Hubo un
tiempo en que tener un urogallo disecado, bien al natural, o en urna de
cristal, suponía ser un claro signo de distinción exhibir como elemento
decorativo en recibidores o despachos de algunos profesionales, dada la
espectacular belleza morfológica que lucen y el carácter emblemático que poseen
como icono de la naturaleza asturiana.
Es posible
pensar con juicio que, en torno al Urogallo Cantábrico, existiese un mercado oculto demandante de esta
especie. Supuestamente han sido muchos los machos de esta especie, en menor
medida hembras, que se han hecho llegar de forma fraudulenta a determinados
lugares, de lo que se podría deducir, sin certificación alguna que haya acreditado
el permiso de su caza autorizada-
En relación
a la supervivencia de este pájaro, ya
hay voces acreditadas, que se intuye no
conceden a la caza ortodoxa la culpabilidad absoluta del estado de inanición en
que vive el urogallo en relación con su declive demográfico. Sobre este asunto debemos los cazadores
congratularnos por el cambio observado en las tendencias que desde siempre
fueron incriminatorias, lanzadas desde posiciones conservacionistas de sesgo
sectario hacia nuestro gremio. Acreditados investigadores, estudiosos
del comportamiento de los urogallos, invocan otras causas relativas a actitudes
sociales (evitan pronunciar de su argot critico la palabra caza), autoras de
los graves perjuicios por los que en la actualidad padece este ave, siendo atribuida la delicada
situación actual, entre otros elementos
colaboradores, tales como la fragmentación del bosque, especialmente en la
construcción de pistas forestales, entre
otros.
Debemos entender que esta ave, especie secular
residente en los montes tras la cordillera cantábrica, valor patrimonial de
nuestra fauna, querido y admirado por los nativos de estas tierras, fue, hasta
hace tiempo ya (40 años, en que quedo abolida su caza en Asturias), objeto de
aprovechamiento reglado, en orden a su densidad, por su condición de fauna cinegética en aquel entonces.
Tener la
oportunidad de poder realizar un lance a este gallo montes, nunca ha sido
fácil; concurrían en el intento muchos factores a tener en cuenta. Era dificultoso
hacerse con un permiso que facilitase su caza en los montes asturianos de su
hábitat, si se tiene en cuenta las bajas licencias que se concedían para
extracciones autorizadas y el costo económico que suponía en todo su conjunto abatir o intentar cobrar
un ave de tan señaladas características, quedando normalmente solo al alcance
de cazadores de rentas altas.
Aquel agraciado cazador que lograba hacerse
con uno de estos permisos, seguramente no le “arrendarían las ganancias”.
Precisaban de una buena condición física que les permitiera transitar de noche
por terrenos abruptos, compuestos de arbolado y fuerte maleza, hasta llegar,
despuntando el alba primaveral, a
situarse cercano al cantadero. La sutileza del cazador y el guarda acompañante en
momentos de verdadero éxtasis del gallo, cumpliendo el ciclo y las formas de su
periodo nupcial, serían decisivos para obtener el logro que se perseguía. Los
resultados eficaces no siempre eran los adecuados. La cordillera cantábrica
tiene como añadido, en época tan señalada, la componente de unas condiciones climatológicas
en donde las lluvias se precipitan con asiduidad, incluso, pudiera darse el
caso de la visita de nieve y granizo,
con aportación de nieblas que se hacen intensas y expensas, circunstancias que
dependiendo de lo que acontezca, pudiera ocasionar la suspensión del permiso y,
por consiguiente, la cancelación del mismo.
No salen a
la luz pública datos reales elaborados sobre estadísticas fidedignas que
indiquen el número oficial de ejemplares abatidos en el transcurrir de los años
hasta 1.977, fecha en que se dio por prohibida su caza. Nos valemos por lo
tanto de puras especulaciones, consecuencia de la obtención de datos parciales
que con imaginación nos permiten acercarnos a una realidad lo más objetiva
posible.
Hubo un
hecho que entiendo es preciso destacar, referido al cazador que ha conseguido
en aquel periodo anterior a 1977, cobrar
una pieza de esta especie. Por las referencias que tengo y guardo en mi memoria,
la inmensa mayoría de cazadores con permiso para celebrar estas cacerías, solían
estar en disposición económica suficiente para poder afrontar los importantes
gastos que suponía abatir un ave de estas características. Nombres propios de
oligarquía social, política y financiera. Escaseaban los permisos. Es decir, no estaba esta posibilidad al alcance de
todos. Por eso, una vez conseguido el objetivo, con la pieza en el bolsillo, esta
pasaba a la colección particular de trofeos de caza del cazador que había
procurado su muerte. Lo cual quiere decir, por si no me he explicado bien, que si había mercado al por mayor con visos
de ilegalidad la procedencia tenía que tener por lógica otros orígenes.
Pensemos bien y acertaremos
En este sentido habrá que hacer una salvedad. En
Asturias, no siempre ocurrió así; mientras la Sociedad Astur de Caza,
entidad pionera de la caza social en
este territorio, se mantuvo fuerte y activa, año 1977 anterior a
su lamentable declive posterior a esa
fecha, cazar el urogallo en los cotos que gestionaba era factible (teniendo presente su densidad y la influencia
negativa que pudiera derivarse de un aprovechamiento no ajustado) para
cualquiera de sus asociados, personas con distintos niveles económicos.
Entiendo,
por tanto, que la procedencia de muchos
de estos gallos monteses, adornantes de vitrinas en suntuosos espacios, es
posible pensar, no lo haya sido en su totalidad como consecuencia de un
aprovechamiento autorizado. Solamente una razonable cantidad aparentemente han
sido extraídos con toda la documentación en regla, habilitados a estos efectos
lícitamente sus captores, pasado a engrosar la personal colección de trofeos de
caza.
Ni en el pasado, ni en el presente la caza regulada
ha tenido nada que ver con el penoso declive demográfico de esta esbelta
gallinácea. Han influido e influyen
factores determinantes que salen de continuo a la luz pública. Culpabilizar a
la caza del riesgo de extinción en que vive de forma permanente este animal, es
una imputación insostenible propia de un sectario maledicente.