Después del paréntesis que la primavera y el periodo estival nos han traído, cumplida la normativa legal que ordena el cese de algunas de las actividades que la cinegética nos permite, de forma especial las monterías de jabalí, nos adentramos en el mes de setiembre, época señalada por la orden general de vedas, como inicio de la temporada venatoria en su modalidad de la mayor. Es tiempo para el recuentro, de abrazos y saludos cordiales entre amigos y compañeros de cuadrillas, instantes de esperanza en que las ilusiones han sido renovadas y la voluntad expectante como augurio de lances que supuestamente han de venir, deseosos de que se produzcan.
Son las jornadas sabatinas y dominicales, de asueto y descanso que el calendario laboral permite. En esos días tan esperados por el aficionado, comienza el dinamismo de todo un ceremonial que se extiende a lo largo y ancho de nuestra superficie autonómica. Un tránsito rodado de modernos y confortables vehículos de los denominados “todoterreno” en el amanecer del nuevo día transcurre sobre nuestras rutas con destino a una cita o puntos de reunión Serán estas concurrencias previas, los prolegómenos que establecen las estrategias a seguir, el reparto y asignación de puestos. Se acerca la estación otoñal cuando en el trayecto de su recorrido la estampa de nuestros bosques adquiere versatilidad en el tono de su colorido, da comienzo, una temporada más, la actividad venatoria bulle de energía con el dinamismo de su ejercicio, retornan a los valles y al aire de nuestras montañas las voces y ladras de monteros y perros, se cortan rastros, se producen las primeras sueltas, los lances se suceden y se cobran los primeros jabalíes.
Bien pertrechados los cazadores de sofisticado armamento y munición, debidamente guarnecidos contra el frio, agua y viento, acudimos a la cita con el ánimo bien dispuesto; es la hora de atender nuestra responsabilidad con las exigencias que se nos requiere, anhelando la posibilidad de un encuentro con la suerte que nos permita acercar hasta nuestra posición y poner al alcance de nuestro arma, en la cruz del visor o del punto de mira, la silueta física del viejo jabalí entrado en arrobas, armado de contundentes defensas, estandarte de su poderío signo inequívoco de una larga y fructífera vida.
Finalizada la actividad, cumplidas o no las expectativas, rostros dispares, (la cara es el espejo del alma), se advierten distintas sensaciones, pudieran ser la huella de la decepción que produce el fracaso, o la alegría incontenida del éxito. La caza no es siempre previsible y ello hace acrecentar su leyenda, carece del estigma de una ciencia cierta. Es la hora de la retirada, de evaluar lances acontecidos, de los que pudieran haber sido y otros que no lo fueron. La primicia del éxito alcanzado se exhibe como su principal atractivo, monteros luciendo con orgullo de vencedor las prendas cobradas. Finaliza, momentáneamente, la gran fiesta de la caza; tendrá su ocaso en plena estación invernal, con el nuevo año recién entrado, último día del mes de Enero.