La versión de este mecanismo, me refiero más concretamente al
sistema Mauser/98, en las armas que se
usan para la actividad cinegética, ha decaído sustancialmente en el uso. Apenas
se ven en las monterías rifles de estas características.
¿Cuáles serían las
razones que han determinado la práctica exclusión de esta arma durante la
actividad cinegética en la modalidad de batida?
Para mi entender, son varios los motivos. Citaré uno, según mi criterio,
respetando cualquier otro, el que describiré
principalmente. La naturaleza en Asturias se ha cubierto de un espeso
envoltorio cargado de tupida y extensa maleza, síntoma inequívoco del abandono
que se ha producido en el campo asturiano, cerrando cada día los espacios
abiertos, cuestión que obliga al apostado cazador, usuario del cerrojo, atender
lances cortos de espacio, en tiempos de record, trasladados a décimas de
segundo.
En estas condiciones, no parece, pues, por tanto, que las posibilidades
de utilidad de este arma sean las más idóneas. No obstante, sí que alcanza
sentido en parcelas de amplia visibilidad, en donde el poder de actuación cobra
sentido con argumentos sólidos derivados de la impronta numérica de su carga y
la “puntillosa” necesidad de acometer el
lance desde la objetividad del seguimiento controlado de la pieza, haciéndolo
más pausado.
Para el cazador que no ha desistido del sistema pionero que
le ha venido acompañando desde sus inicios venatorios, la resistencia al cambio
le sitúa en inferioridad frente aquellos
que han encontrado en las armas semiautomáticas la respuesta garante de un valor mucho más resolutivo derivado de la
impronta de una aceleración superior en el disparo.
Por tanto, así las
cosas, en la distribución de las
esperas, el camino que ha de seguir el prestamista del cerrojo, equivále a ocupar
un asentamiento libre de obstáculos, en donde pueda desarrollar con dominio las
ventajas de apuntar y recargar. Alguien pudiera considerar que este tipo de “estancias”
solo sirven para pasar el tiempo (algunas quejas he oído), puesto que la
tendencia de los jabalíes, una vez
acosados, en primera instancia, es no ofrecer blanco fácil en la
huida de sus cubiles, como es lógico, eligiendo preferencialmente vías
de escape en la protección que le ofrece el enmarañado bosque, desechando la
peligrosidad de salir a campo abierto.
Al respecto, puntualizando, en relación a los hábitos y
costumbres de los jabalíes, han cambiado sustancialmente las cosas. Es verdad
que antaño esta especie en cuanto a densidad era una sombra pálida de lo que
hoy representa. Tan solo poder verlo deambular suponía una quimera. De ahí la
leyenda que arrastra; toda una declaración de intenciones en sus esquemas de
supervivencia que le hacen ser precavido en la defensa de su integridad física,
y para ello, nada mejor que transitar oculto por la naturaleza.
El elevado nivel poblacional de que goza este suido, hecha
por tierra cualquier previsión que se le haga. Convive más cercano al hombre y
ha relegado una parte importante de su intimidad. Lo cual quiere decir,
contradiciendo opiniones, que ha perdido temor a salir al claro, quizás por
obligación, pero sin la resistencia que
lo ha identificado.
No debiera el cazador de cerrojo molestarse cuando es
asignado a ocupar un lugar considerado a priori poco previsible. Es una escenario
que vivo con frecuencia por mi condición
de usuario del cerrojo-siempre que la situación lo requiera y lo determine el
jefe de cuadrilla-, que acepto sin que
mi ánimo se altere, consciente de la idoneidad de instalar un arma con otro tipo de capacidades que pueda cubrir,
a priori, con solvencia el encuentro en
la distancia con la pieza objeto de ser abatida. También en esos lugares se
juegan bazas importantes que resolver.