
Resuenan
en mis oídos las afirmaciones de un veterano profesional de la
guarderÍa de una determina Reserva de Caza, a caballo entre Asturias
y León, cuando me dijo, a modo de advertencia, que en su zona, ya no
había corzos. Me quede verdaderamente extrañado, pues tres o cuatro
años atrás, había tenido la oportunidad de comprobar la existencia
en la misma zona de una densidad más que aceptable de esta especie.
Disponía
un amigo y compañero de un permiso de caza para recechar un corzo en
aquellos montes cercanos a los Ancares leoneses. Dos jornadas de caza
marcaban el tiempo limite de la actuación del titular del permiso,
que en esta ocasión yo acompañaba. La acción se desarrollaría, a
tenor de lo que veíamos, dentro de un área de extensa y espesa
vegetación, lo cual dificultaría la visión completa de
ejemplares, puesto que su entorno carecía de zonas abiertas, en
donde lo que predominaban eran extensos y altos " pionarles."
El
rececho en aquella condiciones que se presumían, sería un plus de
dificultad para su buen fin; no lo fue tanto, puesto que bien
temprano ya se habían detectado alguno de estos cérvidos, asomando
curiosos la cabeza entre aquellos matorrales, pero sin ofrecer
íntegramente su figura. Así transcurría la jornada, sin opciones
optimas para iniciar un lance que, por su composición, pudiera
resultar efectivo. No ocurrió el hecho, hasta bien entrada la
tarde-noche, cuando el día apagaba su luminosidad. Cercano al
pueblo, quedaba un pequeño espacio abierto sobre el cual el guarda
acompañante decidió darle un repaso con la vista. Sucedió lo
inesperado, allí pastaba tranquilo un corzo, ofreciendo la
oportunidad de hacerle un disparo. Avisado el cazador, pronto dispuso
de lo necesario para encarar su arma. Un solo disparo a unos 5O
metros fue bastante para cobrar la pieza. Instantes después, la
noche se nos echaba encima: hasta el pueblo la distancia no
sobrepasaba los 100 metros.
Pasado
un tiempo, un grupo de cazadores asturianos nos trasladábamos hasta
aquella misma localidad con el objetivo de realizar una cacería a
jabalíes. El guarda encargado de acompañarnos, se dio la casualidad
que se trataba del mismo del rececho. Le saludé oportunamente, y de
paso,le recordé el día aquel. Apenas recordaba. No obstante me
centré en ofrecerle detalles de aquella jornada de caza que la
pudiera recordar. De esta manera logró traer a su memoria lo
sucedido.
Después
del saludo y de rememorar aquel lance y a su autor, entramos en el
proceso de ajustar las cosas para el inicio de la cacería. Nos hizo
la observación de que en la zona escaseaba el jabalí, por lo que
las expectativas no prometían nada. Sentí la curiosidad de
interesarme por el estado real de la población del corzo en aquel
territorio. La respuesta no dejó de ser lacónica: aquí ya no hay
corzos. Al preguntarle si había alguna razón poderoso que impidiese
a esta especie tener presencia, cuando menos, al mismo nivel al igual
que yo había tenido la oportunidad de contemplar años atrás, la
existencia de una bien poblada población de este cérvido, no dudó
ni un instante en decirme que la causa principal estaba relacionada
con la presencia continua de lobos en aquellos parajes. Y es que, el
lobo, ya se ha dicho en multitud de ocasiones, es el principal
beneficiado de las especies cinegéticas.