La cuestión es: saber, querer, poder distinguir entre el fondo y las formas.
En
numerosas ocasiones he trasladado a los lectores de este blog, mi pensamiento
sobre aspectos generales que afectan directamente a la actividad cinegética en
nuestra comunidad. He sido discrepante e incluso con críticas acidas enmarcadas
en la conceptualidad del debido respeto a las personas en momentos en que he
considerado haya sido oportuno hacerlo; me refiero en caso concreto con
aquellos regidores de nuestro sistema del ordenamiento y gestión cinegética, poco o nada afines, según “voz populi”, entre los que me incluyo, a demostrar un carácter integrador (el gremio
está muy dividido) y de buenos servicios hacia nuestro colectivo, amén de otras
circunstancias que han hecho del sector un elemento meramente subsidiario, gestionado
en su orden por funcionarios y cargos políticos en gran medida carentes de analogía
y conocimiento de lo que realmente es y representa la caza.
La caza
necesita en las instituciones públicas de cazadores con experiencia y cultura probadas
que den sentido práctico a su gestión
y ordenamiento. Se da la paradoja que ciertos responsables a quienes
incomprensiblemente en otro tiempo, aún no lejano, se les había
encomendado de tales responsabilidades, han sido reconocidos activistas del ecologismo en
nuestra comunidad con sólidos principios de sus tesis conservacionistas.
Situación surrealista la que se produjo
de claro contrasentido
Las razones que me animan a escribir este
artículo no se relacionan de nuevo con
la diatriba hacia lo mismo. Habrá que volver a la carga, muy posible en otras
circunstancias que se consideren alevosas para el gremio de los cazadores,
cuando se produzcan, si es que se producen. Indudablemente todo es susceptible
de mejora; nada es perfecto y, algunas veces, por acción u omisión, las cosas no resultan
como debieran. Es cierto que la función pública, cuando nos referimos a la
actividad cinegética no da la talla en la medida que se requiere, ofrece demasiadas lagunas sobre una más y
mejor implicación en la defensa de los cazadores. Antecedentes tenemos.
En las refriegas
de caza que se sirven en diversos
medios temáticos, se procede con cierta frecuencia a efectuar penosas
descalificaciones buscando la denigración de la persona a quien van
dirigidos. Es la contaminación del mensaje por el exabrupto, de la razón por la
sinrazón. Que se infiera al destinatario a quien se cursan estas maledicencias
incendiarias, la consideración de ser la persona más incapaz que exista en
nuestro país, otorgándole el dudoso honor de haber destruido la fauna silvestre
asturiana, es algo que, por sus propio peso, no se sostiene; más que nada, porque no es
verdad (nunca hubo en Asturias tanta fauna conceptuada en la modalidad de mayor),
puesto que entre otras razones, obvias
del todo, aunque hubiese querido, no ha tenido tiempo para ello
El tono febril empleado sin misericordia por el
sujeto increpante, guarnecida su identidad tras unas siglas, merced a las
posibilidades que le permite la tramoya de las redes sociales, el cual, desde el arma de
su lengua, hace acopio y vierte un amplio catalogo de adjetivaciones
sustantivas con un alarmante falta de decoro cívico; descargas indestructibles
en la red que bien le pudieran comprometer y pasar dificultades a poco que se
esfuerce la damnificada, si decidiese emprender el camino de los tribunales, en
lo que yo considero sería justa defensa de su honorabilidad personal.
No es mi
intención actuar aquí y ahora de sostenedor lisonjero u abogado defensor del
cargo público que ha sufrido de estas intemperancias verbales, cargadas de odio
personal (es lo que se deduce); solamente pretendo resaltar lo perjudicial que
resulta para la caza este tipo de manifestaciones que distan mucho de ser una
realidad objetiva. Me temo que el inductor de estas afirmaciones, intuyo, si
estoy acertado en mi apreciación, supuestamente le delatan sus iniciales, sea
un viejo conocido de la afición, muy clásica su presencia en actos de promoción
de cualquier aspecto comercial que se relacione con la caza, dejando siempre al
descubierto con su actuación teatral, la
impronta irascible de sus fobias personales.
No he
tenido inconveniente en circunstancias que entendí lo requerían, mostrar mis
desacuerdos, sin perder las convicciones en las formas (hay materia suficiente
en el directorio de este escribiente que así lo acredita) hacia las actitudes
ejercidas en relación con la caza. Lo
resalto, con el objeto de que conste una vez más, la verdadera necesidad que
tenemos los cazadores de estar mejor informados y mayormente atendidos en
nuestras pretensiones; es algo que le apunto al debe de los profesionales
públicos de la política cinegética en esta comunidad.
De lo que
se desprende, no me cabe la menor duda, se debe interpretar lo que para mi es una acción desmesurada
del autor de los agravios; de hacer de la supuesta defensa de la caza asturiana
un móvil ficticio como estrambote determinado de una historia que le permita
proyectar su rabia e inquina personal. No hará falta pensar a fondo, una vez sea conocido el paño que nos vislumbra a que se
ha debido.