Superada la primera quincena del mes de setiembre, comenzado octubre, el calendario cinegético del meridiano español señala tiempo para la berrea del venado. Época de celo para este ungulado, llamado a cumplir con las obligaciones que la naturaleza, atenta y exigente, necesitada de sostenibilidad de sus recursos renovables le reclama: momentos cíclicos en que los machos de esta especie se encuentran en su período de máximo esplendor, luciendo orgullosos su cuerna, como muestra de poder y dominio, lanzando a los cuatro vientos de valles y cumbres el sonido de su vigoroso grito uniforme y bravío.

En este intervalo de escasa duración, intentar cazar en circunstancias prácticamente fuera de contexto (la densidad de esta fauna no era la adecuada, la berrea en bajísima intensidad, con el añadido de que mi permiso era el último de los otorgados, cumplimentados de forma resolutiva y satisfactoria los anteriores, este hecho significaba una seria disminución de mis posibilidades) en doble jornada de duración del permiso, un Venado en los abruptos parajes que conforman la sierra de la Granda-Grado-Asturias, en su zona más alta (peña Maurín y sus aledaños), caracterizadas por los nativos con nomenclatura de variada definición; así lo interpreto: me ha supuesto toda una compleja trama de busca y localizació de esta especie con el suplemento añadido de un esfuerzo físico inusual para mis condiciones. Un periplo en pos de esta especie que me ha originado un refrendo, como puesta de valor y signo de constancia y responsabilidad, de todo un espíritu de superación, consecuencia de mi carácter y afición a la caza, tantas veces otorgados en la práctica de este deporte.

An no había amanecido del todo en Santa Cristina (Maravio), el firmamento abierto, exento de nubosidad, brillaban a multitud las estrellas, parecían poderlas coger con la mano, temperatura idónea, viento en calma; marco deseado que nos hacía presagiar una jornada de caza de excelente climatología. Debidamente equipado y a las órdenes del guarda acompañante, iniciábamos la marcha, a través de la claridad que, el alba del nuevo día, fiel a su cita, de forma paulatina nos obsequiaba camino de un lugar de referencia indicado, sería el lugar previo de asentamiento y mejor estancia a la espera de instrucciones que nos fuesen llegando, enviadas por personal de guardería del coto ubicados en puestos de observancia estratégicos. No ha sido un rececho al uso, tal y como se estila; las fechas algo pasadas de tiempo, la berrea apenas perceptible, la escasa presencia de estos herbívoros y la voluntad de conseguir un bonito trofeo (era lo obligado), dificultaba la labor de mis colaboradores, por otra parte muy necesarios, poco o nada se podía hacer sin su apoyo. Algún escaso ejemplar, de magnifica estampa y trofeo, tiene su hábitat en lugares tan escarpados, cubiertos de robusta maleza que hace enormemente complicada la penetrabilidad y tránsito a cualquier ser humano. Se me antojaba previsible, al contemplar el lugar de querencia de estos animales, que sería un lance duro, caso de haberlo, muy condicionado por las muchas dificultades que tendría que vencer y que, una vez vencidas, no serían garantías de nada. Con el ánimo bien dispuesto afrontaba el desafío que suponía acceder, por aquel intricado laberinto, una vez localizada la pieza objeto de abate, situarme a distancias prudenciales, evitando en lo posible emitir ruido, cuestión difícil dada la irregularidad del terreno, sin ser vistos ni oídos, como añadido evitar conceder vientos lo menos posible, a poder ser ninguno. Es el simbolismo del rececho en su expresión más pura, modalidad de caza atrayente, a decir de los expertos de influencia germana, ejercida de forma individual, cada día con más adeptos, alcanza tradición y notoriedad en España con la creación de Parques y Reservas. Sería a partir del último tercio del siglo pasado, cuando su práctica (nada que ver con las monterías o batidas) considerada por sus practicantes como de gran técnica, se extendió a lo largo y ancho de nuestro territorio nacional. En la actualidad es masiva la afluencia de aficionados a esta modalidad de caza condicionada por el elevado nivel cuantitativo y cualitativo alcanzado por nuestra fauna cinegética.

A través de la emisora del guarda y por el auricular, habíamos sido informados de la presencia de un venado (cortejaba a unas hembras) de cuerna bien estructurada, de buenas dimensiones, un posible medalla, en una de aquellas largas, agrestes, y profundas canales cubiertas de espeso matorral (en ocasiones progresar por aquel tejido que formaba la vegetación tenía “tintes” de epopeya); ajustado el sitio, solo quedaba avanzar, con el mayor de los sigilos que impidiese ser detectados. No hubo tiempo para posicionarnos adecuadamente, el venado partía veloz, pudimos avistarlo en el fondo del barranco, a larga distancia, en una frenética carrera, rumbo a otros pagos; una situación extraña su comportamiento que no alcanzábamos a comprender el porqué de su huída tan precipitada. Estábamos convencidos que factores no previstos, ajenos a nosotros, perturbando su paz, fueron los culpables para no celebrar el lance. Fallida la entrada y sin opciones momentáneas para más, requería volver sobre nuestros pasos, pues la mañana se nos había echado encima cercenando la oportunidad de poder observar algún que otro macho que ofreciese buenas sensaciones. La espera se haría hasta la tarde, momentos que aprovecharíamos para restituir fuerzas. Sin tiempo de recuperación (acababa de finalizar un periplo de cinco horas, de gran esfuerzo personal, mochila y rifle al hombro), cuando de nuevo nuestros colaboradores, que seguían atentos a todo cuanto aconteciera en aquellas latitudes, nos comunican haber detectado otro venado de parecidas características que el recechado con anterioridad. Al parecer se encontraba en una de aquellas tenebrosas e interminables canales, lugar nada accesible y procedía de nuevo, no quedaba otra, que insistir en su captura. Deberíamos situarnos otra vez en la cumbre de Peña Maurin, máxima altura, y desde allí, bien dirigidos, una vez ubicado el sitio exacto en que se encontraba el animal volver a intentar su cobro. Procedía hacer el mismo recorrido efectuado a primeras horas de la mañana con la salvedad que, en esta nueva oportunidad las dificultades aumentaban de grado, dado el asentamiento del “bicho” en la parte baja de la peña; una zona más alejada, casi perpendicular y que parecía lo más oportuno hacer la correspondiente entrada desde arriba hacia abajo. No me equivoqué en mis apreciaciones sobre la viabilidad de caminar entre los riscos, de formación calcárea, cubierta de un manto de enraizada vegetación que por momentos, dada su crecimiento alcanzado nos tapaban; abrir camino a través de ellos, sortear con sumo cuidado los desniveles del suelo (un tropiezo o un roce, pudieran ser fundamental y dañar el visor) era lo oportuno y con estos duros inconvenientes caminaba cansino aunque no vencido, con la esperanza de hacer realidad una ilusión.

Tampoco en esta ocasión pudo ser, el venado muy esquivo, alerta a cualquier contingencia que le señale peligro, no dio opción a nada. Nos encontrábamos aún bastante lejos de su situación y su rápida salida nos causó sorpresa, partió en dirección a la alta cumbre, según los observadores, por otra vertiente, muy distante de nosotros. Fallido el intento, la tarde declinaba, escasos de tiempo, lo prudente era retirarse de aquel accidentado terreno y dar por finalizado por este día el rececho. Una vez llegados a los vehículos, nuevamente somos informados que el venado había sido visto descansando en lo alto del monte, al abrigo de un buen escondite, preparándose para pasar la noche, ofreciendo inmejorables posibilidades para hacerle una entrada; la cuestión radicaba en el tiempo; escasos de luz, la necesidad apremiaba, había que darse prisa. Sumamente cansado, sin hidratación adecuada, empapado de sudor (otras cinco horas sobre mi espalda y piernas), decline en principio la oferta, argumenté que el estado anímico en el cual me encontraba no era el adecuado y tenía serias dudas que, caso de tener que efectuar el disparo, no lo hiciera con la eficiencia necesaria. El lance del rececho, lo digo por mi propia experiencia, es un hecho en el cual el cazador tiene que estar en las mejores condiciones físicas y psíquicas, el acto final debe efectuarse siempre con suma tranquilidad; seguramente de no tener acierto en la primera oportunidad, se acaben las opciones (lo normal es que la pieza no conceda una segunda vez), de ahí la importancia de encontrarse poseído de un alto grado de confianza y seguridad en sí mismo. Muy decisiva la labor del guarda en este sentido, pues su experiencia y conocimientos, puestos en servicio, han de ser factores claves, de gran incidencia, para el buen fin que se persigue obtener. El celador debe de ser comunicativo, conocedor del monte, con pericia y habilidad constatadas y que sea capaz de crear un clima de convivencia agradable, que infunda optimismo y ofrezca alternativas. De no poseer estas virtudes, sin estas premisas, el tiempo de duración del rececho, pudiera ser una duda constante para el titular del permiso.
Me hidraté debidamente a través de reconstituyente isotónico, siendo este “milagroso remedio casero”, que hacia surtir su efecto, el que me aportó un “pelín” de lucidez sobre mi primera intención de abandono. Animado por mis compañeros, retomé el brío, sentí una leve sensación de alivio en mi estado general, por lo que decidí seguir con el objetivo puesto en lograr abatir uno de aquellos venados “escapónes” que tantas peripecias me estaban haciendo pasar. Nuevamente en danza, muy tarde ya, pude llegar a lo alto de una campera y desde ella dirigirme por algo que en algún momento había sido un sendero, hoy prácticamente cerrado; nulo intento, la anoche acechaba y certificaba su comparecencia, lo prudente era velar por la seguridad de nuestras personas, volver sobre pasos seguros y dejar pendiente el asunto para la jornada venidera.
Bien temprano retomamos al día siguiente nuestra presencia en el mismo sitio en donde lo habíamos dejado. Con la vista centrada en el lugar querencioso en donde el animal, sopesábamos había pasado la noche, con la mayor de las paciencias esperamos, hasta horas prudenciales, algún atisbo que delatase su aparición. No hubo forma, ni antes ni después; este “sultán” compareció en horas tardías (la oscuridad ya empezaba a ser patentes y nos encontrábamos a una hora de camino) muy alejado de su vivac nocturno. De aquel entorno la caza había desaparecido. Un nuevo y poderoso inquilino compareció marcando límites territoriales. Enfrascado en la ingesta del cuerpo en descomposición de un venado abatido en fechas anteriores, convertido en carroña, el oso visto y contemplado con recreo, se daba todo un festín.
Muchas gracias a Joaquín, Luis, Alvaro y Yony, compañeros de cuadrilla, por la inestimable ayuda que me han prestado en este singular e infructuoso rececho de venado y al personal de guardería del coto por su dedicación Eduardo.