
La
estadística nos informa del fiel reflejo de una realidad que se ha constituido en crónica. Son varias las razones que explican la pérdida de
aficionados a la caza, pero en particular hay una señalada de notable
incidencia, establecida sobre la base una cuantiosa merma de efectivos en el
sector cinegético. Es muy posible que la coyuntura económica que hemos vivido
(aún persiste) y afectado gravemente en la calidad de vida de un segmento
mayoritario de la sociedad española en cuanto a los efectos dejados sobre la capacidad
adquisitiva del individuo, haya sido la causa del mayor impacto.
¿Pero ha
sido la perdida de afición como supuesto
mayor síntoma de abandono? Las nuevas generaciones, no acuden a la llamada como
se necesita; carecen de influencias positivas para hacerse cazadores. Una
práctica, la de la venatoria, que tradicionalmente viene de familia. Es difícil
de creer que un aficionado a la caza, que profese y padezca en lo más recóndito
de su ser la condición de sentir la esencias y pasión por este deporte abandone
su práctica voluntariamente, si no es por causas de fuerza mayor, que le
impidan seguir ejercitándose.
Pudiera ser
la económica, como primera causa de su decisión, ante la falta o reducción de
ingresos, que le obliguen a priorizar otros gastos en beneficio del
grupo familiar. Es la deriva lógica y
consecuente con la situación personal de cada uno. Un escenario financiero que
permita desenvolverse mejor a los hogares, me atrevo a decir, actualizaría el
fichero de nuevas incorporaciones; actuaría de efecto llamada para aquellos
obligados cesantes en su tiempo que les facilitaría el regreso a sus orígenes y principios de cazador de
toda la vida.
Evidentemente
las nuevas generaciones carecen de resortes que les permita ser independientes
para constituirse en miembros de base, cuando menos de una sociedad gestora de
caza con tipología social, las más asequibles a cualquier bolsillo de condición
modesta. Pero practicar esta actividad deportiva, al igual que otras del amplio
catálogo que ofrece alternativas para el
disfrute del tiempo de ocio, necesita de seguridad crematistica, cuestión que
no se da en el segmento de la juventud para este caso en concreto. Las vicisitudes
que sufren nuestros jóvenes les impide poder afrontar con garantía las costas
que supone dotarse de los elementos necesarios para sostenerse en el arte de la
caza.
Está
reflejado que la caza es la tercera actividad deportiva de España en número de
licencias federativas. En paralelo nace, crece y se desarrolla una percepción distorsionada de lo que supone
este movimiento en términos reales para el conjunto de la sociedad, sustentada
por una propaganda contraria a todo lo que la venatoria significa, que ha
calado hondo en el pensamiento de la juventud, de forma especial aquella que
vive y se desarrolla en ámbitos urbanos.
No serán
estos jóvenes, aferrados a la ciudad y las múltiples oportunidades lúdicas que
desde la urbe les ofrecen distintas versiones de engancharse a las prácticas de otros deportes, los que nos releven a quienes inexorablemente el paso del
tiempo y sus consecuencias nos digan que hasta aquí hemos llegado. Para la caza, me temo, no habrá savia nueva.
Se han perdido generaciones anteriores y, si alguno viene, será insuficiente.