No soy presuntuoso, el poseer esta actitud, quien bien me conoce sabe perfectamente que no es una de mis debilidades o defectos. De cualquier manera, el hecho cierto, es que ocurrió y me atrevo a contarlo con gran satisfación, al fin y al cabo estamos en una página de opinión, que habla fundamentalmente de caza, en donde tambien tienen cabida contar anécdotas de este tipo, que son creíbles, por verdaderas, tal como la que les relataré, cuestión que dio lugar a que sucediera un hecho insólito, al menos para mí, pues nunca me había ocurrido con anterioridad, pero que no descarto pueda volver a ocurrir en un futuro ¿porque no?
Disfrutaba de un permiso (que por sorteo me había correspondido) para rececho de un venado, con opciones a trofeo, en la Reserva Regional de Riaño (Castilla-León). La cita con el guarda acompañante había sido acordada previamente, en hora temprana, cercana al alba del nuevo día, en la localidad leonesa de Vegacerneja, distante a unos diez kilómetros del bello pueblo de Riaño, capital del municipio que lleva su nombre. No identificare a este celador, estupendo profesional, me gustaría poder hacerlo, me quedo con las ganas, por aquello de la privacidad en los medios, de larga y fructífera trayectoria en el cumplimiento de sus funciones, persona de trato sencillo y respetuoso con todo el mundo, como he podido comprobar, alejado de cualquier tipo de banalidad, viejo conocido, en otras circunstancias, del que aquí suscribe.
Una vez ubicados en el lugar del encuentro, celebrados los saludos de rigor, primeros cambios de impresiones cumplidos los trámites, en lo que a mí se refiere, para la debida comprobación de los documentos de caza, el siguiente paso consistió en introducirnos en el todo terreno con nuestros bártulos debidamente asentados, incluido el 7 MM. R. M. de mi propiedad, del que haría uso más adelante, e iniciar un recorrido, rumbo al cazadero, por una pista de trazado sinuoso, en tramos de mala calzada, muy abandonado su firme, finalizando el trayecto en algo que denotaba, por su aspecto, haber sido en otro tiempo lugar de pastoreo de ganado domestico.
Las condiciones climatológicas de aquel 27 de Setiembre, hacían presagiar una jornada de caza idónea en cuanto a metereología se refiere. Temperatura templada y agradable, mañana clara, de mucha luminosidad, sin viento, cielo azul; elementos atmosféricos posicionados a nuestro favor, que nos facilitaría poder vigilar y analizar con mejor detalle a través de nuestros visores, cualquier movimiento que pudieran hacer este tipo de ungulados en aquellos terrenos próximos a nuestro elegido observatorio.
La “berrea” del venado, todo un acontecimiento acustico de excepcionales proporciones que se produce de forma puntual e inalterable a lo largo y ancho de nuestra geografía patria (gracias a su extraordinaria densidad en numerosos asentamientos) en el ambito de la naturaleza, recien dió comienzo la estacion otoñal, para solaz recreo y deleite de quienes amamos el ecosistema; es época señalada de celo para esta variedad de herbivoros en el calendario cinegético español, un proceso que la sierra y nuestros montes asturianos cargados de variopinta diversidad, faunista y floral, tiempo inalterable en la estacion otoñal, llamada esta especie a procrearse, no sin antes haber tomado parte en duras y cruentas luchas intestinas con los de su igual, en busca de un vencedor territorial que le convierta en un lider, dueño y señor de los destinos de un “harén” conquistado, que le facilite desde la prominencia alcanzada, cumplir con diligencia y eficacia en las exigencias que la naturaleza le demanda en pos de la sostenibilidad y renovación de sus recursos.
El grito profundo, poderoso y bravío que es el “berro” de un macho de venado, oída su fuerte resonancia con intensidad cuando se produce, bien en la espesura del bosque, algún que otro descampado, o entre montes cubiertos de extensos “brezales” y “jaras”, ademas de lo que se supone el sonido gutural tan caracteristico que emite en estos trances, sirva o se convierta en un señuelo perjudicial para su integridad fisica, que les hace delatar su posición, probablemente sea un aviso, como recordatorio a sus congéneres macho, advirtiéndoles del marcaje de su territorio, seña conminatoria para posibles intrusos, o llamadas de reclamo a las hembras, algo muy necesario que les apremia que juega en su contra, que bien pudiera ser definitivo para los fines que persigue un cazador.
Uno de estos sonidos acústicos como estigma, lanzado a los cuatro vientos, recogido en las altas cumbres y por el eco de los valles, nos propició la posibilidad de observar muy temprano, en su estado puro, en un abierto del bosque, acompañado de tres hembras, a un ejemplar macho de bonito trofeo, una calidad del mismo en cuanto a su cuerna, que no me ofrecía dudas en mis pretensiones de poder abatir uno de las características que presenciaba. Se hizo una entrada con sigilo, tomadas todas las precauciones no fuesemos a ser detectados, por uno de los lados del bosque, previo rodeo del mismo, con la pretensión de situarnos cercanos al linde con la pequeña pradera, lugar de ubicacion de los animales, siempre con el aire a nuestro favor, una acción que personalmente considere como la más adecuada; nada que objetar a la estrategia del guarda, veterano y con experiencia en estas lides; el arma apoyada en la horquilla y en situación de disparo, el visor corregido y a punto, la distancia de cien metros, esperando únicamente que la pieza me ofreciese más “chance” se exhibiera y me diese mejor cobertura de su cuerpo. Todo terminó en décimas de segundo, nuestras expectativas de cobrar la pieza, se desvanecieron: una hembra, venida de atrás, con la que no contábamos, irrumpió alocadamente en aquel pasto, alertando al grupo de nuestra presencia; en un instante desapareció cualquier atisbo de vida cervuna que habíamos podido contemplar. Ocasión fallida, a mi pesar, que lamenté, pues la pieza era interesante.
Nuevamente en acción, nos situamos en una atalaya, de amplio panorama. A nuestros pies un valle hundido, de espesos matorral, por el que transcurría un pequeño riachuelo; enfrente una ladera pronunciada de grandes proporciones cubierta de espesa vegetación; en su interior, asomando su figura, se encontraba un macho en labores de control sobre a una hembra situada a una prudente distancia. “Prismateado” el animal, observada y analizada su testa, se podía decir que cumplía los requisitos básicos que yo me había marcado en la realización del permiso. El cómo hacerlo, se complicaba, pues nuestro amigo, era rácano en mostrar integra su anatomía. Aun eran las ocho de la mañana, la visibilidad, como digo, perfecta, el viento inexistente. La pieza no daba tregua, seguía inmóvil, impertérrito, muy concentrada su vista en la graciosa y ansiada prenda. Sucedió que hacia las nueve, antes del mediodía, un venado joven, en el viso del monte, hizo su aparición: audaz como el que más, sabía lo que buscaba, no dudó ni un instante en provocar al adulto pretendiente y decidido se fue a por la hembra. Un movimiento que hizo reaccionar al maduro, que, caso de no ser diligente, podría perder los favores de su anhelada compañera, cuestión que le obligo a moverse y a cambiar la visión de su cuerpo, un instante suficiente que me permitía verle con nitidez, a pesar de su distancia (400 mts. según me señaló el guarda) en toda su grandeza.
Esa circunstancia tan positiva para mis intereses, me impulsó a tomar una decisión. El venado me agradaba, su cuerna daba la impresión de estar bien construida, arqueada con uniformidad, sus rosetas sin desmerecer. Mis recursos crematísticos se adaptaban al cobro de un venado bien concebido y estructurado y no a un trofeo espectacular, si es que lo había, que pudiese resultar delicado para mi modesto bolsillo. Todos estos ingredientes que me satisfacían fueron el detonante de mi acción posterior. Después de una hora de contemplación y espera, le comunique al guarda que en aquellas condiciones favorables le haría un disparo. Sorprendido por mi decisión me hizo ver la dificultad que se presentaba para obtener éxito. Le dije que me encontraba seguro, muy tranquilo. La mochila al suelo, en un saliente de roca, reforzado el amortiguamiento por un polo, apoyé el rifle, calcule el lente, lo gradué a mi visión; justo a tiempo de accionar el gatillo, un rayo de sol se interpuso en el visor, cegándome, alertado el guarda, interpuso su mochila entre la luz penetrante y el arma, no sin antes recomendarme, que apuntase 25 centímetros por encima de la paletilla, pues calculaba que la caída de la bala tendría ese efecto. En esas estaba, accionando el gatillo y cuál no sería mi sorpresa al producirse el derrumbe de la res. Sorprendidos ambos por el éxito de la misión, vencida la agradable sorpresa, nos encaminamos hacia el lugar de los autos.
Debo de rendirme a la experiencia del guarda, al conocimiento exhaustivo que mostró tener de aquel “matorrojon” de pequeños carbayos, pues me hubiese resultado difícil, por no decir imposible, en aquellas condiciones, localizar la pieza abatida. Se encontraba a unos 25 mts. del lugar (marcaba 375 mts. al punto del disparo) en que sufrió el impacto, al cual habíamos llegado, gracias al buen oficio del guarda. Dejaba entre la hojarasca pequeñas manchas de sangre que permitió su cobro. No se acababan las sorpresas al comprobar que la bala le penetró por toda la paletilla; una munición KS. de l65 g. para un calibre 7 MM. R. M.
A posteriori, unas horas más tarde, el tiempo cambió drásticamente, una espesa niebla hizo su aparición cubriendo con su manto de humedad todo el monte alto. Suerte que la cacería ya estaba hecha.