No resuena con la misma intensidad, al igual que antaño, en
los campos mesetarios de cultivo españoles y en los prados norteños, el
fortísimo canto de la grácil codorniz.
Ha disminuido el carácter prodigo del inigualable y maravilloso espectáculo del que
tanto nos hemos complacido cuando nuestros perros alertan con espectacular puesta en escena, a través de la semblanza que compone la
singularidad de la muestra de su patroneo y figura inmovilista, el síntoma inequívoco del preludio y conclusión
de un lance, después de un exigente rastreo.
El resultante de los
morrales de esta ave migratoria africana, tal y como es conocida en sociedad,
clasificada de cinegética, no ofrece en
la actualidad una alternativa que sea distintiva de una eficaz jornada de cobro
para los miles de incondicionales que en
periodo de la denominada media veda tenían en la práctica de esta modalidad de
caza, una de la más deseadas, dada la especial idiosincrasia que la distingue, la
posibilidad de obtener magníficos lances, así como la peculiaridad de observar
y corregir la evolución en el adiestramiento de perros de muestra en su primera
etapa, complemento eficaz en el debido entrenamiento de los más veteranos
cara a las fuertes exigencias del duro
invierno de la meseta, en pos de la apasionante perdiz roja y la siempre
sorprendente arcea.
Las causas de la pérdida paulatina de valor de las perchas
que se obtienen en muchas provincias, obedece, sin duda, a un sinfín de razones, que
han sido analizadas con eminente criterio, por expertos en la materia. Al
respecto, se han hecho prospecciones en
profundidad (hay publicado minuciosos y solventes
estudios, algunos muy didácticos y rigoristas, que describen el origen de las procedencias
que han propiciado tan sensible involución). Una vez leídos con detenimiento
los dictámenes emitidos, en ningún caso he llegado a la conclusión de que las definiciones
establecidas otorguen a la caza el dudoso honor de ser participe culpable principal
del deterioro demográfico que viene padeciendo esta pequeña ave en los campos
españoles, consecuencia directa de lo que podría ser una supuesta irresponsable
explotación de su aprovechamiento.
Los cauces
descriptivos de la decadencia de este icono de la caza menor en áreas específicas
de fugaz y circunstanciales asentamientos constituidos en terrenos de labranza
y regadío, son otros. De todo buen aficionado es sabido, que la involución en
número de individuos de esta ave no obedece en gran medida a la exigencia y
contundencia que imprime el aprovechamiento de la menuda avecilla en nuestro
país. No ha sido, ni es la caza de la codorniz por el cazador español, la razón
unánime, única, de su baja densidad, tal y como pregonan numerosos voceros del
conservacionismo sectario.
Entrando en materia, debemos de ser objetivos en la analítica
descriptiva. La codorniz vive inmersa en un estado crítico de su propia
existencia, sujeta a la incidencia perniciosa
que el hombre no cazador le posiciona (obstáculos
difíciles de salvar) que le impide salvaguardar sus nidificaciones en condiciones
de solvencia para su posterior desarrollo.
Desde luego, la influencia del allanamiento nocivo del hombre
en el hábitat de esta galliforme es el condicionante máximo que notifica y
justifica precariedad para tan sentida y admirada volátil. Los expertos apuntan
a la mecanización del campo, al aprovechamiento intensivo del suelo y al uso de
insecticidas tóxicos y de herbicidas,
entre otras sustancias, como los fundamentos ciertos que acreditan el escaso nivel poblacional que exhibe de su especie al
momento actual.
Además de lo expuesto
hay influencias externas de connivencia, identificativas de una mala praxis
cinegética, llevadas a cabo en ciertos lugares allende de nuestras fronteras. Son
recogidas versiones muy comprometidas con la objetividad, de lo que realmente
acontece allí, en torno a la codorniz y su caza. Se relaciona con visos de
certeza, la carencia de sensibilidad y falta de orden institucional en una
legislación constructiva, consecuente y adaptada en cuanto a la sostenibilidad
de los recursos naturales. La caza en aquellos lejanos entornos, toma cuerpo;
es un bien apreciable emergente (no suficientemente regualarizado en orden a cuotas de asignación de capturas) para el sector primario, sinónimo de
complementariedad económica de numerosas familias, fuente de ingresos, empleos
directos e inducidos.
Dicho todo lo cual, no
debemos excluirnos los cazadores de esta piel de toro que es la Península Ibérica,
de hacernos autocrítica, ser consecuentes en la responsabilidad contraída, porque
de alguna forma, aunque sea menor la percepción que se tiene, el devoto a esta
modalidad de caza menor, que no haga buen ejercicio de este deporte, atentando
contra las normativas y reglamentos que regulan los cupos de extracción de la
migratoria ave, será de influencia nociva, si como consecuencia de una práctica abusiva en el cobro irresponsable y
egoísta contribuyésemos a una precipitación superior en el ritmo anual de su ausencia en épocas de estío en el campo español.