Asturias
puede llegar a convertirse en tierra de
abastecimiento de lobos para otras
comunidades del estado español. Alcanzar una densidad importante de este cánido
en nuestra comunidad es uno de los puntos de inflexión de grupos ecologistas
defensores a ultranza de la existencia
de una cabaña lobera abundante; ideario del que han sido fieles seguidores
nuestras instituciones públicas, paso previo garante que permita extraerlo e introducirlo en áreas de
formación muy concreta, como especie
invasora, sin menoscabo en su nivel poblacional de su lugar de origen.
Si ese es uno de los objetivos de los conservacionistas, tal
y como se ha dado a entender por algún que otro acreditado miembro de
organizaciones que llevan en sus programas la sostenibilidad y fomento de este
poderoso carnívoro, se deben de
considerar aspectos fundamentales de lo que supone el costo para el erario
público, el mantenimiento de una
situación creada, con visos de anómala, dada su composición, de gravosa
influencia en el perjuicio que ocasiona al ganadero en sus animales domésticos
la acción destructora del lobo,
El lobo, en la comunidad asturiana creció y se desarrolló
procreándose activamente por mor de un proteccionismo exhaustivo de la
administración, hasta ahora siempre dispuesta a frenar o impedir efectos extractores,
minimizando o evitando sus capturas. Las
acciones llevadas a cabo (un enmascaramiento) que determinasen un retroceso
involucionista, significado de una regulación eficaz, carecieron en momentos de
actuación de un dispositivo táctico adecuado, que bien pudiera haber sido
premeditado, pues las formas empleadas, supuestamente a sabiendas, no eran las correctas, pero sí la salvaguarda de
un fondo disimulado, como así quedó demostrado, cual es, la progresión
cuantitativa de individuos expandiéndose y colonizando espacios. A estos fines
se ha llegado y ahora toca cargar con las consecuencias.
Hoy, la población
lobera tiene en Asturias un hondo significado. Una larga y dura pugna entre
ecologistas y ganaderos se celebra en el
epicentro de un campo de batalla, con una administración enfrascada en el
conflicto social abierto, tratando de darle “cara al asunto”, quizás, muy a su
pesar, obligada a ejercer de anfitriona, en una causa de gran complejidad, que no ha sabido, o querido prevenir se
produjera, donde fluyen con nitidez
intereses antagónicos radicalizados sin que converjan actitudes de aceptación
de un plan restrictivo de este animal.
Siguiendo la tradición gestora de
dejar que los espacios naturales protegidos se pueblen de fauna silvestre sin acotar sus limitaciones (una praxis que posiblemente
no sea la adecuada), el lobo sigue la estela, aumentando su poder, acogido al
amparo de estas tendencias protectoras. Intentar eliminar 50 ejemplares de lobo
en solo un año, es sinónimo de que no se han hecho las cosas con el criterio
que tiene que regir. Algo a lo que no se debería de llegar nunca, salvo excepción, pues
existen mecanismos susceptibles de
aprovechamiento más prudentes que evite alarmismos y herir sensibilidades. Una vez restaurada la
situación, llegado el caso, minoradas sus camadas, lo prudente será arbitrar
medidas, para cuando y donde proceda, de forma escalonada, tenerlo sometido
paulatinamente a control.
El lobo no es en Asturias y comunidades limítrofes una
especie en peligro de extinción, con la particularidad que en esos territorios
vecinos, a diferencia del nuestro, haya sido declarada especie cinegética y
autorizada su caza. Es un recurso natural sostenible aprovechable, cuyo rédito,
crearía posibilidades de mejoras en la calidad de vida vecinal de zonas rurales
deprimidas que soportan, a modo de
dificultad añadida, los avatares que este colosal consumidor de carne les genera.
Llegada una situación
de sostenibilidad en orden a un crecimiento demográfico de esta especie que
alcance cifras muy por encima de las actuales, la lectura que debe de hacerse
es ¿hasta dónde se debe permitir su estado cuantitativo? ¿Porqué y para qué son
necesarios más individuos en los montes asturianos? ¿Cuáles serán sus beneficios trasladados a la sociedad? Lo
que sí es cierto que, a mayor abundancia de estos depredadores, superiores
serán las bajas en desvalidos animales domésticos y fauna cinegética, victimas
preferenciales de su voracidad y la huella de su paso dejada candente en forma de
mutilaciones y degollamientos
perpetrados sobre estos rumiantes.
Una situación de facto que obligaría a la
Administración competente a disponer de cuantiosos recursos económicos, como
prevención ante una notoria y larga lista de expedientes, por más que un
probable estallido doloso para el ganadero, corriendo el riesgo de una
decadencia en sus bienes, si las tesis
ecologistas encuentra eco y aceptación a sus deseos