Desde la peculiaridad que
representa la atalaya reivindicativa de este blog, del que me he dado en
servir, considero conveniente referirme de nuevo, según mi estimación
particular, compuesta de matices con rigor reflexivo (es mi deseo), sobre el ocaso definitivo que se avecina para una
especie de singular belleza, porte y distinguido linaje, por la que siento una
especial devoción, cuando me refiero al urogallo cantábrico.
Se ha ido muy lejos en el abandono de su defensa,
circunstancia que le ha supuesto la
pérdida de varias generaciones. Las líneas rojas de la indiferencia, seguido con el desdén hacia este magnífico icono de la fauna silvestre asturiana, con el que tanto
nos identificamos una parte importante de nativos y residentes en esta tierra y de otras latitudes, se cruzaron haciendo que
sonaran todas las alarmas; hecho
sintomático, preludio de un manifiesto, advertencia definitiva de peligro a punto de
extinción.
En términos absolutos se le configura categóricamente como el
hermano pobre del Oso Pardo Cantábrico y
Lobo, ambos elementos, muy mediáticos, en los que se centran muchos intereses conformados en plataforma de destino de sustanciosas ayudas económicas dirigidas al mercado exclusivo de las subvenciones, en base a su recuperación. En esta corriente receptora de generosas dádivas no ha corrido el urogallo igual suerte. Ha sido el gran olvidado con tajante diferencia. El vértigo que produce el imparable declive en que se encuentra inmerso en perdida de ejemplares se incrementa a medida que disminuye
su población. Una certidumbre que certifica el fracaso de las instituciones
públicas y del ecologismo, en otro tiempo ausentes en la confección de
programas de trabajo tendentes a la conservación y rehabilitación de esta ave,
olvidada su estirpe y denigrada su condición de especie protegida desde 1979.
Las dificultades para que regrese a su casa de origen (punto
natural de partida y posterior reencuentro) para quedarse y
pueda tener tasas de crecimiento que admitan proporcionalidad en la demografía productiva que se requiere, desde mi modesta
opinión, son múltiples y condicionantes.
Levantar proyectos artificiales con intenciones de
perpetuarse como soporte solido en torno a la viabilidad del sostenimiento y
fomento del urogallo en la cornisa cantábrica, vertiente asturiana, resulta de
una enorme complejidad, máxime, si no han sido tenidos en cuenta factores de equilibrio
fundamentales.
Me refiero al exiguo acierto obtenido en los trabajos
llevados a cabo (intención, buena en sus fines), que no ha permitido afinar
la tecla exacta que evitase la adversidad
que ha supuesto la pérdida de un significativo, por importante, de un número de
polluelos de urogallo, nacidos en el centro de cría en cautividad del
equipamiento de fauna salvaje que el Principado tiene en el concejo asturiano
de Sobrescobio, como parte activa de un programa destinado a la conservación de
esta endémica sub-especie (urogallo común), inquilino venido a menos en grado de
habitabilidad, de nuestros montes de
A estos efectos, hubiese sido del todo necesario, la elaboración de estudios preliminares óptimos, solventes en su definición, indicadores fehacientes del estado actual del hábitat en el cual se desenvuelve esta gallinácea, como medida transitoria que evite
futuras e inadecuadas actuaciones referidas a restituir por la mano del
hombre en estos espacios naturales, de un determinado número de adultos, caso de llegar a
darse esta circunstancia, nacidos y criados
en cautiverio, que pudieran verse envueltos en un clima sórdido en territorios de novedosa y sorprendente hostilidad, peligrosos para su integridad, debido a su impericia en la
adaptación a un medio ambiental que le resulte desconocido.
Así las cosas, cabe preguntarse sobre la idoneidad de un posible estado
de degenerativo de estas zonas de acogida y mejor estancia la conveniencia de ser reparadas, limpiarlas de plantas
invasoras y otras impurezas, si así
fuese, como también la regulación de una
alta densidad de fauna silvestre depredadora
y, en momentos puntuales, en la
sobre-dimensión alcanzada por aquella
otra denominada cinegética, competidora en productos de nutrición, como
elementos nocivos que producen en
conjunción efectos devastadores en las nidificaciónes y por consiguiente en la
reproducción productiva que se requiere e incidencia perjudicial en el normal
desarrollo de los ciclos vitales y biológicos de nuestro urogallo.
Cuando el urogallo apuntaba maneras, denunciando con
dramática insistencia, el testimonio realista caracterizado de situación límite, que podría afectar a su total desaparición
pidiendo ayuda para su supervivencia, nadie consideraba la posibilidad de que la calamitosa
situación que estaba padeciendo a ojos vista, fácilmente interpretada, dado el carácter rutinario que
le identifica, cuestión que se presta y facilita la labor de su rastreo (la falta de
excrementos en las zonas de asentamiento tradicionales, lo denota), pudiera ser atajada y revertida
hacia parámetros de mantenimiento, control y fomento, que impidiesen su degradante decadencia.
Nada se hizo por aquel entonces y, de aquellos polvos, estos lodos.
¿Era necesario por pertinente intentar el proyecto de cría en
cautividad? Seguramente sí. Había que
probarlo y todavía no es tiempo para claudicar, aunque no quede tanto
tiempo para seguir cometiendo errores. Suponía para la administración, todo un
riesgo a que enfrentarse; una posibilidad que se abría para atacar una emergencia, encaminada a reconducir
y facilitarle vuelta a la naturaleza. Pero todo ello, condición indispensable, unido a los cánones que marcan la prevención efectiva, paso previo en el
acondicionamiento del hábitat del que es oriundo y dejado profundas raíces de
querencia.
Al respecto del cuestionado equipamiento, desde su anuncio y
puesta en marcha, ha sido objeto de diversos debates. Los antecedentes de igual
signo que figuraban en las estadísticas no auguraban nada bueno, aunque no
siempre, pues ejemplos hay que se contradicen. Se habían suscitado muchas dudas
sobre su viabilidad y rentabilidad y, no
por profanos precisamente. Parece que arrecian las incertidumbres sobre la
continuidad del proyecto en momentos delicados como los actuales.
Criar Urogallos en cautividad desde la práctica que otorga
una primera vez, a pesar del supuesto apoyo logístico recibido a referencias
del conocimiento ilustrado traído desde otros ámbitos con cultura y uso en esta
experiencia, no es una cuestión para hacer de ella “santo y seña” de un despropósito, si se
desprende que el éxito se ha hecho y se hace de rogar. El análisis de las razones, no
deberían ser sinónimo de una catástrofe mayestática. La decepción no es definitiva: aún hay espacio
para seguir avanzando en la investigación que nos permita hallar respuestas positivas
La tendencia demográfica del urogallo en plena naturaleza es
netamente negativa, pues la mortalidad supera a la natalidad. El índice de
supervivencia de los polluelos en su medio natural originario, según datos
suministrados en diversas publicaciones de las que me sirvo, por fiables, en una población sana, cada hembra saca
adelante una media de dos crías (de una puesta de ocho o diez huevos); aquí en la cordillera se sitúa por debajo del 0,4.
En síntesis, la creencia es que, el Jabalí y el zorro, en pleno auge de su
densidad, sin ser los únicos enemigos del urogallo, pero quizás los más
destacados por su condición de omnívoros deberían ser quienes más absorban la atención
de la culpa por la presión continuada que ejercen en huevos y pollos,
cuando de alimentarse tratan. Se abren
otras creencias con visos de fiabilidad expuestas al aire de la información,
referente a la meteorología, (lluvias intensas y nevadas tardías, consecuencia,
tal vez, del cambio climático), el hostigamiento de carnívoros; a la
densidad de herbívoros, si es elevada, compartiendo alimento, en concreto por el arándano,
nutriente, entre otros, de una gran importancia en la dieta frugal del
urogallo. Pero, sobre esto último, hay opiniones encontradas, lo cual quiere decir que existen discrepancias provenientes de una
incorrecta apreciación de los especialistas.
Otras derivaciones, efectuadas por destacados investigadores
de la vida silvestre, mencionan aspectos cualitativos empleados en la gestión del terreno en las
zonas de colonización del urogallo en la vertiente leonesa, Reserva Regional de
Caza de Los Ancares (León y Lugo) que
dicen de su uso y composición, posibilitan una población de urogallos más
estable y resistente que la asturiana.
Tampoco la caza queda fuera del ámbito de estas afirmaciones.
Es una equivocación, tal vez efectuada por ignorancia de quien o quienes las
hacen. La caza es un ejercicio deportivo, a la que se le suman con pertinaz
dedicación acusaciones adornadas de
adjetivos calificativos disonantes.
No ha tenido la caza, la bondad de su práctica, la responsabilidad que se le añade
en esta amenaza de extinción del
urogallo, conviene decirlo. El cazador
honorable, la inmensa mayoría, es sinónimo de respeto a las reglas de
juego establecidas. Conviene sin embargo hablar del furtivísmo, práctica nociva, compañero de viaje en las referencias
causantes, nada que ver con la caza y el cazador, pero que ha actuado antaño
con una metodología delictiva trascendente.
¿Cuál es el futuro para la tan citada especie? Sombrío
panorama el suyo. Me llama la atención la falta de investigación con
anterioridad, motivo de numerosas razones, elemento clave del despropósito denunciado
como mecanismo destructor fehaciente que debiera de haber aportado el conocimiento
real de las causas originarias de su involución y posterior solución, lo cual permite pensar que, en este asunto, por acción u omisión hubo
una total negligencia,
Desde diversos colectivos ecologistas, muy concienciados en
el tiempo actual con este tema (no se había dejado oír su voz), se registran otras
expectativas al replantearse nuevas estrategias de acción, ante lo desfavorable
de la situación y sus consecuencias. Se pide el abandono del precitado proyecto
(aún reconociendo la validez legítima y la aceptación consensuada de su puesta
en marcha), como vía alternativa hacia
un nuevo protocolo de actuación, centrando esfuerzos fundamentalmente en trabajos
de campo, tendentes a la mejora de los espacios del habitat exclusivo en que se
desenvuelve (es lo que se tenía que
haber hecho y no empezar a construir la
casa por el tejado), cuestión en la que coincido, no tanto en la recuperación
de arandaneras como se argumenta, pues no me parece este el motivo clave que
obliga, y, sí, la regulación (se hace muy necesaria) a parámetros sostenibles,
de los depredadores que conviven en el entorno de sus distritos.
Por todo ello y seguramente más, cabe decir que se ha llegado muy a destiempo y ello es sinónimo
de gravísimas consecuencias.
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