LA BRAÑA DE LOS GALLONES, AL FONDO, A LA IZQUIERDA LA PEÑA EL VIENTO, EN EL PARQUE NACIONAL DE REDES (PRINCIPADO DE ASTURIAS). FOTOGRAFÍA DE EDUARDO BROS (PROHIDA SU REPRODUCIÓN, TOTAL O PARCIAL,
Era
algo que se veía venir. ¿Pues que se creían que iba a a suceder?
Sucedió, ni más ni menos, que lo que se esperaba. Desde el sector
cinegético fueron muchas las veces que se habían advertido de lo
que pudiera pasar. No hicieron caso a ninguna aviso; les pudo más a
los ecologistas su idea de que la caza no es necesaria, que atender
las razonadas indicaciones hechas desde instituciones y
organizaciones cinegéticas cargadas de experiencias en la gestión y
ordenamiento, no solo sobre las especies silvestres propias de su
actividad, sino también aquellas otras clasificadas de protegidas
Son
los mismos promotores de haber inducido a las distintas
administraciones públicas españolas a editar leyes destinadas a
prohibir la caza racional y sostenible, en terrenos de
características tan sumamente especiales, como son los Parques
Nacionales, los que ahora se quejan de una baja densidad y diversidad
de un tipo de aves protegidas. Pero para esta ocasión más que
conveniente, es muy necesario dejar constancia de que los cazadores,
nada hemos tenido que ver en el asunto, no vaya a ser a que nos lo
apunten en nuestra cuenta y nos pasen el cargo. Existen antecedentes
de todo lo contrario. Las causas son otras y tiene sentido decir, sin
temor a quedar en evidencia, puesto que no hay equívoco posible (la
realidad es muy necia), que la alta concentración de depredadores
-entre los que se encuentran pequeños canivoros-, en algunos de esos
escenarios naturales tan especiales, ha sido y lo siguen siendo, la
poderosa razón que acucia al problema que ahora denuncian con
cinismo, quienes impulsaron el proyecto de abolir la caza.
Es
evidente que no solo el jabalí, animal omnivoro por excelencia, es
la única especie silvestre que ha medrado con disparatada abundancia
en demografía. Los grupos ecologistas centran su atención en
señalar a este cerdo salvaje como culpable principal de la
disminución de aves acuáticas y de aquellas otras que nidifican en
el suelo en esos terrenos de régimen especial. Sin embargo nada
dicen de controlar expansión y colonización del jabalí y su mas
que necesaria extracción, a fin de evitar los daños colaterales
que produce. Parece que los perros asilvestrados también son
agraviados en ese alto grado de culpabilidad que le conceden, en
cuanto le asocian a materializar esas pérdidas.
Luego
entonces, después de todo esto debemos preguntarnos ¿que hacer?
¿cual es la solución? A la densidad de jabalíes en esos Parques
donde dicen que las escopetas no tienen cabida- ni se le ocurra a
nadie introducirlas, para que por la mediación de su uso, sean el
instrumento que ayude a que la población jabalinera retroceda a una
normal convivencia entre las demás especies de su hábitats, y a los
canes que circulan por aquellos territorios sin que nadie les
perturbe, ni tocarlos, tan siquiera (quien lo hiciese, se encontraría
con la ruina económica y social, si fuese descubierto). En
definitiva que estamos ante esa ancestral expresión que se refiere
a “la pescadilla que se muerde la cola” , para denominar el
problema suscito. Es decir, dando vueltas y mas vueltas, pero con el
embolado latente, por no querer acceder a dar soluciones.
El
ecologismo y sus subordinados, son los autores a quienes se les puede
imputar no haber puesto en orbita decisiones sensatas para
neutralizar esos perrjuicios (menudo papelón están haciendo),
puesto que a día de hoy, son los que mandan. Por tanto no les vale
desentenderse del atolladero en que ellos mismos se han metido.
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