Normalmente cuando produzco el fallo de un lance a una especie de caza, independientemente de sus negativas consecuencias, una vez pasado ese episodio (para mi tan desmoralizador por lo que para todos supone) e intentado superar la frustración pasajera que me embarga, herido mi amor propio, el siguiente paso es tratar de encontrar los motivos reales de que porque se ha producido a pesar de estar todos los elementos a mi favor que me permitan una resolucion feliz. Que es lo que realmente ha sucedido para que un blanco, objetivo que a priori no debiera presentar dificultad, haya sido errado con tanta nitidez de forma excasamente edificante.
Aun es el día de hoy que sigo con mis cábalas (pasados siete meses desde la fecha de los autos) tratando de buscar explicación a uno de los fallos más sonoros que he tenido en mi largo periplo como practicante de la caza. Y, es que no hay argumentos que me exoneren; la pieza, un esplendido ejemplar de jabalí, entrado en arrobas, descansaba con placidez, es de suponer, digiriendo la ingesta de una bien retribuida alimentación, seguramente dormitaba en su lugar de aposento, ajeno a lo que le esperaba, gozando de los beneficios que le otorgaba los rayos de un cálido sol de un mediodía otoñal. Había sido detectada su presencia en lugar tan querencioso para estos animales como son las fuertes espesuras de matorral. Organizada la estrategia de acoso que obligase al bicho a una pronta huida, con diligencia se cerró el cerco, quedando los tiradores debidamente apostados y a la expectativa. Se sabía que la pieza era de considerable tamaño comparándolo con los de su especie (sus huellas le delataban). En un abrir y cerrar de ojos, la acción del levante se precipito con rapidez, oía sus pasos entre la maleza, haciéndose cada vez más audible y su morfología localizada , augurando por mi parte que su escapada, dada su trayectoria, le obligaba, salvo algo llamativo que le exigiese cambiar de rumbo, a concederme una visita.
Efectivamente, así fue, quieto yo, sin moverme, la respiración contenida, lo vi llegar con claridad, me congratule por la clase de ejemplar que era, mostraba hechuras para ser todo un buen trofeo, un macho de significado tamaño, que su cobro haría las delicias de cualquier aficionado; una oportunidad de las pocas que se suelen dar. Se acercaba velozmente hacia mis dominios, pleno de poderío y suficiencia (los perros achuchaban de lo “lindo”) como tratando de encontrarse conmigo, una opción elegida de la que resulto bien parado el suido, pues los dos disparos que le hice, sobre terreno limpio, uno de cara y otro de pared, a escasa distancia (unos veinte metros) no dieron en la diana. Sorpresa de las mayúsculas, pues estoy seguro que ambos disparos los hice a través de la cruz del visor. Algo hice mal de lo que todavía no me he podido cerciorar. Acierto de un cazador de otra cuadrilla, que en jornada posterior, lo pudo abatir, marcando su peso en la báscula, me dicen, la friolera de 120 kilos.
Los fallos y aciertos que se producen en la caza, se deben tipificar y ser pronunciados por su nombre. Existen disparos imposibles de ajustarlos por como vienen precedidos y la dificultad que entrañan (en la oportunidad que les he narrado, no es mi caso). Abatir a un Jabalí en medio de la espesura de un monte, acosado por los perros, en plena escapada, luchando por no ser alcanzado, no es tarea fácil, la incierta e insinuante carrera del bicho arropado por la maleza dificulta sobremanera especial el lance ¿a quién no le ha pasado? En estas condiciones, encararlo a través del punto de mira de una escopeta o sujetarlo en la cruz del visor de un rifle es tarea harto complicada. Tampoco debe de considerarse como un error los disparos efectuados a distancias inadecuadas que dificultan las opciones para ser certero y eficaz, máxime teniendo cuenta si se hace sin apoyo y se mueve el objetivo. Siempre son complicadas estas opciones, para tener éxito. Es evidente que no es ningún demerito fallar, dependiendo de las circunstancias que concurran, pudiendo ser atenuantes y salvar la parcela que nos corresponda de nuestra responsabilidad.
El fallo del cazador, cuando verdaderamente se produce y podemos darle esta connotación sin temor a equivocarnos obedece a razones varias que únicamente son achacables al cazador, no solo el hecho mismo de errar el disparo, que también, depende y como. Puede haber un precedente de falta de concentración, encontrarse distraído y ajeno sobre lo que acontece en la batida que impida observar o sentir la pieza a tiempo suficiente; no tener el arma a punto, visores sin revisión adecuada, nervios, precipitación, etc., Pero si todo está en orden como se le supone y la pieza ofrece todas las posibilidades del mundo para ser abatida, mostrando generosa su anatomía, facilitando la labor en el lance, no hay disculpa. Son demeritos del cazador.