de los lugareños afectados hubiesen sido de tono menor o inexistente.
Tiene bastante similitud lo ocurrido con el Gamo y las hembras de Venado. Dejar crecer la fauna salvaje hasta límites insostenibles, no parece sea lo adecuado. Las consecuencias negativas que se derivan de este proceder, están a la vista de todos.