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Blog de Caza
02 de Abril, 2014    General

EL JABALÍ ESPECIE NOCIVA Y BENEFACTORA



De amplia dispersión y adaptabilidad a diversos ambientes; omnívoro irredento,  de multiforme y copiosa  dieta; consumidor de todo tipo de materia orgánica (frutos, tubérculos, larvas, legumbres, inclusive carroña etc.), su capacidad  para reproducirse y sobrevivir, hacen de esta oportunista y prolífica especie, la más popular de nuestra caza y, en contraposición, una de las más perjudiciales para el sector primario, a la vez que un serio problema para la seguridad vial, por los numerosos accidentes de automóvil que producen su incursiones en las calzadas.

A modo de síntesis, puesto que profundizar en  aspectos más precisos y anecdóticos de la idiosincrasia de la  particular personalidad  que emana de este suido, entraría dentro de un estado repetitivo, innecesario por otra parte. No obstante debo decir, que este blog tiene lectores ocasionales extraños a la caza y al mundo que la rodea; devotos sublimes de la fauna y flora; admiradores de la composición paisajística,  y  para ellos fundamentalmente, en la medida que pueda tener algún efecto informativo, circunscribo la narrativa de este artículo.

Por tanto, no va dirigido este mono-tema sobre  jabalí a los cazadores; me consta,  ya saben bastante y no hace falta que alguien como yo les  aclare nada. No obstante lo tutelo con toda la modestia del mundo, bajo el prisma de intentar aportar  al ciudadano, ajeno a la caza,  que adolece de noticias fidedignas y siente curiosidad sobre los hábitos rutinarios, ciclos biológicos, etc. de esta magnífica especie. Para ello no he contado con versiones estereotipadas al uso,  que se exhiben en ciertos medios de difusión de origen temático. Lo que aquí expongo es la versión “in situ” de un cazador con el “zurrón” henchido de recuerdos y experiencias,  contando, exento de presunción, sin excesivas matizaciones, su versión particular de lo que es y supone el carácter agreste que tantas emociones trasmite a los adictos a su caza.

Pues bien, entrando en materia y después de este largo prólogo, del que ruego me disculpen, tal y  como ya quedó reflejado reiterativamente en infinidad de ocasiones, las razones aparentes cercanas a una realidad objetiva de este cerdo salvaje referido a   su explosión demográfica de la que hace gala; el gran auge del  nivel poblacional que luce este suido en la actualidad y desde hace unas décadas, obedece a factores determinantes  supuestamente entroncados con el abandono de la actividad agraria, así como la despoblación y el envejecimiento en el medio rural que ha provocado un cambio resuelto de hábitat, pasado de un sistema agro-ganadero constituido  a un abandono persistente de tierras de pastoreo y de labor,  convertidas por falta de uso, en eriales de fuerte espesura,  improductivos para el hombre, por el que expresan su querencia los jabalíes como refugio.

 

Pudieran  ser estos  los compendios principales que definan y otorguen credibilidad a  la trayectoria  poblacional cuantitativa y cualitativa de esta especie que ha conseguido repoblar toda clase de montes y otros territorios (en zonas concretas declarada como plaga), merodeando sin temor el  mundo urbanizado en el cual ha irrumpido dejando su impronta en parques y jardines de los extrarradios de las ciudades, villas, pueblos, provocando auténticos destrozos. No obstante, cabe pensar que  también pudiera haber otras causas, por las que me inclino, que sin desmerecer opiniones ni aspirar a  contradecirlas, quepan dentro de lo posible. Me refiero, a las ponencias científicas y técnicas sobre el portentoso aumento de las poblaciones de jabalíes, algo que con anterioridad nunca antes había sucedido en la naturaleza, catalogado  por los expertos como un prodigio que, como es obvio, sus conclusiones no me corresponde citar.

Factor importante a tener en cuenta, referido a nuestra comunidad asturiana,  para el fomento de esta especie que le ha permitido expandirse y colonizar nuevos espacios,  ha sido la consolidación en Asturias de Zonas de Seguridad, constituidas próximas a núcleos urbanos, rurales, o de otras características de impronta medioambiental, declaradas  por la administración regional preventivas para la protección de personas y bienes, en donde, por tales motivos, está prohibida toda actividad cinegética. En el interior de estos espacios naturales, al resguardo de las normas que los preservan, se cobija preferencial y temporalmente el jabalí. Durante su tiempo de estancia en ellos, encuentra el abrigo adecuado que le suministra paz y sosiego, únicamente alterado, cuando obligado por la necesidad de su sustento las abandona, ocasionándole serios trastornos en la defensa de su integridad física, pues el cazador, conocedor como nadie  de sus costumbres,  situado en puntos estratégicos de su recorrido, le acecha para abatirle

La complejidad, la importancia y consecuencias para distintas actividades humanas que ocasionan sus cuantiosas incursiones nocturnas en busca de alimento, le han hecho hacerse acreedor del repudio de los damnificados; en primer término, los campesinos que sufren directamente las consecuencias, manifestando su rechazo a este animal por los estragos que origina en sus cosechas cuando de alimentarse trata. Igualmente en el campo de los seriamente perjudicados se encuentran las gestoras de cotos regionales de caza u otras áreas de tipología distinta (algunas con cargo a los presupuestos de la administración autónoma respectiva) abocadas a tener que soportar el  gasto excesivo que supone la contratación de pólizas de seguro que las exonere de  la  responsabilidad civil que pudieran tener en los accidentes de tráfico que produce este animal al cruzar la red de autopistas,  carreteras nacionales y locales. 

No le arredra cualquier actividad que se origine tratando de reducirlo a parámetros de adecuada sostenibilidad. Su inteligencia, valentía, bravura, fino olfato y oído, son los valores característicos que le identifican y les permite evadir  cualquier cerco; los peligrosos, afilados y salientes colmillos, identificados como “navajas” que portan los veteranos elementos, disuasorios para cualquier advenedizo que trate de importunarle, representan el bastión irreductible de su  defensa ante el ataque de un congénere por la posesión de las hembras,  el acoso de los perros que siguen su rastro para reducirlo, o ante cualquier otro enemigo que trate de acabar con su vida.

Los ataques al hombre, si no es provocado con intensidad,  de forma que no se sienta presionado, en escasísimas ocasiones se producen. Otra cuestión son las hembras con crías. Ahí conviene ser prudente cuando son avistadas con sus proles, de las que son admirables y bravas defensoras; conviene guardar la distancia de forma que entiendan que sus rayones no corren peligro. En ocasiones he podido contemplar, sin estar de caza, paseando por los montes, a jabalíes solitarios o bien en grupo, de toda condición y tamaño,  a escasa distancia, sin que haya mediado entre los dos ninguna diferencia insalvable ni conflicto alguno. No obstante, bueno será, no confiarse y ser precavido.

  Cazar  el  jabalí, como especie cinegética declarada, independientemente de la fuerte carga emocional que ejerce su caza entre los cazadores, tiene otras connotaciones de repercusión directa en la vida social de las personas, benéficas sin duda, pues sus capturas  a través del dinamismo que ejerce la acción venatoria sobre este cerdo salvaje, son  aspectos colaterales que  representan ser una fuente inagotable de riqueza para significados sectores industriales, sociales y del medio rural; facilitando la creación  de empleo directo e inducido.

En el orden de las cuantiosas extracciones de las que ha sido y está siendo objeto, es posible mantener su aprovechamiento sostenible, mediante una gestión ordenada que impida evolucionar en sentido contrario. A ello, sin duda, ayudara la capacidad de fecundar de esta especie (la más elevada en nuestro país entre animales de caza mayor), pues su madurez sexual, tanto en las hembras como en los machos, la alcanzan en el primer   año de vida. No es nada infrecuente encontrarse en el monte con una hembra acompañada con sus retoños de dos generaciones  (algo que no sucedía con asiduidad hasta hace bien poco tiempo), producto de sucesivos partos en el año, muy próximos entre sí, pues su gestación se establece en el orden de tres meses y medio. La abundancia de alimento del que se nutren en cualquier estación del año es un agente de eficaz equilibrio que  posibilita portar un excelente estado de salud  y por derivación convertida en una lactancia llena de saludable nutriente para sus vástagos dependientes.  

En el jabalí se da la paradoja, en cuanto a su alta explosión demográfica,  de que lo que es bueno para unos, significa un contratiempo para otros; pudiéramos denominarlo como la “pescadilla que se muerde la cola”. El caso plantea dudas de difícil solución. Reducirlo, erradicarlo (muy difícil; casi imposible, no se ha conseguido jamás; ni las epidemias o enfermedades han podido con él), o mantenerlo en su estado actual. Esto último requiere del pago de fuertes indemnizaciones por las sociedades de cazadores, de concepción y desarrollo  social, que ha hecho descarrilar o poner en serios apuros las finanzas de buena parte de estas gestoras.

No ejercitar la caza del jabalí, ni ninguna otra, tal y  como sostienen  los grupos ultra-ecologistas, supondría, en el caso de este animal, un descalabro en el medioambiente; un despropósito de lograr estos planteamientos, cuyas consecuencias negativas  surtirían causa perniciosa en las abundantes nidificaciones que hacen sobre el propio  terreno algunas  especies volátiles (urogallo, perdiz roja y parda, codorniz, avutarda, faisan), desguarnecidas e impotentes en la defensa de sus polluelos ante el empuje y las ansias permanentes de satisfacer su siempre insatisfecha voracidad.

Por eso la intervención de los cazadores en el aprovechamiento cinegético del jabalí debe de ser predominante. Es lo que procede hacer y no lo que se pretende; pues si se hace caso a los detractores de la caza, siempre opuestos a esta actividad, en la que no creen, o dicen no creer, preconizando su malestar hacia ella, lo oportuno estaría en la prohibición de su ejercicio.  Una situación de facto que de concretarse, obligaría a la administración a encargarse de contrarrestar la creciente actitud transgresora del jabalí por mor de su grado de expansión y la influencia negativa de su pertinaz e imperioso  dinamismo. Pretender sustituir a los cazadores, dando cabida a la contratación de un cuerpo profesional extraño a la caza, encargado de forjar la regulación del suido, como medida paliativa  que frene  su crecimiento y posibilite una involución eficaz del mismo, con un sistema  alejado de los métodos tradicionales que la caza  acostumbra a emplear, no es lo preceptivo que se requiere, puesto que obligaría al ente público a la prevención y uso posterior de fondos comunales que prestarían, seguramente, mejor servicio a otros destinos, además de representar  un gasto excesivo e  inútil.

 A modo de estadísticas de las que para este tramo final de mi   comentario me he servido en lo que se refiere a su abate, las cifras estimadas que se han publicado cotejables entre temporadas, son del todo elocuentes. En España, en un período que abarca los últimos diez años, se ha pasados de 30.000 ejemplares cobrados a los Casi  250.000  durante la temporada 2010/11. En Asturias podríamos centrar la cuantificación de su caza al momento actual en una aproximación cercana  a los 8.500. Con anterioridad, hace veinticinco años o quizás menos, en nuestra comunidad, la cuantía era muchísimo menor, pues no llegaban c a los 500 capturados de esta res montuna.  Todo un referente acreditativo de lo que es  una realidad.

 Ni por aproximación me atrevo a decir, pues entiendo que nadie sabe, cual es la realidad exacta de la densidad actual  en España de este animal en condiciones de libertad, desarrollándose en plena naturaleza, toda vez que  es aquí, en el estado salvaje con el que convive y se identifica, en donde se debe de cuantificar el posible censo que haya alcanzado su nivel poblacional, puesto que sería improcedente censar aquellos jabalíes criados y estabulados en numerosas granjas, y  por tanto sujetos a una  alimentación artificial, cercenados en su movilidad, sujetos a una convivencia en fincas fuertemente  valladas que les imposibilita romper el cerco y  evadirse de la cautividad y el hacinamiento a que son sometidos, paso previo a su posterior sacrificio a través de un  método alejado de la ortodoxia cinegética, de lo que se ha dado en llamar “caza intensiva”, nada que ver con  la deportiva.

 La horquilla se baraja entre millón y medio y dos millones de ejemplares de jabalíes campeando por los montes y dehesas españoles. Demasiado diferencial, sinónimo de lo que es un desconocimiento evidente de una realidad objetiva. Supone una desviación de un 25%, lo que corrobora las dificultades que entraña efectuar un conteo adecuado del total de individuos de esta carismática especie.

Hay otros aspectos que se suponen rigurosos en torno a los jabalíes procedentes de precisiones supuestamente más concisas. Las dejo para pronunciamientos de Biólogos, Veterinarios, etc.; para la rama científica, que son de las que provienen. He tratado aquí de hacer una síntesis global de lo que he creído aprender en el ejercicio de la caza, con el jabalí como eje central;  que más que una afición, como diría el gran Delibes, es una pasión,  que aún perdura y no decae ni un ápice, después de tanto tiempo. Si en algo, a alguien,  he sido útil; se ha entretenido con la lectura de estas descripciones que narro,  me doy por satisfecho. Esas eran mis intenciones y no otras. Gracias por su atención.

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

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publicado por eduardobros a las 15:46 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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