Seguramente esta cuestión sea compleja de definir. Está
establecido que la caza es un sentimiento, una pasión inexplicable. No obstante
otros hablan de la herencia genética depositada y recibida. Tratar de resolver
las coordenadas del porqué se caza, resultaría muy complejo de responder de
forma acertada para el cazador. No sabría que decir ante una posible demanda
que me hagan en este sentido. Es algo que me he preguntado a mi mismo en muchas
ocasiones sin encontrar respuesta a mis deseos de saber. Creo, por otras
versiones, que no soy el único que le ocurre y su pensamiento se iguala al mío.
Pero el caso es que necesito cazar; constantemente espero ilusionado e inquieto
la llegada de la nueva temporada. Ese es el misterio.
Se ha dicho hasta la saciedad que la caza es la actividad
humana más antigua: nació con el hombre. Ocupó, desde los tiempos más remotos,
un lugar destacado para su existencia. Esencial, al principio, para su
subsistencia. Pero eso no siempre ha tenido el significado de sentir
sentimiento o pasión por el ejercicio de esta práctica; fueron las
circunstancias las que necesariamente obligaron a nuestros antepasados a
desenvolverse en un medio hostil para satisfacer sus necesidades más
perentorias.
La caza, a través de
los tiempos, ha venido sufriendo de
metamorfosis en la concepción y el desarrollo de su ejercicio. Ha dejado de ser
un sector primario, para hacerse deportiva y competitiva, a excepción de los países del llamado tercer
mundo que ven representados en las especies salvajes uno de los escasos
recursos alimenticios como método de supervivencia al alcance de sus
poblaciones más necesitadas. En el primer mundo, aquel que ha logrado un alto
nivel del desarrollo humano y disfruta de los más altos estándares de vida, la
finalidad del cobro de la pieza tiene otros fundamentos muy diferenciados que
nacen en el origen del ego de la persona cazador: se persigue la pieza para
procurarse su cobro y analizar el supuesto trofeo conseguido y hacer la valoración
del lance. Las condiciones en que ha sido efectuado, a veces, supone mucho más
que el logro de la pieza abatida.
Por eso, conviene reflexionar sobre todo, el cuándo y el cómo
el cazador toma la suficiente conciencia de que los es a todos los efectos. ¿Le
sobrevino la afición o ya estaba en sus genes? Esto último puede ser una
utopía, a diferencia de otros criterios que respeto, pero que no comparto Es
seguro que conocer la caza por tradición familiar en edad temprana,
relacionarse y participar en ella, aunque sea de meritorio en espera de
alcanzar la edad reglamentaria que permita obtener permiso de armas y licencia
de caza, es algo más que una superior razón que ayuda de manera decisiva en la intención de convertirse en un cazador
deportivo. Sin estos antecedentes venatorios que han rodeado nuestra niñez y
adolescencia serían mínimas las posibilidades de alcanzar el grado de afición
necesario. Si esto no es así, cabe la excepción. Son conocidos casos en que, una
persona en edad adulta, sin genes supuestamente influyentes de ascendientes en
la cinegética, sin entorno familiar que le pueda trasmitir afición a la
caza, se han convertido, en estupendos cazadores.
Por tanto, personalmente, creo que el cazador se hace. Es lo
que pienso.