Inevitablemente, la caza, si de contexto se trata, se hace necesario resaltar como principio de su manifiesto, la singularidad de su práctica, pues no se debe olvidar que el hombre, hace uso de un arma de fuego, como medio eficaz que le permita ser resolutivo en el logro de sus fines venatorios. Una circunstancia que la distingue de cualquier otra especialidad deportiva y que obliga necesariamente a extremar la prudencia y al tacto de su empleo.
De forma oficial, al menos en nuestro país, debemos considerar la cinegética, para mayor estimulo de sus detractores, como un deporte (en este sentido, es la oficialidad la que manda) No solamente por el mero hecho de su actividad física, cuestión que no implica necesariamente guardar esta consideración, sino por el carácter competitivo, nada edificante, que se le ha venido a dar bajo los auspicios de la Federación Española de Caza, verdadero órgano impulsor y gestor de normas y reglas disciplinarias preestablecidas, dentro de un estado participativo voluntario, que tiene como objetivo central la supremacía individual o colectiva. Es aquí, con estos nuevos métodos que mancillan los valores inviolables que han constituido y caracterizado a la caza, distintos y distantes del estilo ético pos-primario, en donde adquiere y se le otorga rango deportivo.
Por el contrario, frente a esta tesis oficialista, existe una corriente de opinión, muy extendida entre cazadores avezados, de larga trayectoria, que tratan de restar y minimizar la pérdida de identidad del ejercicio cinegético, en cuanto a su concepción, con exposiciones contundentes sobre la caza que constituyen un valor añadido a la afirmación que la caza, solamente es eso, caza. No le encuentran otro sentido, pues la caza no es un juego, ni nunca ha sido una competición. Otra cuestión es que por intereses comerciales, de patrocinio publicitario de empresas, quizás por conveniencia, desde la propia Federación Española de Caza, se maquille su significado y forme parte como una más de las numerosas disciplinas deportivas que configura el Consejo Superior de Deportes.
De todas las formas, conviene decir, desde mi punto de vista, que algo de deportivo tiene la caza, sino en su concepción, si en la forma de ejercerla. En cualquiera de sus modalidades, excepción de los ojeos, contra-pasas, aguardos, caza de la Perdiz con reclamo, donde impera la ley del mínimo esfuerzo, la caza es puro ejercicio físico. Es muy importante estar en buena forma para ejercitarla y que nos permita vencer con solvencias la dureza del terreno para acercarnos a las altas cumbres y majadas, si de caza mayor se refiere y las largas y duras caminatas detrás de nuestros perros de pluma en pos de la misteriosa y esquiva Arcea o la quebradiza Perdiz. Ello solamente se consigue, bien por el entrenamiento cotidiano o por su propia práctica. No debemos, por tanto, desechar íntegramente la posibilidad de aceptar que la caza, también tiene un componente deportivo.
La caza ha sufrido mutaciones graves en su ideario más representativo, que a pesar de todo, no le han impedido guardar a buen recaudo, en lo más profundo de su ser, el sentido primitivista de su concepción. Aún son muchos los aficionados que gustan de la esencia de su práctica, sin otras limitaciones que las normas legales establecidas, la propia condición física del individuo, y aquellas otras que la naturaleza le pueda señalar.
A veces sobre la caza se vierten opiniones subliminales, de escasa objetividad real. No deberíamos caer en la tentación de contextualizarla y elevarla a rango que no le corresponde. En cuanto a que la caza guarda un alto grado de afinidad con el arte, es una gran verdad (afirmación que no siempre ha sido rebatida con eficacia), por su visión de la estética, habilidad, destreza y estilo, valores de los que no debe adolecer, como premisa, todo buen aficionado que se precie de serlo y llevar en su bagaje.
