La necesidad de ajustar la superpoblación de este prolífico mamífero roedor, requiere en la actualidad de medidas preventivas de gestión y aprovechamiento, sin veda ni tregua, (en algunos sitios se permite su caza todo el año), en evitación de los considerables destrozos causados en los cultivos, por el dinamismo que profesa en sus hábitos alimenticios, de que hacen gala los individuos de sus numerosos colonias.
Con el fin de contribuir con nuestra modesta aportación a un proceso de descaste y regular a cifras tolerantes su densidad con la oportunidad que nos han concedido de practicar su caza, nos trasladamos un pequeño grupo de cinco cazadores asturianos hasta pagos toledanos con estas finalidades.
Viaje cómodo y suficientemente entretenido. Llegados sin novedad al lugar fijado de nuestra meta, pronto contactamos con nuestros postores, de quienes recibimos de forma muy amable las instrucciones pertinentes. Teniendo en cuenta estas premisas, se organiza la estrategia a seguir para el día siguiente: jornada de caza. Cena agradable, sobremesa distendida y enriquecedora, llena de anécdotas y comentarios sobre la actualidad cinegética, nos llegaba la hora prudente de retirarnos a descansar, pues las cinco de la mañana era la hora señalada de levantarse.
Todo previsto y bien preparado, en píe antes del alba; amanecía con nubes grises en el firmamento; el horizonte cargado de negros nubarrones presagiando tormenta o aguaceros, suponía el panorama que avistábamos en nuestro tránsito rodado, por las polvorientas sendas y vaguadas, limítrofes con tierras de secano, regadío y olivares, excelentemente trabajadas, bien rotuladas y plantaciones en perfecto orden simétrico. Animados como nunca, pero dubitativos por lo que se nos podía venir encima, iniciamos nuestra andanza a expensas de lo que el cielo tuviese a bien enviarnos. Con esta incertidumbre nos decantamos por probar fortuna, rogando poder establecer un armisticio con la climatología, que nos permitiese batirnos en “buena lid” con las planicies y pequeños desniveles de aquellos terruños que, en caso de lluvias copiosas, se convertirían en auténticos barrizales. Afortunadamente La mañana se abría, la nubosidad parda, poco a poco se evaporaba, permitiendo a la bóveda celeste ofrecernos una de sus mejores versiones. Un azul radiante nos inundaba. Parece que habíamos sido oídos en nuestras peticiones.
En el transcurso de nuestro acercamiento al área de caza determinada, una emotiva sensación nos embargaba al contemplar la abundante densidad y variedad de especies de caza (inusual para la órbita de este cronista), de las denominadas menores. Orillando los caminos rurales, también en ambos lados en profundidad, por donde transitábamos en dirección al cazadero, las perdices nos recibían con cierto “pavoneo”, sabedoras de que no era su turno; abundancia de “rabonas”, fantástico corredor que, una vez detectada nuestra presencia, asustadas y precavidas, abandonaban su encame, poniendo tierra por medio con la velocidad que las caracteriza; conejos en estado puro silvestre, objeto de nuestros deseos, correteaban entre las “jarillas”, rumbo a su madrigueras, recelosos del el ronco ruido que producían los motores de nuestros vehículos. En fin, ante este panorama de buenos augurios, nos permitíamos albergar esperanzas y renovar constantemente nuestras ilusiones de tener un buen día de caza.
Escopetas al hombro, cananas repletas; formada la mano de cinco, más el guarda acompañante, avanzábamos entre los riscos matosos, con la fiel compañía e inestimable ayuda de tres perros (Pointer, Braco y Jagdterrier) “lugareños” muy avezados y con formación en esta modalidad de caza. Pronto sonaron los primeros disparos que, en un periodo de cuatro horas aproximadamente, bajo el sol plomizo, con intervalos para calmar nuestra sed, con alguna que otra dificultad, dado lo tupido y enraizado de la zarza crecida a nuestros pies, nos hizo lograr, de forma satisfactoria, una buena percha, aunque no la esperada. Este animal raramente sale al claro, busca su defensa en la complicidad de la espesura del monte y su constante zigzagueo, que le hace imprevisible en su trayectoria, cuestión esta que, en lo que a mí representa, poco menesteroso ern estas eventualidades, me hace errar más de lo debido. El fuerte calor reinante, en su máximo apogeo, (37º en plena campiña) intimidaba apretando, debilitaba las fuerzas de nuestros perros y las propias.¡; en evitación de males, hora de retirada, buscando el abrigo de una buena y deseada sombra y la reposición de fuerzas a través de la degustación de unas sabrosas viandas, agua fresca y buen vino, muy propio de la comunidad manchega.
Es la hora posterior al descaste, quedando cerrado nuestro ciclo de actuación y permanencia, con una interesante conversación, muy ilustrativa del joven, pero experto gestor del acotado, quien nos hizo un repaso somero e integral del actual ordenamiento cinegético que se sigue como seña de identidad de una inteligente y eficaz explotación (sin presiones conservacionistas ni otras “monsergas”) de estos recursos naturales, de forma compatible con el medio ambiente. Una racional y sostenida caza, de primerísima magnitud social y económica que permite al sector rural e industrial comarcal beneficiarse del dinamismo que genera en sus feudos esta actividad.
Es el momento de la despedida, no sin antes de las gracias y agradecer el trato recibido y las muchas atenciones que nos han prestado. Quedamos emplazados, si ello es posible, para otra oportunidad. Desde siempre se ha dicho que, la caza ejercida de forma cívica, responsable, sin egoísmos, es un elemento de cohesión social, que permite ahondar en la amistad y en las relaciones humanas. A quien se lo escuché decir, creo que tenia razón.