Decía yo, no hace mucho tiempo,
en este mismo blog personal de caza y naturaleza, que desde mi perspectiva,
seguramente entraríamos en una nueva era de simbolismos cambiantes en
el orden de una alterada
metamorfosis en lo concerniente a denominaciones de especies protegidas
dominantes en su medio, en donde el término o sustantivo depredador, quedaría en desuso su
pronunciamiento, sustituyéndolo por una aplicación actualizada, más indulgente de su significado.
Es cierto que, con el tiempo, a
estas especies salvajes, tan sumamente
protegidas, algunas de ellas peligrosas para la integridad física de las
personas, causantes de daños en bienes domésticos y cosechas adscritos al
hombre, se les ha llegado a dotar de una
especial idiosincrasia de negativa interpretación de su instinto primigenio, que las conforman y distinguen.
Una necesidad ficticia enmarcada
de un carácter defensivo a ultranza que confunde y distorsiona, base de un proteccionismo conservacionista
adulterador de una realidad genérica en una búsqueda regeneracionista constante
que admita medidas permisivas, cargadas de comprensión hacia una
aceptación por la sociedad civil, de los
hábitos y costumbres de esta fauna tan significativa.
Que las especies silvestres
compiten entre sí en busca de espacio y
alimento, es un hecho natural. No obstante
desvirtuar interesadamente el rol que cumplen dentro de sus específicas
funciones otorgándoles sensibilidades inadecuadas, es carecer del rigor
necesario. Hasta llegar al tiempo actual, el término depredador o predador, parecía
ser el sustituto definitivo de toda una anterior cadena de calificaciones.
Para
lo sucesivo, en espera de nuevos cambios que puedan darse, deberemos acostumbrarnos
a oír la palabra mágica que sustituye en el viejo catalogo a las que le precedieron. Nace pues,
otro nuevo concepto en la definición. Escucharemos decir con asiduidad a
diversos interlocutores, cuando se
refieran a los aspectos que suceden dentro de la biodiversidad, que han sido
obra de los competidores