La caza
atraviesa la más delicada de las situaciones posibles en uno de los peores
escenarios en cuanto se refiere a su reconocimiento por la población urbana
fundamentalmente de sus señas de identidad más tradicionales. Un populismo básicamente “tribal”, mediante un
procedimiento decadente en las formas, ha hecho posible desde plataformas
expansivas de inspiración publicitaria y consignas graves toda una reválida
superior de cómo modificar la realidad para adecuarla a su ideología de efecto
intimidante y enardecedor.
En una
línea de lógico razonamiento podría deducirse que la fragilidad interna de la
caza española se manifiesta desde distintas posiciones. Principalmente ha
tenido sus orígenes, en una demostrada insolvencia
de sus instituciones y gestoras para contrarrestar las poderosas campañas de
descredito que sus contrarios vierten hacia ella. Cualquier pasividad es
culpable de ir minando a diario el valor que la caza representa para el
conjunto de la sociedad.
Pero no es
la única referencia para considerarla en estado vulnerable. Confirma la escasa
fuerza del sector en este sentido, un proceso judicial requerido a instancia de
la Oficina Nacional de la Caza, entidad jurídica, la cual presentó querella contra un
determinado partido político de versión animalista, por graves injurias y
ofensas al mundo de la venatoria, habiendo derivado su resolución final en un
sobreseimiento de la causa. Por lo tanto, al parecer, quedan supuestamente
innocuos los conceptos denigratorios, deseos espurios, amenazas verbales y
físicas que se han difundido y se puedan transmitir en lo sucesivo contra los cazadores.
Existe en
distintos medios temáticos, un prototipo de ceremonial publicista, puro
exhibicionismo de una farsa, en donde queda reflejada una versión anacrónica,
sin analogía alguna con los valores que ostenta y difunde el régimen cinegético
de uso ordinario. Es la llamada caza comercial, en donde con cierta asiduidad
se acunan escenas de dudosa ética, cargadas de presuntuosidad, expuestas para escenificar secuencias petulantes de algún que
otro individuo henchido de “gloria”, que dice ser y sentirse cazador; nada más lejos de la realidad. Es el
“caldo de cultivo perfecto” que facilita
descapitalizar el eco creador de una actividad que gestiona recursos naturales de aprovechamiento sostenible (fauna
cinegética), con gran responsabilidad y eficacia.
Si a esto
unimos la escasa convicción por temor a significarse que tienen aquellas personas
que se dedican a realizar actividades políticas cuando de hablar de caza se
trata, nos encontramos con una desesperanza proveniente de la deslealtad de
estos llamados servidores públicos que sin embargo cazan mucho formando parte
del sistema, pero que no dan la cara por él.
Se relacionan bien con sus compañeros de partida; parecen solidarios
cuando asienten con el grupo en la conveniente defensa de los problemas que
acucian al sector, no obstante, guardan silencio absoluto en los estrados de
los oradores, escenario de sus discursos y en medios de opinión generalistas. El motivo del felón
comportamiento pudiera estar cimentado en la deriva de su propia conveniencia.
La caza en la actualidad no está bien vista por una gran parte de la ciudadanía,
y, en ese contenido de rechazo, a muchos políticos-cazadores les “caen los
anillos” asociarse y asomarse al sistema reivindicativo.
Evidentemente,
no toda la culpa es de los demás. En el seno de la caza social nos encontramos
en ciertos momentos con versiones contra natura de su práctica, relacionadas en
estrecho vínculo con la infracción administrativa o el delito. De
este tipo de actos reprochables no se ha hecho la oportuna autocritica; carece
el gremio de este resorte. Un formulismo pendiente de resolver.