
Seguramente sean muchas las que habría que destacar. Me quedo con aquellas de ejemplar positivismo, más que otra
cosa, que, al fin y al cabo, es lo que
merece ser tenido en cuenta. Siempre debería ser así, aunque no es lo cotidiano.
Es fácil suponer que, después de una
larga actividad en la caza (en la que aún sigo apurando el tiempo y buscando
posibilidades), haya sido testigo de hechos naturales y de casi todo tipo de
actuaciones que, unas veces servirían para cuestionar nuestra actividad y otras
para ensalzar sus virtudes.
Es evidente que durante mi estancia en la caza, la
observancia de lo que ha sucedido a mi alrededor, ha servido para documentarme
sobre aspectos concretos, hacer valoración y pasarlos, sin objeciones, al archivo de mi memoria. Soy de lo que pienso
que nosotros, los cazadores, cuando practicamos la caza, quedamos imbuidos de
una especial idiosincrasia, caracterizada de una singular egolatría; aunque a
veces, no tanto.
Son muchas las ocasiones en que he podido presenciar disputas
que tuvieran como finalidad, otorgar la titularidad de una pieza abatida, en
donde han sido más de uno los intervinientes en el lance. Por estas cosas, se
han perdido verdaderas amistades. Pocas duda ofrece de ser aclarados, cuando y
desde donde se hicieron los disparos y los impactos hallados en el cuerpo del
ejemplar cobrado. Cualquier cazador que se precie, sabe perfectamente de lo que
hablo; será muy difícil equivocarse, si
es que hay que dar un veredicto real. La experiencia en el monte cazando, nos tiene
que hacer justos.
Nunca he pugnado la titularidad de un ejemplar abatido, del
cual fuese yo el primero en efectuar el disparo. Si el animal “corre que se las
pela” después de mi acción, y es motivo de una herida superficial que no
presente síntomas de tener órganos vitales dañados que le impida seguir con
fuerza y poderío su huida, creo sinceramente que el cobro del ejemplar es para aquel
cazador interviniente en último lugar, puesto que ha sido el autor material principal
del lance.. Alguna pieza, es posible pensar, herida de muerte, se me ha ido a manos de otro. No importa, cuando
hay armonía y es esto precisamente lo que se persigue obtener Afortunadamente, no soy el único que piensa
así. No todo el mundo tiene la misma
forma de comportarse.
Recientemente, para mi sorpresa, pude abatí un jabalí entrado
en arrobas. 80, 90 kilogramos, muy escaso de "cuchillas". Sin duda una buena pieza,
exento del atributo necesario que persigue el cazador. No obstante, me di por
satisfecho ¡Faltaría más…! Digo para mi sorpresa, porque el suido, una vez
detectado por los perros, alertado,
salía de su escondrijo, iniciando una veloz carrera, por aquello de “sálvese
quien pueda”. Lo hacía por “una panda”
cubierta de una maleza que permitía seguirle con la vista a cierta distancia.
Creí oportuno, a pesar de todo, entrar en acción, con la sana intención, de que si no había acierto con los disparos,
pudiera ser posible cambiarle su trayectoria y pudiese entrar en algún puesto.
Con este pensamiento estaba, cuando me animé a dispararle con
el arma que en esta ocasión portada: un BRENO de cerrojo que uso desde hace 35
años, que sé lo que es capaz de hacer, calibre 270, munición Remington, 150 gr. SP. Sabedor de la dificultad,
no me arredré, apuntando todo lo que pude, pues el bicho, antes de que
desapareciese de mi vista, tenía distancia que recorrer; le hice tres disparos,
aproximadamente a unos 150 metros, que para un jabalí que huye a la carrera, por el
medio de un “piornal” no muy alto, se me antojaba misión imposible”. No obstante, se dejaba
ver, "endulzándome el paladar"
Ninguno de los dos
primeros consideré hubiesen alcanzado su objetivo, no tanto así me pareció el tercero, con el que
creí ver un cierto “respingón”, en el
animal: todo un síntoma, pensé. Con este
último, cambio su trayectoria. Ya no se alejaba por aquella ladera, monte
arriba, buscando ganar altura y pasar al otro lado, rompiendo el cerco tendido.
Hizo un pequeño giro sobre sí mismo, caminando hacia abajo, intentando llegar a la
espesura de un pequeño arbolado, lugar que, una vez sobrepasado, se encontraba apostado
Juan Ramón, el compañero más próximo a mi puesto, guardando como siempre, estoy
seguro, la debida atención, fruto de su b
ien adquirida experiencia como cazador-
Tardaba en producirse la detonación que esperaba. El espacio
a recorrer por el jabalí no tenía mucha trayectoria; pasaba ineludiblemente por
la espera final. El arbolado que cubría una pequeña “riega” tendría diez o 15
metros de anchura y otros tanto de largo, lo cual me hizo pensar que, o bien no fue
detectado, cuestión que me parecía imposible de que sucediese, por el contrario,
el animal tendría dificultades para desenvolverse con normalidad; le costaría trabajo
avanzar o, bien, abatido, consecuencia de haberle disparado con anterioridad.
Después de un rato de incertidumbre, se produjo por fin la detonación que esperaba
del arma de Juan Ramón, avisándonos por la emisora que el jabalí ya estaba
cobrado: yacía a sus pies. Un alivio su cobro; al menos los tiros que le hice
sirvieron para que cambiase su dirección.
En aquellos instantes, mi pensamiento se centraba en aquel
tercer disparo que me hizo pensar. Como quiera que fuese, lo vería, y si tenía los efectos de un único impacto, la cosa
quedaría clara. Al momento, de nuevo Juan Ramón contacto vía emisora con todos
los compañeros, informando de que el animal presentaba las consecuencias de dos
disparos. Uno le atravesaba el cuerpo a la altura de los órganos vitales, y, el
otro, se encontraba alojado en el cuello. Juan Ramón, en un acto que le honra,
dejó zanjada la autoría principal. Le había
apuntado, casi defrente. El jabalí, ya venía muy menguado de vitalidad,
arrastrando con gran penuria física su
corpachón por los efectos de uno de mis disparos, que bien podía ser el tercero.
Juan Ramón, haciendo lo que tiene que hacer un cazador responsable, le privó del
sufrimiento. Alguien que observaba atento la batida desde un lugar propicio, sin intervenir, me dice, una vez cobrado la pieza, que fué el primero quien le impactó.
Esto es lo que quiero resaltar. La buena disposición que ha
tenido mi compañero. Cuando las cosas suceden así, suele haber sus más y menos;
lo he visto en otros sitios; disfrazan la realidad por un mal entendido egoismo;
no es el caso entre los componentes de mi cuadrilla. Mi compañero fue claro y
conciso desde el primer momento. Sirva esta extensa redacción, para expresarle
mi gratitud, no solo por dejar constancia de quien fue el autor, eso era lo de
menos, como ya indiqué en otro capítulo de esta redacción. Reconforta saber que siempre hay alguien que
por encima de egoísmos y demás tribulaciones "de mal fario", está la necesidad intima de ser sincero
consigo mismo, hacia y con los demás. Muchas gracias Juanra. Tenía "ganes de soltalo".