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Blog de Caza
17 de Abril, 2013    General

HISTORIAS DE CAZA: EL OSO EN FUGA, NO ERA EL YETI (HOMBRE DE LAS NIEVES)

 


PUEBLA DE LILLO Y COFIÑAL, DESDE LA CUMBRE DE  EL MONTE SUSARON  (Reserva Regional de Caza. Mampodre-León). Foto. de E.Bros).

Burón  es un municipio y localidad de la provincia de León, perteneciente a la comarca del Alto Esla, situado en la cola del embalse de Riaño,  en la falda del emblemático pico Yordan (2000 m.),  con paisajes dignos de ver, rodeados de hayedos y peñas que configuran un marco  de incomparable belleza.  

Hace años, bastantes ya, hacia 1978   ¡cómo pasa el tiempo,  hasta aquel precioso y típico  “pueblin” (hoy muy mejorado) de la montaña nororiental leonesa nos trasladamos un grupo de cazadores asturianos  a disfrutar de un permiso de caza de jabalíes  en batida,  que por sorteo nos había sido  adjudicado. Aún estaban lejos las tendencias administrativas que rigen en la actualidad en la comunidad de Castilla León,  en cuanto a gestión y ordenamiento de los espacios naturales en materia de caza.  Riaño se podía considerar el epicentro vertebrador de toda una  actividad cinegética comarcal, punto de encuentro y reunión de cazadores llegados desde provincias próximas, lugar de partida hacia  los distintos cuarteles que parcelaban aquella incipiente Reserva (La Uña, Buron, Oseja de Sajambre, Posada de Valdeon, Boca de Huergano, Vegacerneja, Retuerto, etc.), creada en 1967 al abrigo del Coto Nacional de Redes (Asturias) y de los Picos de Europa (Asturias, León y Cantabria). Pasado el tiempo  fue creada y puesta en marcha la Reserva Regional de Mampodre (Maraña, Cofiñal, Puebla de Lillo, Redipollos, Valdelugueros) limitando con la de Riaño y terrenos de Asturias, como el mencionado Redes . Escribo de memoria. No daré más datos: no viene al caso. Pretendo entretener al lector y no aburrirle, si lo consigo, me doy por satisfecho. Conozco muy bien aquella zona: pueblo por pueblo, monte por monte, ríos, riachuelos, etc.  pues de niño, solíamos pasar la familia algún  mes de verano en Puebla de Lillo, siendo las excursiones diarias a pié y con mochila, a  uno u otro sitio. Siempre tengo un gratísimo recuerdo de mis estancias  en aquellos parajes y cualquier oportunidad es buena para poder visitarlos. Lo hago con cierta frecuencia. Lillo se ha convertido en un núcleo importante de turismo rural, gracias a su posición privilegiada, muy próximo su ubicación, a las estaciones de  Sky de San Isidro y Fuentes de Invierno, tan visistadas por los aficionados a este deporte.

 

Volviendo al tema, ruego disculpen el lapsus emocional histórico de mi infancia, cuestión que les agradezco. Desde entonces hasta aquí, en lo concerniente aquella extensa  área de caza, me refiero a Riaño, (más de 76.000 ha.) han sucedido muchas cosas buenas para el aficionado a la Caza Mayor,  en contraposición a la modalidad de la Menor que no lo ha sido tanto. Partiendo de la nada, sin duda, la más destacada, la formalización y consolidación de un núcleo poblacional denso y diverso  de constatada calidad de especies cinegéticas, que ha servido para conformar un patrimonio público, en forma de recursos naturales, excepcional (Corzo, Venado, Rebeco Cantábrico, Cabra Hispánica o Macho Montés, Jabalíes,  Perdiz Roja y Parda),  de cuyo aprovechamiento sostenible, el dinamismo económico que ha generado esta Reserva  para la sociedad civil de aquel territorio, consecuencia lógica de numerosos lances y abates que se han dado, ha sido de gran  transcendencia en lo que supone de mejoras en el nivel de vida de los lugareños. 

 

El  caso es que como les decía, hasta allí llegamos un entusiasta grupo de cazadores, con el ánimo puesto siempre tras el esquivo, inteligente y montaraz jabalí. En aquel periodo la densidad poblacional de esta especie que campeaba cuantitativamente por los montes cantábricos,  a diferencia de la época que actualmente vivimos, era muy exigua, carente de relieve, si comparamos con el estado actual de las cosas en torno a este cerdo salvaje; sé abatían pocos ejemplares, rastrearlos,  avistarlos y poder efectuar su cobro, obligaba a una constante e intensa  brega en terrenos de los que se tenía poco conocimiento,  sacrificios e inconvenientes, muy dispares de las facilidades con que ahora, afortunadamente,  nos servimos, todo hay que decirlo, que obligaban a desplazamiento estimados como lejanos y  hoy se nos hacen cortos, merced a las buenas condiciones de nuestros viales y vehículos potentes y de gran comodidad para el ocupante.

El día de la jornada de caza, festivo, domingo concretamente, no tuve más remedio que madrugar y en solitario desplazarme rumbo al cazadero. El resto de la cuadrilla decidió ir a pernoctar de sábado, impidiéndome asuntos particulares acompañarles en el viaje. Habíamos convenido de mutuo acuerdo, que mi mi encuentro con ellos se produciría en Buron antes de las nueve de la mañana.  Las carreteras no presentaban el aspecto saludable que ahora tienen; cruzar de madrugada al volante de mi automóvil la complicada carretera que llegaba a Campo de Caso, estrecha, de mala calzada y con curvas a doquier, unido a la humedad que el rio Nalón vertía sobre ella, aconsejaba suma  prudencia. Cumplido sin transcendencia por fortuna este incomodo tramite, inicié con el alba del nuevo día  la subida del Puerto de Tarna, cuyo transito por su calzada,  se hacía penoso debido al estado deficiente  de  conservación de la calzada que lo recorría.

Arribé por fin a la cita, con la sorpresa desagradable de no encontrar a nadie. ¿Dónde estarían? Una pregunta que de momento no tenía respuesta, pues los teléfonos móviles y  emisoras, serían cosas de tiempos más avanzados. Casas cerradas, sin nadie a quien poder dirigirme. Me desplacé hasta el pueblo de Riaño, el antiguo, (aún no estaba anegado por las aguas que le cubrirían con posterioridad). Vueltas y mas vueltas por aquellos parajes, hasta que por fín, pude dar con el grueso de aquel “ejercito”.  Excusas, pues creían que no acudiría al encuentro, por el hecho de tener que viajar solo. Aceptadas por mi parte, volvió la distensión, incorporándome al grupo, quien previamente ya había tomado contacto con una primera batida, sin resultado positivo, pues no se detectó rastro alguno de jabaliés.

 

Asi las cosas, procedía por tanto cambiar de zona y ver otras posibilidades. Cercano a Buron, a la salida del pueblo en dirección a Riaño, sería la zona donde haríamos otra incursión. Un  verde y largo valle de pradería limitado por  una amplia mancha arbórea, extendida sobre una alta montaña sería la zona a batir por los monteros. No se cortaban rastros de la forma en que se hace ahora (estaban autorizadas las explosiones  de los denominados “petardos, práctica habitual suspendida con posterioridad), existían pocos perros y monteros dedicados a estos menesteres; algún vecino en busca de un  jornal y poco más.

Los puestos cubrirían el valle de la forma que mejor procediese, según el celador (Santos, guarda de caza, que residía y aun lo hace,  en el pueblo cercano de Retuerto. Hoy este  profesional, persona sencilla y de buen trato, toda una institución, muy reconocida su labor, se halla jubilado, disfrutando de su merecido descanso) . En esas estábamos, cuando recién comenzada la batida, sucedió lo inesperado. Un hecho que tuvo consecuencias para su protagonista. Cercano al puesto en que me encontraba, se hallaba un compañero, médico de profesión (señalo esto último por la importancia que tuvo este profesional de la medicina con su actuación  en el desarrollo de los hechos). Los dos escuchábamos unas voces desgarradoras provenientes de aquel arbolado, inusuales, extrañas, inconexas, no eran las típicas que se producen cuando de batidas se trata. Eran alaridos escalofriantes cada vez más cercanos a nosotros. Preocupados por lo oído, expectantes por lo que podía suceder; al fin fin se desveló el misterio: uno de los batidores, autor de aquel despropósito, salió al claro del verde valle, avanzando despavorido, dando tumbos, con aspecto de aterrorizado. Los ojos fuera de órbita, la cara desencajada, los pelos alborotados, de punta,  medio  a desvestir, incapaz de pronunciar palabras con cierto sentido.  Al ver aquella situación, salimos a su encuentro. Una primera impresión del doctor como diagnostico,  señalaba la posibilidad de que el montero hubiese sufrido un ataque etílico que le hiciese mella de aquella forma en su organismo. El batidor en cuestión, se pasó la noche excedido en alcohol y ello pudiera ser la causa que le produjera aquella compostura. Una ingesta desproporcionada de este tipo de bebidas, parece ser, si se hace un esfuerzo físico superior, es posible origine esta situación, que incluso pueden producir alucinaciones-

 

El hombre no se calmaba y balbuceando rodeado de todos nosotros, clamaba llamando a su “mamina del alma”, a sus hijos y esposa,  afirmaba temblando haber visto,  entre la espesura del sotobosque “ un hombre muy alto, desnudo, cubierto de abundante   pelo negro que dejaba unas profundas y anchas huellas en el suelo”. Estuvo un buen rato en esta situación; la batida ante lo que acontecía, primero la persona, muy bien atendida por el médico, más tranquilo el batidor, se dio por finalizada. No obstante, la curiosidad nos embargaba ¿Qué había sucedido realmente? La conveniencia de disipar dudas nos llevó a un pequeño grupo al lugar donde supuestamente se produjeron los hechos. No podía ser que algo de estas características sucediese y aclararlo procedía hacerlo.

 

Se sabe que en la montaña palentina y leonesa, así como también  en el valle de Liébana (Santader) y aledaños al mismo, es tierra de osos desde la creación; en la actualidad se encuentra asentada una reducida población de Oso Pardo Cantábrico, la menos numerosa de toda la cordillera, con serias dificultades para reproducirse, debido a la desproporcionalidad existente entre machos y hembras, muy inferior cuantitativamente estas últimas. La autopista de alta montaña del Valle del Huerna que discurre entre Asturias y León, imposibilitó que la demografía del Oso fuese fecunda. Cortaba la convivencia entre las poblaciones suroccidental y suroriental. Todo hace indicar que estas deficiencias tienden a corregirse, en la medida de lo posible. Se han habilitado corredores en zonas concretas por encima de esta importante vía de circulación que puedan permitir el tránsito y acercar a ambas poblaciones  oseras, parece que con resultado positivo, pues se ha constatado un  aumento sensible de su nivel poblacional, según nos dicen los especialistas, encargados de estos trabajos.

Volviendo al relato, al hilo de la cuestión,  les diré que  las huellas de un plantígrado se mostraban generosas: el oso se encontraba  posiblemente “encamado” en la espesura del sotobosque y salió huyendo espantado por el ruido de las “bombas”, las ladras de los perros y las voces de los monteros. Esa era la conclusión más racional  a la cual  habíamos podido llegar); dedujimos que, en su ruidosa huída, el animal pudo pasar cercano al montero (las huellas de ambos estában cercanas unas de otras) y ello haya sido el motivo de la descomposición psíquica que le llevo a sufrir aquella situación de verdadero pánico.

Pasado el tiempo supimos que el montero, nunca más ejerció esta labor. Lo conozco desde hace muchos años y siempre le tuve y le tengo, pues vive aún, un gran cariño. No hace mucho tuve la oportunidad de saludarlo, hacía tiempo que no le veía, cuestión que me congratuló. Siempre fue un buen compañero, amigo y un experto en la actividad que ejercía como montero. Algún trastorno le dejo secuela en su salud,encontrarse tan cercano al oso.

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publicado por eduardobros a las 02:33 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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