El bulevar o paseo de la Florida (OVIEDO), ubicado en la falda baja
occidental del mítico monte Naranco, es un amplio espacio, con
anchas aceras, viales amplios en ambas direcciones y de largo
recorrido, en donde abundan zonas con formas de glorieta, engalanadas
de esplendida jardinería, y áreas recreativas, por donde de
continuo discurre a diario el quehacer de numerosos viandantes
desarrollando una programada caminata. La proximidad de este núcleo
urbano a las área boscosas y de extensa vegetación en la ladera
del citado monte, ha hecho posible que los animales silvestres que en
el tienen su asentamiento, hayan irrumpido con su presencia, entre
los paseantes, habiéndose constituido casi en un hecho normal. En
numerosas ocasiones se ha podido observar alguna que otra piara de
jabalíes haciendo de las suyas en los espacios verdes, o bien
buscando comida entre las bolsas de basura que aguardan en los
contenedores, a ser recogidas por el correspondiente servicio
municipal.
Esta
zona de nueva creación que es la Florida está muy habitada, ello ha
hecho posible la implantación de numerosos comercios de todo tipo, a
la vez que importantes superficies comerciales. El hecho que les
relato a continuación, ha tenido lugar en sus calles y en uno de sus
comercios. Resulta que, a media mañana cuando paseaba, observé que
algo se movía entre lo bajos de un automóvil aparcado en batería
junto a otros. Me acerqué por curiosidad. Enseguida me di cuenta
que era un jabalí el que encontraba resguardándose de no ser visto
en aquel aforo. Mi proximidad seguramente fue la causa de que el
animal optase por salir de donde se encontraba y emprendiese un
retirada hacia otro lugar. Pude seguir sus pasos durante un corto
espacio de tiempo, perdiéndolo de vista. Seguí caminando, cuando
una señora mayor, exteriorizando alterada su expresión y gestos,
requería de que le prestase mi atención, señalándome con su
mano, hacia un lugar determinado. Era, otra vez el jabalí el que
estaba al descubierto.
En
esta ocasión ya lo pude ver con mas detenimiento. El suido estaba
delgado, me daba la sensación de estar mal alimentado. No era nada
extraño que anduviera por aquellos contornos en busca de llevarse
algo a la boca. Pudiera ser también que estuviese padeciendo alguna
enfermedad. Esto último casi opto por desecharlo, puesto que el
animal era de caminar ágil y rápido. Se movía de un lado al otro
de las calles, pero sin desplazarse lejos. Algo tenía en mente que
le hacia no alejarse. Lo normal era que discurriese hacia un lugar
más apropiado, huyendo de la presión de los coches y de la gente.
Nada le hacia cambiar sus rumbo. Se mantenía firme en su postura de
estacionarse en aquel lugar. Lo deje de ver, seguí caminando.
Una
vez que finalicé el recorrido de ida, procedí a dar la vuelta
hacia mi domicilio. Pasaría antes por una de las confiterías que
tiene esta esplendida avenida, próxima a donde antes merodeaba el
jabalí. Pensaba cuando me acercaba si el bicho aún seguiría
rondando por aquellos alrededores. Estuve atento a ver si lo
localizaba de nuevo. No fue así. Cuando me acercaba al recinto
pastelero, una corriente de aire flotaba en el ambiente, lo cual
hacia notar el aroma característico tan agradable que sale de su
obrador. Entré en el local, hice la compra, despaché la cuenta y
decidido me dispuse a salir por la puerta. Mi sorpresa la tuve,
cuando el jabalí al que me refiero se encontraba a pié firme
cerrando el paso de salida a la calle, cuestión que me impedía
salir del local, haciendo inequívocos gestos que señalaban su clara
voluntad de querer entrar en el local.
Seguramente
su primera intención era hacerlo y llegar hasta la “sala de
maquinas” de aquel negocio, que es de suponer, en aquellos momentos
estaría cargado de elaborados y sabrosos productos que esperaban
ansiosos su venta No le fue posible. Nos encontramos los dos frente a
frente; uno queriendo salir y el otro entrar. Al animal le atrajo el
envuelto de pasteles que llevaba en mi mano, lo que le hizo objeto de
su especial atención, abalanzándose decidido sobre el bulto. Falló
en el intento, puesto que, con un giro de mi brazo y el resto del
cuerpo, eludí que fuese presa de su alimentario. Quizás, el no
haber logrado su objetivo, haya sido el motivo de no haber insistido
en su empeño de conseguirlo. No hubo tiempo para más. Por suerte se
alejó sin que nadie le intimidase para tranquilidad de los
presentes, correteando acera abajo, desapareciendo de mi vista entre
los coches aparcados. Es fácil pensar en lo que pasaría si este
animal logra colarse en el obrador. Sin duda la emanación que
desprendían generosamente al confeccionarse aquellos deliciosos
manjares, inundando el ambiente de una amplia zona de aquella
arteria, había sido una de las razones poderosas, quizás la
verdadera importante, que había hecho acercarse a nuestro jabalí a
tan golosa provisión de alimento.
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