Es un despropósito concederles el mismo estatus, que por más
que se le quiera relacionar con cualquier aspecto que define la caza
tradicional; no guarda relación alguna con esta.
Sucede que el cazador, alguno, no todos, por supuesto, ha cambiado de estrategia a la
hora de definir un lance. Sustituyen la agitación y la incertidumbre que rige
en los prolegómenos de una ansiada cita con la pieza objeto de ser abatida, por
otras que les hacen ser menos cautivos
de prevalencias emocionales, tan sumamente sentidas por aquel cazador que
cuantifica sus credenciales a través del mantenimiento de un estilo al que nunca renunciará.
Los videos promocionales de las típicas monterías, en
ocasiones nos traen a escena los reflejos de una comedia folletinesca en
versión teatral de baja estrofa. Las imágenes que reflejan estos avances
publicitarios suponen la evidencia de una falta de rigor y un mal estilo
educacional; una decadencia en las formas. Supone una degradación del ejercicio
de la cinegética y una prueba de que la caza está trufada en ciertos ambientes.
No cabe duda que los denominados “cercones”, cada día más
activos en cantidad, son un resguardo de depósito para el usuario, con garantía
de cobro. Representan una apuesta decidida que asegura el retorno de una
inversión en especies. Quienes acuden a participar a estos eventos entran en
otra dimensión de distinta concepción
que supone la caza.
Una industria que oferta y avala lances en distintos niveles
en diversidad de especies; que crece al
ritmo de una demanda que ha dejado de lado la creatividad instalándose en lo
vulgar. Porque de vulgaridad hay que hablar cuando se contempla con sonrojo lo
que acontece en estas ventanas divulgativas. Es un aprovechamiento intensivo el
que se hace con métodos vergonzantes y ciertamente hasta ridículos.
No me referiré a los hechos en sí, por ser de todos
conocidos. Pero si entraré en el alma del cazador veterano y experimentado ¿realmente que es lo que le promueve a
prestarse a este juego de despropósitos?. Una incógnita por desvelar que no
alcanzo a comprender. Pudiera pensar que
después de una larga trayectoria en el campo de la venatoria haya cubierto muchas
de sus expectativas, se proyecte hacia un giro
radical en su conducta y se sienta necesitado de ser parte activa en estos aquelarres que tratan de asimilar y constituirse
de forma indecorosa, con el buen ejercicio de una ordenada y legislada práctica cinegética,
la cual huye despavorida de estos acontecimientos tan poco edificantes.
Nada bueno se traslada a la sociedad sobre la caza y los
cazadores con lo que sucede en estas algarabías, cara a un reconocimiento más
plural y adecuado por el conjunto de la sociedad de la que tan necesistada esta la caza.
Estas fincas cerradas en
donde las especies de caza mayor criadas en cautividad, sin escapatoria posible
hacia la libertad, son puestas a disposición del usuario, según demanda, para ser abatidas durante el transcurso de su
corto recorrido, desde una cómoda espera, por armas de fuego de poderosa contextura
y calibre, sin ningún tipo de escrúpulo.
Es aquí, en estas orgías sin discreción, donde la pretendida caza se formaliza
como punto de referencia y foco de atención; luz y guía del ecologismo
conservacionista, circunstancia que sirve al referido gremio medioambientalista
para ahondar y ajustar con precisión las críticas más cruentas hacia nuestro
colectivo.
No parece pues, que esto vaya a tener solución; la caza es
inevitablemente una industria de consistente impacto en varios frentes; al
abrigo de sus intereses fuertemente protegidos, los cercados crecen como “hongos”
a lo ancho y largo de la península ibérica. La caza, a tenor de lo que sucede, se
trasforma. Priman otras cuestiones de concepción y desarrollo. La próxima Ley
de Asturias de la Caza ¿será permisible con estas tendencias?