Respetando cualquier opinión que tuviera intencionalidad de ser objetiva, difiero de quienes califican las monterías que se celebran en centro y sur peninsular como paradigma del verdadero “alma de la venatoria”, cuestionando en sus referencias, como “casta inferior” y por lo tanto de menor consideración y prestigio el tradicional sistema empleado en las batidas norteñas. Es de suponer que, quienes hacen tales afirmaciones, carecen del conocimiento exacto que la actividad venatoria tiene en estos y distintos pagos tras la cornisa cantábrica. La propia orografía de la España verde representada en las comunidades del norte peninsular (en este caso me refiero más concretamente a mi tierra asturiana) la rica y versátil composición de su naturaleza, ha permitido fomentar y desarrollar un modelo de caza único, social, sostenible y responsable, más personal, apegado al medio, fuera de las estridencias que otorga el jolgorio de las rehalas que se dan en las monterías extremeñas o andaluzas. Evidentemente con las salvedades oportunas, que las hay.
La caza en las comunidades citadas, a nivel global, alcanza una dimensión de un carácter conceptual y de desarrollo distanciado de prácticas sociales muy alejada de nuestros principios como cazadores norteños. Escasas son ya las manchas de Despeñaperros para abajo de régimen y aprovechamiento en territorios abiertos en el que las especies gozan de plena autonomía y libertad durante su ciclo y ritmo vital. Estigmatizar las monterías elitistas sureñas, darle carácter de “rango superior” en cuanto a su concepción se refiere, desde el sentido más estricto del purismo cinegético, representa una evidente contradicción con las formas en que se ejerce su actividad, rodeada la fauna cinegética de cercados y vallados.
El trascendente sentido emocional que en la vertiente norte produce la caza en batida (debe obligatoriamente concedérsele crédito a la caza del jabalí con perros a la cadena) la singularidad de su ejercicio, requiere de la puesta en marcha de todo un dispositivo táctico en pos de un objetivo común; momentos previos de seguimiento y localización de la pieza objeto de ser abatida. Aquí, en estos menesteres, nada se improvisa; la actuación de los monteros, enriquecedora en su sabiduría y planteamientos, tiene un carácter personalizado aleccionador del espíritu carismático que adorna la caza, menos bullicioso que el ruido que hacen un sinfín de rehalas que serían sin duda dañinas para nuestro ecosistema, representado por la alta densidad de fauna salvaje que conviven compartiendo zonas de querencia de gran sensibilidad, muy necesitadas de medidas precautorias que les permitan mantener el privilegiado estatus de libertad del que gozan.
Por tanto, dos formas diferentes de especial idiosincrasia, atractivas ambas para el cazador, que en ningún momento se debe cuestionar en detrimento y menoscabo una de la otra.