Nadie debría de abstraerse, ni hacer dejación, de la importancia economica y social que el aprovechamiento de este cerdo salvaje tiene para Asturias. Es cierto, fuera de toda duda o contraposición, que la mágica influencia que ejerce la caza del jabalí en la comunidad asturiana, se caracteriza, además de la importancia para el aficionado que conlleva su practica, por la capacidad de aportar a vertientes inducidas el fruto de la extraordinaria dimensión económica que genera su caza.
Nos encontramos ante la especie cinegética que más ha proliferado en los últimos años en nuestro país, debido a su gran capacidad para regenerarse y sortear con inteligencia y exito situaciones delicadas y comprometidas para su propia supervivencia, aún en las peores condiciones. Se estima que, en territorio español, su población, según estadisticas publicadas, alcance los dos millones de ejemplares (estadistica muy dificil de cuantificar) En Asturias, durante las diez ultimas temporadas, sus capturas, siguiendo un ritmo alcista y a pesar de las numerosas extracciónes sufridas, se han duplicado. Los datos son elocuentes y hablan por si mismos.
Mantener un equilibrio poblacional sostenible de esta magnífica especie, para los cazadores es un objetivo al que no se debe de renunciar. Sería una insensatez abatirlo en exceso y no la mejor conveniencia disponer para el conjunto de la sociedad que se interponga una actitud desmesurada de sus capturas Desde muchas instancias, incluída la administración, muy activa en este caso, se alzan voces exigentes que piden una reducción drástica de sus efectivos, debido fundamentalmente a su capacidad para generar cuantiosos desperfectos en los cultivos cuando tratan de alimentarse.
Llegado el caso de que se produzcan profusos abates, por una necesidad perentoria de desintegrar sus piaras, incluso más allá de un equilibrio preciso y ecuánime, caso de que suceda, debemos considerar que, si el jabalí no campea por nuestros montes en la previsión adecuada que se requiere para el mantenimiento del sistema actual de su caza, las consecuencias lógicas de tal desagradable y significada involución poblacional, cuyas causas podríamos encontrarlas en un supuesto desproporcionado aprovechamiento, o enfermedad que le diezme, situándolo en parámetros de baja densidad y por deriva, exentos los lances y capturas, aspectos relevantes y fin único del cazador, tendría incidencia directa nada esperanzadora para el comercio y la industria, entre otros, así como también en un ramo emergente que ha crecido e impuesto, henchido de vitalidad, en pleno auge de sus transacciones, como es el mercado de perros de rastro y pluma. y por extensión, a monteros y criadores.
La caza del jabalí, es el “alma mater” de los cazadores de un nivel adquisitivo medio y bajo; lo que les permite a los aficionados de este perfil, por el momento, practicar su ejercicio con asiduidad en los llamados cotos sociales, en unas condiciones económicas asequibles a muchos bolsillos.Se debe prestarle credibilidad y máxima atención a la “caza modesta”, de ingresos limitados,pues en ella está el alma de la sostenibilidad que ejerce permanente, a diferencia de la puntual, en muchos variopintos establecimientos de negocios locales, irremediablemente entroncados con la caza, en el que al jabalí, que levanta pasiones, se le reconoce excepcionales cualidades.
De lo que se desprende que, la mesura y el tacto en el trato de la metodología a emplear para un mejor y eficaz control que compatibilice la receptibilidad de los diversos intereses en juego, será la virtud que nos decante hacia la racionalidad del problema. La caza del jabalí, sus capturas, no debieran decaer de forma significativa, debido, sin duda, a que una extracción desajustada de sus efectivos conllevaría efectos colaterales no deseados por nadie. Mantener el tipo de la conjugación será difícil, pero, a mi juicio, es lo que hay que hacer, no queda otra. Las autoridades en el uso de sus responsabilidades deberán ser consecuentes y admitir en sus decisiones planteamientos alternativos que satisfagan a todos los campos implicados. El jabalí no puede ser reducido a tiempos de antaño (una sombra nebulosa en nuestros macizos montañosos y zonas boscosas). Al tiempo actual es mucho lo que está en juego. El cazador tiene que seguir cazando con un nivel aceptable de su estado participativo que le permita un racional aprovechamiento.
Por lo tanto mantener el sistema en este orden, sin perdidas sensibles en prestaciones, quizás a las personas nos lleve a tener que soportar una convivencia en vecindad con la excepcionalidad que representa la presencia de una fauna, cinegética y protegida, que se acerca el hombre, perdida la intimidación o el recelo que le pudiera producir el ser humano, merced a una inusual demografía cuantitativa, consecuencia directa, entre otras menores, de la creación de zonas de seguridad (verdaderos viveros de este suido) alrededor de núcleos de población o áreas de especial protección en donde esta prohibido cazar, irrumpiendo con decisión, valentía y sin prejuicios, en espacios urbanos y en las tierras que se elaboran y cosechan en el medio rural.
Las dificultades en la solución equitativa que entraña este fenómeno que nos ha traído la naturaleza (por razones ya de sobra conocidas por todo el mundo), se centran en el tratamiento especifico que concedan a la gestión, establecer cuáles han de ser las prioridades, acertar en las medidas resolutorias que se legislen, y sobre todo, que no afecten en grado sumo a un comuy necesario para que la biodiversidad siga disponiendo, sín retrocesos, de sus recursos naturales, referidos en primer término a la cinegética.