La condicionalidad primaria de la actividad cinegética, tiene
en sus fueros internos caracteres de interpretación y formación notable para el
cazador residente en el medio rural, aspectos que le distingue en cuanto a una inquietud
sobrevenida en la valoración sensible de
lo que acontece en el espacio natural en el cual se encuentra integrado.
Entiendo que no es mi
apreciación un criterio equivoco. Es la consecuencia de una observación
normalizada constatada a través de mi actividad en la caza, motivo de una
enriquecedora relación personal continuada y extensa a través de los años que me ha ayudado a
entender ciertas claves y coordenadas de aquellas personas que tienen sus vivencias
ocupacionales y emocionales en tan marcado escenario natural.
Lo cierto que a mí me parece, es que, la habitabilidad ciudadana en núcleos
rurales en donde la orografía configura un paisaje cercano de variante
construcción y exposición, es una de las razones que fideliza en determinante reconocimiento al hombre con el
espacio ambiental, una integración de sentida y especial sensibilidad; ángulo perceptor diáfano de lo que acontece en
su medio, seguramente la raíz que le hace sentirse más afín a la especial
idiosincrasia que emana del ecosistema en donde la diversidad de la fauna y
flora silvestre representan el eslabón
que les une.
Resulta obvio entender esta fusión, por otra parte
inalterable. No existen influencias externas. Es la consecuencia que emana de
una fuente, cuyo caudal crece y se desarrolla discurriendo a través de la coexistencia en áreas pertenecientes al
agro-sistema. Los usos y costumbres de una fauna, cinegética y protegida,
forman parte del paisaje en perfecta armonía y entendimiento con el hombre del campo, atento y observador
siempre, de cualquier atisbo de
movimiento que se pronuncie en su entorno.
La ciudad ha sido y es
un centro neurálgico de integración compacta de la ciudanía. El cazador
afincado en el urbanismo, envuelto en el laberinto dinámico de la ciudad, no es reciproco en todo, en la interpretación noble en consonancia con
su homónimo campesino, aunque no ajeno,
de una clase de escenas de supuesta costumbre medioambiental.
Seguramente el cazador urbano tenga una percepción menos sentida, pero no será
la causa que le deshabilite de sentir profundamente su amor por la caza y los
animales. La distinción que dista radica en la sintonía colindante con el entorno
natural y la heredad generacional sostenible de una tradición en el ejercicio
de la caza, constituida de mayor arraigo e incorporación en el ámbito familiar
dentro del sector agrario.
La posibilidad de observar asidua y atentamente derivado de
la impronta que ofrece la cercanía, gana
enteros en el proceso de equiparación a favor del cazador con vivencias
directas en el campo, dada su permanencia, indicador real en el momento de
establecer un perfil, si acaso debiera concebirse más especializado en el
conocimiento y por tanto en la comprensión.