
¿A qué
obedece querer para Asturias una densidad poblacional de este canido muy
superior de la que hay en la actualidad? ¿Es necesario o conveniente? ¿Cuáles
pueden ser los motivos que parece
tanto apremian a sus defensores? El Lobo
en Asturias ha pasado de ser especie en peligro de extinción a protegida. En
los últimos 25 años ha duplicado su censo (a
pesar de la regulación que se le hace),
según estadísticas oficiales, pero que no concuerdan en absoluto con las
estimaciones al alza de algunos residentes en núcleos rurales que valoran pueda haber una cantidad cercana a los 500
individuos. Lo cual significa que ha sido posible una recuperación de
ejemplares de este formidable” carnívoro”, en otro tiempo no lejano, gravemente amenazada su existencia, que le ha
permitido crecer en orden a un determinado número de jaurías difíciles de
precisar en la composición cuantitativa de sus unidades.
No se sabe con certeza, solamente se intuye,
porque es muy complicado de situar cuantitativamente la densidad que alberga
Asturias este animal. Aquellos técnicos-científicos en nómina de la Consejería
y aquellos otros subvencionadas sus organizaciones de tipo ecologista, que
dicen saber de que va esto, precisan en
la emisión de sus informes, una cuantía
de familias loberas en torno a una “horquilla” de entre 38 a 40 grupos, lo que pudiera suponer unos 250-270
ejemplares, incluso alguno más. Unas cifras que no se asemejan, ni con mucho, a
las de otras épocas lejanas. Si se echa a la vista atrás, es decir, volviendo
al pasado, mediados del siglo XIX, debemos conceptuar que, el nivel poblacional existente por aquel
entonces, según queda recogido en documentaciones
al efecto de la Junta General de Principado, era manifiestamente muy superior al actual.
Evidentemente de ser ciertas las
apreciaciones, la comparación no se resiste; se abatían más ejemplares en un
año que la totalidad de los que hay en
Asturias en la actualidad. Baste decir, como muestra diferencial, que en 1817 fueron cobrados 575 ejemplares
solamente en la comunidad asturiana. Todo un dato por sí mismo de sobra
elocuente que no necesita comentario.
De
cuál sería la conflictividad, si la hubiera, referente a los daños que producía el lobo, no se tienen noticias. Si se sabe, sin embargo, que la captura de uno de estos animales tenía
para su autor el cobro de una tasa (tan desproporcionada era la densidad), que
bien pudiera ser en metálico, es decir: en monedas de curso legal que la
Administración le aportaba. Aún no habían llegado, ni se les esperaba, los
animalistas-conservacionistas a su mayor zenit de gloria reivindicativa en pos
del fomento y protección
Pasado el tiempo se legalizó la figura del
“alimañero, si es que no la había ya,
pero sin título que le acreditase hasta entonces; fundamentalmente se concedía
este oficio a un “lugareño” conocedor
del mundo rural y de la naturaleza que le rodeaba; con la necesaria experiencia sobre todo aquello que se relacionase con lo
que pudiera suponer las vivencias del Lobo. Resultaron ser estos seudo-profesionales,
de una gran eficacia; verdaderos especialistas en la misión encomendada:
limpiar el monte, atenuando la densidad de cualquier tipo de fauna con incidencia peligrosa para el desarrollo de
las débiles. Fueron decayendo en su actividad estos colaboradores, hasta un poco más allá de los años sesenta del
siglo pasado en el que el I. C.O.N.A.
dio por concluida su participación.
Para los 10.000 kilómetros cuadrados que tiene de extensión
la geografía asturiana, estos grupos familiares es posible pensar que, dadas las especiales
circunstancias que concurren, son más
que suficientes e incluso contraproducente sería ir más allá de estas cifras a
la vista de los perjuicios y la
conflictividad que causan los ataques al ganado doméstico, las quejas permanentes que desde el sector damnificado se
hacen.
La cuestión es ¿para qué queremos más lobos
en Asturias? La especie, a día de hoy, está consolidada, no se necesitan más.
¿70-80 camadas sería posible soportarlas? Si la pretensión es esa, cuantificar
a mayores, cada día más, llegando hasta límites que los damnificados no están dispuestos a
soportar lo que para ellos es una auténtica desgracia, solamente por el mero hecho de que cada vez haya más
lobos, en base a no sabemos a qué teorías, sin tener en cuenta las
consecuencias, se entraría en una situación enormemente conflictiva,
conceptuada de máximo riesgo, por los continuos enfrentamientos entre el sector
perjudicado en defensa sus legítimos intereses y los proteccionistas de este
tipo de fauna, que son los que no tienen nada que perder.
Pero hay que preguntarse, ¿Cuál es el límite
máximo, si lo hay? ¿Debe de haberlo? No debemos evadirnos de la realidad de que
el Lobo al igual que todo tipo de fauna silvestre, tiene que tener su espacio
en el hábitat natural. Lo ideal sería, desde el punto de vista de un ciudadano
de a pie, mantenerlo, lógicamente, dadas
sus especiales características, en
parámetros de sostenibilidad que no interfieran en una normal convivencia con el
hombre, dado que el lobo, mata (4.045
reses en Asturias en el año 2013) para
comer y mucho más. Se desprende de esta situación el número de reses muertas,
que no comidas, como rastro continuado
que deja tras de sí de estos luctuosos siniestros que perpetra, sin que hasta el momento, nadie de los
expertos con los que he podido hablar me haya dicho nada del porqué actúa así,
que haga la explicación convincente. A
lo más que han llegado es a decirme que las ovejas, cabras degolladas, son en
prevención de tener avituallamiento para alimentarse. Es decir: producir un
efecto despensa. No me lo creo, más que nada, porque no vuelven al mismo
escenario, solamente pasado el tiempo, si la ocasión les es propicia o cuando
se ven muy apurados por la necesidad. Tienen que ser otras las causas de estas
“ceremonias de muerte”. Reconocer el instinto de este animal que la naturaleza
le ha proporcionado, será lo último que hagan quienes le protegen; lo tienen
como principio.
Hay dos tipos de daños. Uno es el económico
que produce la pérdida de un rebaño de bovinos o unidades de vacuno o caballar,
y
otro, el moral. No todo consiste en atender las
pérdidas a través de indemnizaciones que después de múltiples reclamaciones a la
Administración esta hace efectivas, no sin
antes haberse hecho la “remolona” y puesto trabas para reducir la valoración
del importe y demorar el pago. Existe
otro factor que no es el crematístico o la reposición de animales como
compensación. Me refiero a la desolación que produce encontrarse con el trabajo
derruido. La percepción que recibe el ganadero cuando gira visita diaria a su
rebaño pata atenderlo y comprobar que todo está en orden y se encuentra con un
panorama inesperado, de características dantescas, consecuencia de ver la
mayoría de sus animales sin vida; comidos los menos, moribundo otros, y los
más, muertos por la acción del lobo: a la fuerza tiene que ser descorazonador.
Estas cosas han sucedido, no una, sino varias veces, al mismo. Se repiten con
demasiada frecuencia en el sector. ¿Qué es lo que tiene que sentir en esos
momentos el afectado? Todas las ilusiones puestas en una lucha diaria en
mantener unos recursos; de mejorar la calidad genética de sus animales para
garantizar la calidad de sus productos en el mercado con el objetivo puesto en
sacar un redito para poder vivir él y su
familia, se han constituido en perdida material. Es empezar de nuevo, con todas
las dificultades que eso con lleva. No hay derecho
Por tanto, menos lobos y más atención a quienes sufren de verdad de sus ataques.