
En este país nuestro llamado España, la caza, el aprovechamiento racional de las especies cinegéticas tiene importantes y variados matices en su concepción y desarrollo. Asturias se conforma, entre todas sus regiones, como un hecho diferencial y pionero en el ordenamiento necesario de sus espacios naturales y en un orden legislativo cinegético que le hace ser único.
Pionero, pues aquí, en terreno astur, ha tenido lugar la creación en 1914 del Parque Nacional de Covadonga, el primero en constituirse de los de su género y rango, después, en lugares oportunos de la geografía española, en su “piel de Toro” y en lo concerniente a sus Islas, le secundarían otros y el nacimiento en Asturias en los años cincuenta del siglo pasado de Reservas de Caza tan emblemáticas (con el paso del tiempo se ha acrecentado su prestigio), como Las Reservas de Somiedo, Agregados de Proaza y Lena, Reserva de Degaña, el no menos famoso, denominado en su día Coto Nacional de Reres, hoy Redes, y el Sueve, con la ayuda inestimable de nuestros maravillosos Picos de Europa, embrión y cuna imperecedera sus altas cumbres, guardianes seculares de una especie silvestre tan identificativa de nuestro patrimonio faunístico: el rebeco cantábrico, sub-especie de morfología única, objeto de deseo su caza por aficionados de todo el mundo, que cada año nos visitan para estos fines, dada su especial idiosincrasia. Una situación creada, de la que los asturianos tendrían mucho que ver, de la que se han servido y beneficiado provincias limítrofes con la nuestra (cuestión de lo que debemos de congratularnos los por lo que ha supuesto) para regular el flujo expansivo de este tipo de fauna que producían las nacientes y ya eficaces Reservas Regionales de Caza Asturianas que menciono y crear en aquellas tierras, bajo los auspicios del entonces Servicio Nacional de Caza y Pesca fluvial más tarde I.C.O.N.A., Las Reservas de Mampodre y Riaño, en la actualidad, dos bastiones de la caza norteña peninsular, de un nivel cinegético excepcional.
No debemos olvidar ni abstraernos de estos principios, es justo reconocerlo, de la contribución que a estos fines, han tenido los Cotos Sociales de Caza de Caleao-Caso, Sobrescobio, Aller, Amieva (Carombo-Rio Melón), todos ellos lindantes con tierras leonesas, adscritos a la disciplina de la Sociedad Astur de Caza, entidad deportiva, con un número significativo de asociados (16.000 y 33 guardas ) de ámbito meramente regional, que durante un periodo de veinticinco años mantuvo al alza su cotización de reconocimiento como una de las primeras sociedades de Caza de Europa. Una desdicha para los asturianos en general su desaparición.
En cuanto a la normativa única y también pionera que rige en la actualidad, diferente en esta materia a las demás del estado, debemos resaltar aspectos de su composición, dada sus características y peculiaridades, que le confieren un estadio participativo eminentemente social. La caza en nuestra comunidad, es equitativa a través de su actividad en numerosos cotos sociales (no existen cotos privados, si acaso una reminiscencia de 500 ha. es lo que queda) gestionados por concesión, previa subasta pública, del Gobierno del Principado, por una amplia gama de Asociaciones Locales de Cazadores. La Ley de Asturias de la Caza, es garante, por si misma, de un régimen de igualdad de oportunidades para todos los cazadores. Un hito desconocido en otras latitudes del estado, más proclives a tendencias comerciales sobre la caza y con distintas formas o modalidades en el procedimiento de su práctica.
Pero si hay algo a resaltar que permita entender con más objetividad el “hecho diferencial” del que les hablo, es, al menos para mí, la pureza en el estilo y los modos de ejercer la acción de cazar. Hacerlo en Asturias requiere de gran esfuerzo físico, de una constancia extrema. La orografía montañosa, muy cerrada de arbolado y espesos matorral (cada día se propaga más este baldío, que le convierte en suciedad e intransitable, por dejadez de la administración), que nos distingue y señala, no ayuda a que la caza pueda ser más factible para cualquier aficionado, dada su condición y edad. La caza de llanura, la de las amplias mesetas castellanas, de montañas de recortada silueta, de fácil acceso y tránsito, adolece de estos molestos pesares o inconvenientes, permite y facilita que sea asequible su ejercicio para todo el mundo.
Evidentemente la modalidad de caza menor, concretamente la Perdiz, en este Principado, es residual a diferencia del alto grado de participación que se da en otras comunidades, debido a una importante densidad de perdiz roja, conejo, liebre, con climas propicios, más distintos al nuestro, que ha permitido con laboriosidad de los nativos, adaptar con modernidad y mecanismos, terrenos a las circunstancias reinantes y ello ha dado pié a producciones masivas de cereales (trigo, cebada, viñedos, etc.), importantes elementos alimentarios decisorios para la consolidación y fomento de este tipo de fauna,
No está permitida la caza menor en nuestras Reservas, salvo escasos permisos que se conceden para la Arcea en la zona de la cordillera del Sueve y ello a pesar de una densidad aceptable de Perdiz en zonas concretas de estos enclaves de especial protección. Queda pues reducido el aprovechamiento de esta gallinácea, a la permisibilidad de usos racional que algún coto social del occidente asturiano se atribuye, con una regulación de sus cupos de captura que no cubren las expectativas del aficionado. Desaparecida la liebre, sucumbida bajo los efectos perniciosos, poco saludables, de los abonos químicos, pesticidas y otras componendas, queda, para el cazador y su perro como recurso válido y consuelo a medias, la llegada de los primeros fríos invernales y la incertidumbre que se apodera de su pensamiento ante el inminente aterrizaje en sus querencias habituales de la ansiada Arcea o Becada (atesora una gran memoria, casi siempre vuelve al mismo sitio) de un ave migratoria por necesidad, de largo recorrido,, misteriosa, turbadora, de gran elegancia, camuflada en su plumaje de idéntica similitud con la estación otoñal, de rutina nocturna, procedente del norte de Europa y lo haga en cantidad suficiente, que permita a los aficionados a su caza, la satisfacción de observar el trabajo bien hecho de sus perros en la manifestación que le harán de su rastro o “peón” y puesta, como previa a su lance y posterior abate, si lo hubiese. Bien, es la caza menor que tenemos y, no hay otra, si acaso la Agachadiza, pariente de la anterior, en nuestros humedales; lo que suceda en torno a capturas sin perro de muestra, será otra cosa de contesto distinto, aunque, porque no, también interesante.
Cuando me refiero a pureza de estilo y ética en la caza, entiendo, Asturias se encuentra en vanguardia de estas virtudes. Es un punto de vista personal, consecuencia de mi experiencia adquirida en los largos e intensos años vividos alrededor de este arte, que no tiene porque ser de criterio único y tal vez pueda ser discutido. Cazar la Arcea y la Perdiz en estos pagos, es de sabios; obliga necesariamente hacer gala de una gran intuición, consecuencia lógica de un eficaz aprendizaje y una permanente dedicación de fuerte exigencia vocacional. No se caza la Arcea y la Perdiz en ningún otro territorio dentro del estado Español con tan elevado grado de dificultad.
En cuanto a la Caza Mayor, la cuota de su buen ejercicio, alcanza tintes notorios en el amplio elenco de activistas en esta modalidad que Asturias tiene. Es un tipo de caza, pudiéramos decir que, quizás se encuentre exhaustivamente controlada en sus abates, con fuertes sanciones económicas por el incumplimiento al respeto de esta norma, pero que no debemos desdeñar ni obstaculizar la vigilancia de su limitación, en donde se ejerce una responsabilidad consecuente, fruto de una aceptación individual y colectiva que obliga indefectiblemente a ser gestores unitarios de su destino a todo buen cazador que se precie de serlo. Es un ejemplo de caza, alejada de los bullicios y estruendos que producen las grandes monterías que se realizan en la mitad Sur, (con las excepciones del caso, que haberlas, hay; no todo el monte es orégano) en donde abunda la caza intensiva de reses cinegéticas, nacidas y criadas en cautividad, estabuladas con anterioridad a su suelta en fincas exclusivistas valladas, en cuantía de ejemplares según acuerdo contractual entre cazadores y empresarios, privadas de libertad, sin escapatoria y con final cierto, un muchos casos rematadas indignamente contra las verjas por algún mal denominado cazador. Los ojeos y el reclamo de la Perdiz, son derivas negativas, con cierto aire de inmoralidad, del ideario de un sistema que no debería de reconocer estas actitudes de quienes las cultivan.
Afortunadamente, nada de esto sucede en Asturias en relación con los animales de caza, que gozan en sus ciclos biológicos de reproducción y recorrido vital, de la libertad que la naturaleza les concede. Sobre ellos se genera un aprovechamiento sostenible restringido en base a la densidad que presentan las diversas especies, de acuerdo con los Planes Técnicos de Caza que proyectan las Asociaciones para un período de ciclos a determinar y aprovechamiento anual, una vez sometido su autorización a criterio de la Consejería del ramo.
El hecho intrínseco de cazar en Asturias es dispar, en este caso me refiero a la mayor, es un compendio de virtudes en donde la sutileza y la finura en los métodos a emplear, la movilidad sin obstáculos que cercene a la caza su libertad, que le facilite su independencia través de su huída, son señas de identidad que marcan la diferencia con otras metodologías de tipismo poco esclarecedor. Es la caza verdadera por antonomasia en el que la veteranía y percepción del rastreador, la autenticidad genética de sus perros y su buen trabajo serán factores determinantes.
Por tanto he aquí, las diferencias sustanciales a las que me refiero. Por un lado la actitud precursora, fundadora, emprendedora cara a la mejora y sostenibilidad de la caza, pureza y ética en su desarrollo. Otra cuestión, son los gustos, y sobre eso, no hay nada escrito.