En España es la pasión cinegética más extendida y popular; se puede decir, sin temor a equivocarse que esta tradición representa el gran soporte de la caza en Asturias. Se iría todo al traste, me refiero al grado de participación social que rige actualmente en nuestra Comunidad, en cuanto a la caza se refiere, al menos para un sector mayoritario (de economía modesta), si esta especie volviese a tiempos pasados, en los que se encontraba prácticamente desaparecida de nuestros montes. De la importancia de su caza, del dinamismo que origina esta actividad, son beneficiarios una amplia gama de sectores industriales y organismos públicos. Por lo tanto el jabalí, es el gran valedor ¡quien nos lo iba a decir! de todo un sistema social y económico; velar por su mantenimiento es hacerlo por nuestros propios intereses. Un retroceso importante de individuos de este ungulado, supondría el abandono cuantitativo de aficionados a esta modalidad venatoria, poco dispuestos a persistir en el empeño de realizar un ejercicio de escasa rentabilidad, acostumbrados como están a obtener resultados contundentes en forma de capturas. Si se llegasen a dar estas circunstancias, tendría serias repercusiones de graves consecuencias sobre la variedad de numerosos negocios, de ámbito local, que sufrirían una cuantiosa caída de sus ventas. Por la transcendencia de su sostenebilidad, deseemos buena salud y larga vida a este animal.
Personalmente es el jabalí la pieza de caza mayor, cuyo lance y cobro, por sus connotaciones, más satisfacción me produce. Si se creara una valoración entre los aficionados a la caza cual es la preferencia de la especie cinegética más deseada, la respuesta, no tengo dudas sobre ella, sería mayoritaria en favor de este cauto y esquivo animal montaraz. Abundan las razones que contribuyen a establecer este criterio; nacen de la propia y muy especial idiosincrasia de esta especie, gran superviviente debido a su extraordinaria capacidad de adaptación a cualquier circunstancia y terreno; poseedor de unas cualidades sensitivas de fino oído y nariz, fortaleza, astucia, agresividad y una gran inteligencia que le ha permitido consolidarse y expandir su densidad en las últimas décadas colonizando espacios impensables.
Con respeto a otro tipo de fauna venatória (corzo, rebeco, venado, gamo, cabra hispánica Muflón, etc.) el jabalí marca una tendencia de encontrados deseos. Su carisma transmite pasión y ello hace que la posibilidad de su aprovechamiento tenga una gran cantidad de incondicionales. Han pasado los años siendo participe directo en lances y a pesar de ello, no ha decaído ni un ápice mi ilusión por su caza. Una voz de alerta de alguno de nuestros monteros durante el transcurso de una cacería, informando haber detectado la presencia de jabalíes, es motivo para que mi ánimo se enardezca y vibre con la emoción. Es difícil narrar las sensaciones que produce la inminente llegada al puesto de uno o varios de estos ejemplares. Sumido en la tensión del momento, debidamente concentrado, la vista en todos los lados y el seguimiento del ruido que produce en su huída a través del denso bosque o en la espesura del matorral, ante el fuerte acoso de los perros, hace que se genere en el organismo del “esperista”, a medida que avanzan los acontecimientos que se prevén, una paulatina y progresiva alteración de su ritmo cardiaco y una preocupante carga de responsabilidad ante el desafío inminente que se va a producir.
No es fácil de abatir, lo sé por mi propia experiencia y escenas vividas de mis compañeros; acosado el suido, su evasión hacia la supervivencia la hace ofreciendo las mínimas posibilidades de éxito para el cazador. Falto de alzada, en especial si no es lo suficientemente adulto, casi siempre viene enmontado a los puestos, dificultando en las batidas o monterías la precisión de los disparos; reacio a espacios abiertos cuando es perseguido, solamente lo hace si se encuentra muy presionado para salir airoso del trance a que ve sometido. La singularidad de su tosca figura, alejada de la gracilidad y belleza de los cérvidos, la importancia del preciado trofeo de sus colmillos, la impronta de sus hábitos y costumbres, verdadero azote de campesinos por los daños que produce en sus cosechas, forman una unidad en su conjunto como elemento de distinción que le acreditan en su candidatura a ser proclamado como “hecho diferencial” y objeto del deseo de un sinfín de aficionados a la caza.