
PARQUE DE VUELO DE LA GRANJA CINEGETICA "JOSE R. BROS", DE LA EXTINTA SDAD. ASTUR DE CAZA.
Al abrigo del extraordinario poder de convocatoria que tiene la caza en España, en torno a su modelo conceptual y de desarrollo que identifica su función, gestión y ordenamiento, bien pudiéramos decir, que se ha conformado como un hecho cinegético singular, dadas sus características y peculiaridades, la circunstancia de que numerosas organizaciones autoproclamadas y tildadas de paladines en el campo venatorio, sin vinculación legislativa que las atañe, fuera de un ámbito que no les compete, se constituyan como fuentes de apoyo, estudio y orientación sobre programas de mejora en su ligado a la caza y para ella, cuyo cometido, es de suponer, lleven adherido a su enseña, la impronta para sus fines que se estima sea de un modelo programático notable, de carácter altruista fundamentalmente, como expresión viva de su sentimiento y actividad.
¿Necesita la caza de tanto pronunciamiento? ¿Es estéril este pretendido intervencionismo no oficialista? Las hay dispares. Enumerar el amplio conglomerado de siglas que forman el plantel de esta especie de ONG cinegéticas, que no lo son, se haría largo y dificultoso de cuantificar e identificar. Nunca la caza, si nos atenemos a épocas anteriores, aún recientes, que perduran en la memoria y en el recuerdo de veteranos aficionados a este arte, había sido objeto de tanta atención desde variados y distintos ángulos.
A tales efectos, una superflua revisión, sin ahondar más que lo necesario, en la especial idiosincrasia de algunas de las más conocidas, nos conduce directamente al análisis más elemental y posterior cuestionamiento, si procediese esto último, de su validez y dudosa continuada presencia.
En la conservación de la naturaleza, y la caza como recurso natural sostenible, debemos entender sean objetivos primordiales de su razón de ser aunque no todas abunden en esta práctica --no se debe pluralizar la bondad de sus intenciones--, pues pudieran estar edulcoradas. La caza sufre de enemistades y de extraños compañeros de viaje, disfrazados de oportunistas y arribista que no vienen a cuento.
Haciendo balance que personalmente considero objetivo, según mi leal saber y entender, si nos atenemos a los logros alcanzados hasta el momento actual –de penosos resultados- por la sensible incidencia que pudiera haber tenido desde tiempos pretéritos hasta nuestros días, en la consecución de un estado productivo adecuado y necesario para el desarrollo de todos los frentes que tiene abierto la cinegética, le diríamos a la vista de lo padecido, si alguna de estas presuntas benefactoras asumió expectativas de ser tenidas en cuenta y sus ideas puestas en razón, seguramente habría que decirles que con su concurso, a pesar de su quehacer, nada, o casi nada, se ha conseguido, pues la fractura aumenta por el ritmo acelerado de la desigualdad.
Desde luego, los cazadores, cuya economía es reducida, o no suficiente que le permita cazar en un tono de buen uso y ejemplar modestia, estamos en precario, desguarnecidos en la defensa de aquello que nos afecta. Es una situación que exaspera aquí en Asturias, concretamente, por su indeterminación en ciertos casos, pero que ya apunta a resoluciones concretas en otras, tomando posiciones y evolucionando hacia un futuro que se observa en una nítida lontananza nada esperanzador referente a un trato equitativo a la caza humilde.
Por tanto, si las cosas en lo concerniente a su estado participativo, no han evolucionado a mejor, muy por el contrario, debemos de pensar que algo mucho ha fallado. Las subastas de caza, piedra angular, por su significado y repercusión en la construcción de un nuevo régimen cinegético en las comunidades de Aragón y Castilla León, a las que sin duda se unirán otras, núcleos capitalizadores ambos territorios de un sistema de caza denso y diverso, basado hasta ahora en los principios de un aprovechamiento común de estos recursos naturales propios de su ocupación, las subastas como digo, toman un nuevo rumbo acelerado por la inercia de un deseo basado en un mayor logro de beneficios; elevan a la máxima potencia su caché, quebrando la igualdad, en aras de recibir una mayor rentabilidad económica hacia sus promotores.
Es notoria la falta de conjunción de fuerzas en el sector. Desde las complejas y variopintas organizaciones que en gran medida dicen representar a los cazadores no se ha proclamado la unión necesaria en torno a proyectos comunes. Han carecido de fuerza reivindicativa frente a los supuestos agravios de las instituciones públicas, conservacionistas sectarios, salvo excepción, y si alguna iniciativa hubo con ribetes de tibieza, resultó fallida, por su nimia contundencia. Como quiera que sea, es evidente que en la caza y para los cazadores, se ha retrocedido en número de prestaciones y es previsible pensar que no se parará aquí. Este es el problema real.
El rancio aroma del fracaso se vierte sobre los responsables de un asociacionismo imperante que ha resultado inocuo. Son cuantiosas (mucha mies y poco trigo recolectado) las asociaciones creadas al fragor del movimiento dinámico, versátil y productivo que la caza concede. Las expectativas que se tienen, o se hayan podido tener, de amparar un “status quo·” que no denigre y desafecte en demasía a clases no privilegiadas, se diluyen gradualmente, sin que haya habido un esfuerzo solidario unánime o mayoritario que lo pueda evitar.
De ahí la poca convicción y el escaso crédito que me otorgan estos “intelectos” especímenes.