Es todo un cambio sustancial el que se ha generado dentro de
esta actividad cinegética muy distinto a lo que en tiempos atrás ha significado para el cazador apostado.
Partiendo de la base de que la caza en todo su conjunto, ha sufrido una fuerte
metamorfosis que le desvinculan de su formación primitiva, nunca en el fondo,
(sigue siendo su espíritu y razón de ser
el mismo: el cobro de la pieza objeto de abate)
y sí cuantitativamente en las
formas.
Un mundo acelerado, ingente, de perros de rastro, mercadea
por sus dueños, en pos de un supuesto
ganado prestigio que otorgue credibilidad a su oferta. En la época actual y
también desde hace bastante tiempo, montear caza mayor, por momentos, adquiere
tintes competitivos, a excepción hecha del último reducto purista que apenas existe y subsiste a su pesar, alterado por los efectos
economicistas que marcan el ritmo latente.
La alta densidad poblacional alcanzada por el jabalí, la
enorme capacidad demográfica que ha exhibido
este animal en las últimas décadas hasta el presente, ha posibilitado que, tras
su figura, se haya configurado un
sistema legal de localización y acoso,
punta de lanza de innovadora tecnología,
muy sofisticada, distinta de aquella otra de procedimiento manual de antaño, cadena en ristre, desarrollada en condiciones de precariedad en medios disponibles y en menor cuantía de
oportunidades.
Como digo, al socaire de la abundancia del suído, verdadero
ALMA MATER de la caza social, en paralelo al mismo efecto, ha crecido de forma exponencial un mundo
subyacente de crianza y fluctuantes transacciones;
de perros de rastro de amplia gama.
Hoy
el perro de rastro es objeto de especial atención en ferias caninas creadas al
efecto; dispone de un amplio abanico de exposiciones morfológicas dando cuenta de la
impronta de su genética y pureza de
sangre. Numerosas revistas monotemáticas lo han hecho centro de su difusión,
con un gran despliegue informativo y de consultas. Y, todo ello, aderezado con
la participación en cuantiosos campeonatos de rastro de jabalíes, como vía de
promoción, dejando constancia de sus virtudes
en estos menesteres, o, en su caso, defectos, si los hubiera.
Pero si algo, desde
hace tiempo, me llama la atención, es un
hecho, antes inusual, que es la voluntariedad en la abdicación tranquila del
cazador en obtener lances. Paso previo a una trasformación en busca de otras
sensaciones dentro del ejercicio venatorio más atrayentes. El cazador iniciado
y con experiencia, en algunos casos, se excluye de participar en la batida con
su arma y preferencialmente se inclina por la labor de rastreo y acoso de la
pieza con sus perros atraillados. Quizás ya no tenga las mismas connotaciones
sensitivas que le producía abatir especies cinegéticas y encuentre en la función de batidor mayores prestaciones a
su ego particular.
En definitiva, la dimensión alcanzada en nuestra provincia
por monteros y perros de rastro es un patrimonio de alta graduación, donde
confluyen intereses variopintos, a veces contrapuestos, divergentes, que con frecuencia
alteran la necesaria armonía que requiere la convivencia en el conjunto del sector.