
Hay
quienes hablan
de algo en concreto,
sin saber nada del asunto del que hablan, pero lo hacen como si lo
supieran todo. Por los
que tienen tendencias
a querer reducir la realidad que supone la buena gestion y
ordenamiento que la caza hace de la fauna salvaje a su cargo, se ha
venido argumentando con
lenguaje negativo
sobre aspectos y
pasajes de esta
actividad que
no son precisamente coincidentes con la realidad de
los hechos. Se
trata de una manifiesta incapacidad,
fruto del
desconocimiento, sin
descartar la mala fe,
para entender y aceptar la
plural riqueza que
genera en todos los
sentidos el mundo de
la venatoria.
Con
demasiada frecuencia por
individuos encargados de difundir consignas de la rama politica
enemiga de la caza,
se
cuentan
historias, anécdotas
y curiosidades sobre
ella
que llevan
mucha inventiva y se vierten
opiniones engañosas,
de manera
que cualquier relato en
forma de embuste
que se
haga,
pierde toda
su razón de ser ante
la incuestionable
verdad de fondo que
la
mueve. Es la
equivalencia a
querer devaluar
los valorés y las virtudes clásicas de una práctica
en la naturaleza que
tantas
muestras de sobrada
solvencia ha
dado.
Consecuencia
de todo
eso, es el
motivo de que los
cazadores españoles, salvo
excepción,
no podemos por menos
que lamentar
el error cometido por
nuestras instituciones
en tiempos preteritos
cuando navegaban en la
autocomplacencia, por
no haber desarrollado
con suficiencia
estrategias
de comunicación como forma de contrarrestar
la hostilidad que
destilaban narrativas
mentirosas
encargadas de
empobrecer la imagen del cazador
ante la sociedad. El
coste ha sido grande