
De amplia dispersión y
adaptabilidad a diversos ambientes; omnívoro irredento, de multiforme y copiosa dieta; consumidor de todo tipo de materia
orgánica (frutos, tubérculos, larvas, legumbres, inclusive carroña etc.), su
capacidad para reproducirse y
sobrevivir, hacen de esta oportunista y prolífica especie, la más popular de
nuestra caza y, en contraposición, una de las más perjudiciales para el sector
primario, a la vez que un serio problema para la seguridad vial, por los
numerosos accidentes de automóvil que producen su incursiones en las calzadas.
A modo de síntesis, puesto que profundizar en aspectos más precisos y anecdóticos de la
idiosincrasia de la particular
personalidad que emana de este suido,
entraría dentro de un estado repetitivo, innecesario por otra parte. No
obstante debo decir, que este blog tiene lectores ocasionales extraños a la
caza y al mundo que la rodea; devotos sublimes de la fauna y flora; admiradores
de la composición paisajística, y para ellos fundamentalmente, en la medida que
pueda tener algún efecto informativo, circunscribo la narrativa de este artículo.
Por tanto, no va dirigido este
mono-tema sobre jabalí a los cazadores;
me consta, ya saben bastante y no hace
falta que alguien como yo les aclare
nada. No obstante lo tutelo con toda la modestia del mundo, bajo el prisma de intentar
aportar al ciudadano, ajeno a la caza, que adolece de noticias fidedignas y siente
curiosidad sobre los hábitos rutinarios, ciclos biológicos, etc. de esta
magnífica especie. Para ello no he contado con versiones estereotipadas al
uso, que se exhiben en ciertos medios de
difusión de origen temático. Lo que aquí expongo es la versión “in situ” de un
cazador con el “zurrón” henchido de recuerdos y experiencias, contando, exento de presunción, sin excesivas
matizaciones, su versión particular de lo que es y supone el carácter agreste
que tantas emociones trasmite a los adictos a su caza.
Pues bien, entrando en materia y después de este largo
prólogo, del que ruego me disculpen, tal y
como ya quedó reflejado reiterativamente en infinidad de ocasiones, las
razones aparentes cercanas a una realidad objetiva de este cerdo salvaje
referido a su explosión demográfica de la que hace gala;
el gran auge del nivel poblacional que
luce este suido en la actualidad y desde hace unas décadas, obedece a factores
determinantes supuestamente entroncados
con el abandono de la actividad agraria, así como la despoblación y el envejecimiento
en el medio rural que ha provocado un cambio resuelto de hábitat, pasado de un
sistema agro-ganadero constituido a un
abandono persistente de tierras de pastoreo y de labor, convertidas por falta de uso, en eriales de
fuerte espesura, improductivos para el
hombre, por el que expresan su querencia los jabalíes como refugio.
Pudieran ser estos los compendios principales que definan y otorguen
credibilidad a la trayectoria poblacional cuantitativa y cualitativa de
esta especie que ha conseguido repoblar toda clase de montes y otros territorios
(en zonas concretas declarada como plaga), merodeando sin temor el mundo urbanizado en el cual ha irrumpido
dejando su impronta en parques y jardines de los extrarradios de las ciudades, villas,
pueblos, provocando auténticos destrozos. No obstante, cabe pensar que también pudiera haber otras causas, por las
que me inclino, que sin desmerecer opiniones ni aspirar a contradecirlas, quepan dentro de lo posible.
Me refiero, a las ponencias científicas y técnicas sobre el portentoso aumento
de las poblaciones de jabalíes, algo que con anterioridad nunca antes había
sucedido en la naturaleza, catalogado
por los expertos como un prodigio que, como es obvio, sus conclusiones no
me corresponde citar.
Factor importante a tener en cuenta, referido a nuestra
comunidad asturiana, para el fomento de
esta especie que le ha permitido expandirse y colonizar nuevos espacios, ha sido la consolidación en Asturias de Zonas
de Seguridad, constituidas próximas a núcleos urbanos, rurales, o de otras
características de impronta medioambiental, declaradas por la administración regional preventivas
para la protección de personas y bienes, en donde, por tales motivos, está
prohibida toda actividad cinegética. En el interior de estos espacios naturales,
al resguardo de las normas que los preservan, se cobija preferencial y
temporalmente el jabalí. Durante su tiempo de estancia en ellos, encuentra el abrigo
adecuado que le suministra paz y sosiego, únicamente alterado, cuando obligado
por la necesidad de su sustento las abandona, ocasionándole serios trastornos
en la defensa de su integridad física, pues el cazador, conocedor como nadie de sus costumbres, situado en puntos estratégicos de su recorrido,
le acecha para abatirle
La complejidad, la importancia y consecuencias para distintas
actividades humanas que ocasionan sus cuantiosas incursiones nocturnas en busca
de alimento, le han hecho hacerse acreedor del repudio de los damnificados; en
primer término, los campesinos que sufren directamente las consecuencias, manifestando
su rechazo a este animal por los estragos que origina en sus cosechas cuando de
alimentarse trata. Igualmente en el campo de los seriamente perjudicados se
encuentran las gestoras de cotos regionales de caza u otras áreas de tipología
distinta (algunas con cargo a los presupuestos de la administración autónoma
respectiva) abocadas a tener que soportar el
gasto excesivo que supone la contratación de pólizas de seguro que las
exonere de la responsabilidad civil que pudieran tener en
los accidentes de tráfico que produce este animal al cruzar la red de autopistas,
carreteras nacionales y locales.
No le arredra cualquier actividad que se origine tratando de
reducirlo a parámetros de adecuada sostenibilidad. Su inteligencia, valentía,
bravura, fino olfato y oído, son los valores característicos que le identifican
y les permite evadir cualquier cerco;
los peligrosos, afilados y salientes colmillos, identificados como “navajas”
que portan los veteranos elementos, disuasorios para cualquier advenedizo que
trate de importunarle, representan el bastión irreductible de su defensa ante el ataque de un congénere por la
posesión de las hembras, el acoso de los
perros que siguen su rastro para reducirlo, o ante cualquier otro enemigo que
trate de acabar con su vida.
Los ataques al hombre, si no es provocado con intensidad, de forma que no se sienta presionado, en
escasísimas ocasiones se producen. Otra cuestión son las hembras con crías. Ahí
conviene ser prudente cuando son avistadas con sus proles, de las que son
admirables y bravas defensoras; conviene guardar la distancia de forma que
entiendan que sus rayones no corren peligro. En ocasiones he podido contemplar,
sin estar de caza, paseando por los montes, a jabalíes solitarios o bien en
grupo, de toda condición y tamaño, a
escasa distancia, sin que haya mediado entre los dos ninguna diferencia
insalvable ni conflicto alguno. No obstante, bueno será, no confiarse y ser
precavido.
Cazar
el jabalí, como especie
cinegética declarada, independientemente de la fuerte carga emocional que ejerce
su caza entre los cazadores, tiene otras connotaciones de repercusión directa
en la vida social de las personas, benéficas sin duda, pues sus capturas a través del dinamismo que ejerce la acción
venatoria sobre este cerdo salvaje, son aspectos colaterales que representan ser una fuente inagotable de
riqueza para significados sectores industriales, sociales y del medio rural;
facilitando la creación de empleo
directo e inducido.
En el orden de las cuantiosas extracciones de las que ha sido
y está siendo objeto, es posible mantener su aprovechamiento sostenible,
mediante una gestión ordenada que impida evolucionar en sentido contrario. A
ello, sin duda, ayudara la capacidad de fecundar de esta especie (la más
elevada en nuestro país entre animales de caza mayor), pues su madurez sexual,
tanto en las hembras como en los machos, la alcanzan en el primer año de
vida. No es nada infrecuente encontrarse en el monte con una hembra acompañada
con sus retoños de dos generaciones (algo que no sucedía con asiduidad hasta hace
bien poco tiempo), producto de sucesivos partos en el año, muy próximos entre
sí, pues su gestación se establece en el orden de tres meses y medio. La
abundancia de alimento del que se nutren en cualquier estación del año es un agente
de eficaz equilibrio que posibilita
portar un excelente estado de salud y por
derivación convertida en una lactancia llena de saludable nutriente para sus vástagos
dependientes.
En el jabalí se da la paradoja, en cuanto a su alta explosión
demográfica, de que lo que es bueno para
unos, significa un contratiempo para otros; pudiéramos denominarlo como la
“pescadilla que se muerde la cola”. El caso plantea dudas de difícil solución.
Reducirlo, erradicarlo (muy difícil; casi imposible, no se ha conseguido jamás;
ni las epidemias o enfermedades han podido con él), o mantenerlo en su estado
actual. Esto último requiere del pago de fuertes indemnizaciones por las
sociedades de cazadores, de concepción y desarrollo social, que ha hecho descarrilar o poner en
serios apuros las finanzas de buena parte de estas gestoras.
No ejercitar la caza del jabalí, ni ninguna otra, tal y como sostienen los grupos ultra-ecologistas, supondría, en el
caso de este animal, un descalabro en el medioambiente; un despropósito de
lograr estos planteamientos, cuyas consecuencias negativas surtirían causa perniciosa en las abundantes
nidificaciones que hacen sobre el propio
terreno algunas especies
volátiles (urogallo, perdiz roja y parda, codorniz, avutarda, faisan), desguarnecidas
e impotentes en la defensa de sus polluelos ante el empuje y las ansias permanentes
de satisfacer su siempre insatisfecha voracidad.
Por eso la intervención de los cazadores en el
aprovechamiento cinegético del jabalí debe de ser predominante. Es lo que
procede hacer y no lo que se pretende; pues si se hace caso a los detractores
de la caza, siempre opuestos a esta actividad, en la que no creen, o dicen no
creer, preconizando su malestar hacia ella, lo oportuno estaría en la
prohibición de su ejercicio. Una situación
de facto que de concretarse, obligaría a la administración a encargarse de
contrarrestar la creciente actitud transgresora del jabalí por mor de su grado
de expansión y la influencia negativa de su pertinaz e imperioso dinamismo. Pretender sustituir a los
cazadores, dando cabida a la contratación de un cuerpo profesional extraño a la
caza, encargado de forjar la regulación del suido, como medida paliativa que frene
su crecimiento y posibilite una involución eficaz del mismo, con un
sistema alejado de los métodos
tradicionales que la caza acostumbra a
emplear, no es lo preceptivo que se requiere, puesto que obligaría al ente público
a la prevención y uso posterior de fondos comunales que prestarían,
seguramente, mejor servicio a otros destinos, además de representar un gasto excesivo e inútil.
A modo de estadísticas
de las que para este tramo final de mi comentario me he servido en lo que
se refiere a su abate, las cifras estimadas que se
han publicado cotejables entre temporadas, son del todo elocuentes. En España, en
un período que abarca los últimos diez años, se ha pasados de 30.000 ejemplares
cobrados a los Casi 250.000 durante la temporada 2010/11. En Asturias
podríamos centrar la cuantificación de su caza al momento actual en una
aproximación cercana a los 8.500. Con
anterioridad, hace veinticinco años o quizás menos, en nuestra comunidad, la
cuantía era muchísimo menor, pues no llegaban c a los 500 capturados de esta
res montuna. Todo un referente
acreditativo de lo que es una realidad.
Ni
por aproximación me atrevo a decir, pues entiendo que nadie sabe, cual es la
realidad exacta de la densidad actual en
España de este animal en condiciones de libertad, desarrollándose en plena
naturaleza, toda vez que es aquí, en el
estado salvaje con el que convive y se identifica, en donde se debe de
cuantificar el posible censo que haya alcanzado su nivel poblacional, puesto
que sería improcedente censar aquellos jabalíes criados y estabulados en
numerosas granjas, y por tanto sujetos a
una alimentación artificial, cercenados
en su movilidad, sujetos a una convivencia en fincas fuertemente valladas que les imposibilita romper el cerco
y evadirse de la cautividad y el
hacinamiento a que son sometidos, paso previo a su posterior sacrificio a
través de un método alejado de la
ortodoxia cinegética, de lo que se ha dado en llamar “caza intensiva”, nada que
ver con la deportiva.
La horquilla se baraja
entre millón y medio y dos millones de ejemplares de jabalíes campeando por los
montes y dehesas españoles. Demasiado diferencial, sinónimo de lo que es un
desconocimiento evidente de una realidad objetiva. Supone una desviación de un
25%, lo que corrobora las dificultades que entraña efectuar un conteo adecuado del
total de individuos de esta carismática especie.
Hay otros aspectos que se suponen rigurosos en torno a los
jabalíes procedentes de precisiones supuestamente más concisas. Las dejo para
pronunciamientos de Biólogos, Veterinarios, etc.; para la rama científica, que
son de las que provienen. He tratado aquí de hacer una síntesis global de lo
que he creído aprender en el ejercicio de la caza, con el jabalí como eje
central; que más que una afición, como
diría el gran Delibes, es una pasión,
que aún perdura y no decae ni un ápice, después de tanto tiempo. Si en
algo, a alguien, he sido útil; se ha
entretenido con la lectura de estas descripciones que narro, me doy por satisfecho. Esas eran mis
intenciones y no otras. Gracias por su atención.
.