
Magnifico ejemplar de jabalí, abatido el 6/9, en el Lote de Cereceda (Piloña-Asturias), por Javier Ornia de la cuadrilla Los Chavales.
Cuando
estos hechos se producen se entiende es la crónica de un suceso;
que da al autor del lance cinegético la posibilidad de analizar con
objetividad el móvil de lo ocurrido durante los momentos previos y
posteriores a su intervención en el episodio. De lo que resulte del
mismo caben dos posibilidades (quizás alguna más): me refiero a la
satisfacción por el acierto del disparo sobre el objetivo, máxime si
la pieza es de envergadura y adquiere la categoría de trofeo;
mientras, en paralelo, nos enfrentamos con otra situación bien
distinta, relacionada con la falta de acierto, que debemos considerar
como una oportunidad perdida, que algún deterioro ha de dejar en el
ánimo de quien ha errado.

Componentes de la cuadrilla Los Chavales
Durante
el transcurso de las jornadas de caza suceden de continuo escenas
origen de fuerte impacto visual que, inevitablemente dejan huella en
el aliento del cazador. En cualquier caso, debemos entender, según
mi criterio, que alguna de las circunstancias que nos han rodeado en
el acto de intentar abatir una pieza de caza, la valoración global
del efecto causado finalizado la peripecia, no puede ser la misma,
precisa de observaciones para ser bien interpretada. Concurren
circunstancias favorables y adversas, dignas de tener en cuenta. Y es
que, precisamente por eso, que conviene establecer con objetividad bien lo que es un fallo y un acierto.

En la caza hay lances predecibles e impredecibles De ahí
que, según y como, debemos darle la importancia oportuna a este
tipo de situaciones. En primer lugar, entiendo que no se debe de
elevar a categoría de fallo la de aquel disparo que se realiza en
unas condiciones de precariedad absoluta, pero que, no obstante, es
necesario intentarlo, por aquello de que nunca se sabe... Siempre se
hace con la intención primaria de hacer impacto en el objetivo a
pesar de la dificultad que representa, no obstante, haber
considerado antes lo que parecía imposible por su distancia,
teniendo en cuenta las circunstancias que rodean la huida de la
pieza, etc., pero que aún así, a pesar de la certeza de la
dificultad,. resulta misión casi imposible, aunque se haya
considerado la conveniencia de intentarlo, sin peligro alguno para
nadie. Es lo que se puede definir como un lance fallido predecible.
Entraba dentro de los cánones de lo previsto. Por tanto, nada que
objetar. Era lo esperado.
En
segundo lugar, en cuanto al lance impredecible, por inesperado, nos
queda una cara de autentico pasmo ( ha pasado a muchos, entre los que
me encuentro) puesto que la situación de fiabilidad que le habíamos
otorgado previamente a su ejecución nos sorprende al hallarnos con
la desagradable sorpresa de haber producido un error clamoroso que no
estaba en nuestro pensamiento e intenciones. Es esa clase de fallo
en el que no caben disculpas, ni diluir culpas. No se puede negar la
mayor: la de la falta de acierto. Si el arma tiene defectos en alguno
de sus componentes que la hacen insolvente, es fruto de la desidia. A
cazar hay que ir con el arma en perfecto estado de revista; luego
puede ocurrir que no estemos resolutivos por nuestra propia acción. Eso es otra cosa Evidentemente, si todo jugaba a nuestro
favor, el hecho es claro. Debemos pues dictar sentencia: en contra de
nuestra buena voluntad: hemos fallado sin remisión de culpa.
Por
tanto no se debe entrar a cuestionar el fallo, cuando reunía todas
las propiedades que tiene la imposibilidad del acierto y tampoco
darle relevancia exultante a la normalidad de un lance normal, salvo
que el cobro de la pieza presente características morfológicas y de
puntuación que sean de nuestro agrado.