
Pudiera ser
esta modalidad de aprovechamiento una parte importante de la solución al
problema que cada vez con mayor intensidad se viene produciendo en los
alrededores de los grandes núcleos de población
asturianos, en relación con la densidad de jabalíes que los rodean.
A la
palestra han salido diversos encomendados en dar soluciones ocurrentes, a lo
que se ha dado en llamar un problema que, para mí, no lo es tanto. Es verdad
que la figura de algún que otro jabalí, rondando oportunamente en horas
nocturnas accesos cercanos a la capital de Principado, incluidas incursiones de este suido por viales de barrios, ha sido
motivo de alarma entre la ciudadanía. ¿Se ha magnificado esta situación como
tema de portada principal en los distintos medios informativos que lo han
tratado? Es posible, desde mi criterio, respetando cualquier otro, pensar que sí.
Es de razón
que no se pueda cazar derivado de la
habitabilidad humana que circunda el espacio territorial extrarradio y
cercano que rodean principales ciudades asturianas. Se me hace de lógica
aplastante que, en base a lo expuesto, no se prodigue el funcionamiento de
armas de fuego en las clasificadas zonas de seguridad, en evitación de contingencias que pudiese afectar a personas físicas
animales o cosas, residentes y
localizados en estos espacios.
Pero hay
otros métodos; en la caza hay versiones distintas que permiten realizar su
ejercicio desde la disciplina que ejerce su práctica minimizando efectos. Si
las batidas, por su composición y desarrollo en estos parajes, se pueden
considerar inconvenientes por tener la consideración de cierta inseguridad, dado
el número de participantes y el movimiento que originan, no así tanto, desde otra modalidad nada
ruidosa, selectiva, limpia en su ejecución, sin daños colaterales, como son los
aguardos. Evidentemente seríamos los cazadores, conocedores del terreno, de los
hábitos y costumbres de este cerdo salvaje, los encargados, y, no otros, de
llevar a buen término y situar el propósito hacia parámetros razonables.
Cara a
solucionar el problema, voceros de distintas organizaciones ecologistas objetan alternativas de pintoresco significado;
distintas versiones en el tratamiento, algunas se me ocurre calificarlas de llamativas,
dudando de la eficiencia de su implantación. Aumentar el cupo extractivo de
jabalíes en los cotos sociales asturianos, reduciéndolos a la mínima expresión
durante un tiempo determinado o continuista, es un absurdo: una propuesta clave
como idea que alguna
distinguida titulada emite como medida decisoria para dar carpetazo al
asunto. Pudiera ser así, pasar de dos o tres a seis o siete abates, según
densidad, por permiso y día. En el fondo de la cuestión, desde los intereses de
los cazadores, hay algo más que todo ello.
La caza del Jabalí se ha convertido en una poderosa industria generadora de empleo
directo e inducido, amén de otras derivas, transformadas en ayudas al campo y
de ámbito general para la sociedad en su conjunto. La mayoría de las asociaciones
locales de caza, vienen haciendo en los sucesivos planes anuales de
aprovechamiento, como acción preventiva,
una firme apuesta por mantener el equilibrio entre la sostenibilidad
racional de esta especie y su caza responsable, a fin de evitar, en gran
medida, perjuicios a terceros y no desmerecer su caza a los asociados. Un
entendimiento y aceptación de una actividad que, por sus singulares
características y transcendencia, no puede,
ni debe abdicar de la filosofía
de su buen ejercicio y el deber moral contraído con la sociedad en la defensa
de todo tipo de fauna silvestre.
Extender el
compromiso de rebajar la capacidad de reproducirse para que se promueva una
involución sustancial en el número de individuos de este animal, sería no
atender una demanda que se precisa como muy esencial. La caza del jabalí tiene
que seguir adelante, a pesar de los pesares. El Jabalí es la clave en el sector
cinegético; independientemente de sus seguidores tiene peso e influencia
especifica en la economía y puestos de trabajo en la comunidad asturiana. No entenderlo así sería
un desastre. Desaparecerle de nuestros lares, reducido testimonialmente por masivas
e incontroladas capturas, o técnicas de laboratorio, equivaldría a la constatación de cuantiosas pérdidas económicas
y el fin de casi toda actividad en torno a este bello y mal entendido deporte.
Alguien ha
dicho desde el desconocimiento supino en materia de caza, pero con el supuesto ánimo
de influir en la conciencia de la ciudadanía que las gestoras de caza tendrían
que aumentar sus cupos de forma drástica. Pura teoría de quien desconoce el
claro sentido de la realidad. Existen antecedentes que lo desaconsejan, salvo
excepciones. Exponer este criterio, tirar por la calle del medio, sin evaluar las consecuencias, solamente el
mero hecho de dejar zanjado un asunto que ocupa, no preocupante en grado extremo
en que pretender situarlo, no parece sea
el estado ideal de las cosas.
Por tanto
gestionar bien es la clave. Pretender erradicar a esta excepcional especie de
los asentamientos que en la actualidad tiene colonizados, áreas protegidas que
prohíben la caza, en donde encuentran
seguridad, comida y confort, es un objetivo que se me antoja inalcanzable. A
salvo de contingencias en forma de enfermedades contagiosas que les pueda
afectar, así las cosas, el campo abandonado, los montes cubiertos de espesa
vegetación, será cuestión de hacernos a la idea de contemplarlos en las inmediaciones
de villas y ciudades.
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