Son dos sentidos y una situación, a mi criterio, de verdadera importancia en el tiempo de estancia en la espera que debemos agudizar.Fundamentales ambos, pero si me dan a escoger, con las salvedades del caso, que haberlas hay me quedo con el ruido; mucho más delator, advierte con tiempo suficiente la inminente llegada a nuestro contorno de algo que se mueve. La vista, sustituye al ruido en jornadas en que la climatología no es buena compañera de viaje; el viento, la lluvia, el agua que corre de un manantial o riachuelo, alteran y nos hace perder capacidad sensitiva en el oído.
Me refiero como más fiable, al menos para mí (cualquier opinión es respetada y tenida en cuenta), el sonido que se siente producido en el sotobosque, lugar de nuestra estancia, punto exacto en que debemos de encontrarnos, como lugar escogido y encomendada su vigilancia, una vez analizados los niveles de posibilidades del mismo, previa observación detallada de las condiciones que pudieran darse caso de que se celebre un hipotético lance. Cualquier incidencia que se produzca, próxima a nuestra ubicación, que tenga mínimas partículas de ser oídas, nunca deben de ser desechadas. Hay que ser constante en el mantenimiento de la atención y efectuar un seguimiento de la quietud alterada que reina en el ambiente.
Por el contrario a este pensamiento se encuentra el silencio debido a que debemos someternos en la zona de asentamiento, sin emitir ruido que nos delate, especialmente cuando la pieza objeto de ser abatida, ha sido levantada y despliega, en su huida, el compendio de sus mejores dotes que la naturaleza, sabia como la que más, le ha otorgado: fino olfato y extraordinaria sensibilidad auditiva, amén de otras cualidades que su estado salvaje, la naturaleza, para su defensa y supervivencia, le ha permitido obtener. No debemos olvidar que, a diferencia de las especies de caza que se encuentran en su propio medio, las necesidades planteadas para el cazador (su ego solamente satisfecho con el cobro de la pieza) no tienen la misma prioridad que la pieza perseguida. La diferencia es notoria entre las dos necesidades, dramática por sí misma para el perseguido, si no tiene la sutileza de evadir el cerco a que ha sido sometido y en la parte contraria, una mala gestión del lance por el cazador, equivaldría en una próxima oportunidad a gozar de nuevas sensaciones en donde resarcirse de su frustración.