La severa conjetura de populísmo demagogo mostrada en algunas
expresiones emitidas con enjundiosa veleidad por ciertos personajes de la clase politica y activistas relacionados con la supuesta defensa de la
bío-diversidad, en un afán notable de lanzar descrédito sobre los cazadores -signo
inequívoco de una identidad que pretende ser, cuando menos, destructiva sobre
nuestro gremio- no obedece a una realidad virtual de los hábitos y costumbres
de un colectivo, al que relacionan, antes y durante una jornada
de caza, con la carencia de moderación en la ingestión de licores.
No se da el caso con carácter general de estas
supuestas prácticas, si acaso, más bien, se deben situar dentro de un contexto
de formación residual de consecuencias intrascendentes.
Se subordinan, sin embargo, este tipo de inculpaciones, a una estrategia, como parte activa de una formación critica de filón inagotable, cuyos
principios ideológicos contrarios a la caza, busca con denuedo la
apertura de frentes comunes hacia el desprestigio
de un gremio, el de los cazadores, ya demasiado castigado con impertinentes
necedades en la validez que representan sus valores conceptuales y de
desarrollo.
No deben ser globalizados aspectos de hechos de
negativa actitud que, de forma esporádica, hayan podido acontecer en torno a una
actividad como es la cinegética que sale al campo mayoritariamente de continuo
en periodo de veda abierta, caracterizada de gran movilidad entre sus miembros,
porque no atañen ni son de responsabilidad al conjunto
integral de sus efectivos. Acciones individuales puntuales, son la regla que
confirma la excepción. No servirán para convertir en un todo que faculte desmembrar el sentido
racional de un comportamiento ejemplar, al que sirven con verdadera dedicación
y solvente eficacia los cazadores.
Viene todo esto a cuento, por las pretensiones que
tienen grupos ultras anti-caza de promocionar y establecer el requerimiento por
los Cuerpos de Seguridad del Estado de
la prueba de alcoholemia a todo aquel que se encuentre practicando la caza,
como fórmula preventiva que trate de evitar accidentes en el transcurso de las cacerías,
consecuencia directa al parecer, eso dicen, sin razón, de una posible pérdida
sobre el debido control de los sentidos y reflejos, de algún supuesto afectado que
porta un arma de fuego en sus manos.
Es, sin duda, más de lo mismo y por los de siempre,
con añadidos de última hora unidos en el
curso de un atroz despropósito. El caso es añadir acopio de versiones beligerantes
arrojadas sin sentido contra el fundamento de la venatoria, contextualizadas dentro de un proceso
continuo de desagravio.
No hay motivos suficientes que indiquen, ni tan
siquiera imágenes con meridiana claridad, la conveniencia de realizar a la caza
este tipo de controles. Que se tengan noticias a fecha actual, no hay
registros, al menos que se hayan hecho públicos para su debido conocimiento, de
actos punibles derivados de determinadas acciones provocadas por un consumo
inadecuado, bien desproporcionado, de bebidas de alta graduación.
Evidentemente se tiene que clasificar desde el sector este
inusual procedimiento como una grave injerencia
exterior en asuntos que no son incumbencia de sus promotores, empeñados como
están, en querer erradicar cualquier vínculo de la caza con la sostenibilidad racional de un recurso natural
tan sumamente necesario, como son las especies de caza.