Honor es la cualidad que impulsa al hombre a comportarse de modo que merezca la consideración y respeto de la gente. Lo mejor que puede hacer un cazador es reafirmarse en su autenticidad como tal desde el consecuente debido respeto a otros idearios que le emplazan en posicion de ser censurado.
La caza parece cada día más doblegada a la evolución que ha experimentado nuestra sociedad, caracterizada por una visión contemplativa sublime de la fauna silvestre y la flora. Si hubiera que buscar los valores tradicionales de la caza seguramente los hallaríamos en la concepción y desarrollo de su impecable ejercicio, la fina sensibilidad de su práctica, en el que no deben de brillar con su presencia y estar exentos de su participación, quienes hacen del estilo ético que se requiere para cazar, algo distinto de sus principios.
El cazador, al tiempo actual, se encuentra ante un conflicto que afecta a su credibilidad, le rodea una problemática controvertida de intereses contrapuestos que alteran e inciden de forma negativa en su prestigio, generada por aquellos que le cualifican como un belicoso agresor a la naturaleza, obviando reconocer en justicia, quienes con tanta rotundidad se expresan, quizas lastrados por el seguimiento que hacen de un sectarismo de rancio contenido, tal vez por ignorancia, la valoración Justa y necesaria de la esencial parte contributiva que ha tenido la caza en la conservación medioambiental a través de la defensa y aprovechamiento sostenible de los recursos naturales (las especies cinegéticas también lo son).
Actitudes contrarias, incluso vejatorias, que van mas alla de la logica discrepancia, persiguiendo descredito para el cazador, que arrecian en improperios estereotipados nada edificantes, tratando de mancillar su honor sin conseguirlo del todo y sobremanera especial, clasificarlo conceptualmente fuera del fundamento del que hace el bien, pretendiendo situarlo frente a un escaparate público en el que ser observado, contemplado como una “rara avis”, cargado de funestos despropósitos y recriminado por la acción de su ejercicio.
El cazador siente amenazada su libertad de cazar; para evitarlo, debe de reinvertir la tendenciosidad de las acusaciones insustanciales que recibe de quienes así le tratan y las consecuencias que producen. En su mano esta en dar a conocer a la sociedad que no ceja ni cejara, en mantener lazos de unión armoniosos, fructíferos con y para la naturaleza en todo su conjunto.
Bien es cierto que entre nosotros los cazadores, “no todo el monte es orégano”, tenenos elementos extraños y discordantes incrustados en las filas que llevan a cabo actos nocivos, perjudiciales para la caza por lo que representan contrarios a su buen ejercicio (sirva este ejemplo como autocritica), que nos hace sufrir y soportar de envites indecorosos, agresiones que descapitalizan su honra bien ganada. Una situación de facto, difícil de erradicar su comportamiento, que permite ahondar más si cabe, en el distanciamiento hacia la necesaria e imprescindible comprensión de una actividad responsable por aquellos que la consideran innecesaria e injustificada, que no repararan en medios hasta conseguir su prohibición.