Para abajo, o si lo prefieren al sur de Despeñaperros, la
intimidatoria figura del lobo, perdida
su estela, pudiera ser en estos momentos, constitutivo de un estado residual o de nula comparecencia: es
lo que nos dicen, quienes, es de
suponer, de esto entienden. Es sintomático que este cánido, antaño disperso en
pequeña escala en las zonas de caza de Extremadura y Andalucía, carezca en la
actualidad del resorte de su presencia en territorios tan significados.
Desconozco, cuales son
los motivos que, es de esperar, sean bastantes,
para que esta circunstancia en relación con este poderoso carnívoro se
dé. Puedo intuir algunos, pero sin base cierta que me lo acredite. No faltan
opiniones versátiles, haberlas hay; no todas son iguales y son expuestas con
fundamento o carente de este principio. No obstante si estoy seguro que una de
las poderosas razones que algún
destacado miembro del ecologismo conservacionista esgrime, quizás donde más
pronunciamiento rotundo hace, contradiciendo por mi parte su inexplicable
creencia, me atrevo a asegurar, carece de todo fundamento para dar por hecho que la no
existencia por aquellos lares de lobos,
esté debido, principalmente, al concurso
de cazadores. Han de ser otras las razones.
Es maniqueo darle al cazador la posibilidad de otorgarle este
dudoso honor. La objetividad de quien ha
hecho este tipo de manifestaciones se encuentra seriamente distorsionada,
puesto que se adapta a una creencia que pudiera ser interesada, totalmente
subjetiva.
Hay que volver a insistir en la conveniencia de atajar y
salir al paso de este tipo de inculpaciones que se hacen hacia el gremio de los
cazadores y decir con firmeza, que no ha sido este colectivo el valido culpable
(me reafirmo en mi convincción) en aquellos territorios para que la enigmática
y a la vez problemática imagen del voraz depredador que nos ocupa en esta
oportunidad, carezca de representación y no deje la impronta de su inequívoca huella
sobre sus presas.
Resulta paradójico el contenido de estas afirmaciones tan
sumamente capciosas. El lobo aumenta de forma acelerada su expansión abriendo espacios de norte a sur y de este al
oeste de la Península Ibérica, a medida que sus camadas crecen en áreas en
donde la caza es un ejercicio constante de gran dinamismo; algo significante,
muy a tener en cuenta; una realidad que señala la convivencia del
hombre-cazador con el lobo que
desautoriza y deja en mal lugar al
individuo que se ha permitido estas licencias acusatorias.
Por tanto cabe quitarle sentido a la teoría de que con cazadores no hay lobos.
Precisamente, si hay caza, es por los cazadores, que han sabido administrar con
sapiencia la diversidad y densidad de las especies clasificadas como
cinegéticas las cuales, con gran profusión, sirven de presa a su típica
voracidad, contribuyendo así la caza, con esta generosa aportación, a fortalecer y engrandecer su nivel
poblacional.
Se me podrá decir que, en Asturias, hay lobos porque no está
permitida su caza, debido a la consideración que tiene otorgada por el Gobierno
del Principado de especie protegida en
peligro de extinción. Nada de esto es verdad, porque desde la administración
pública se le viene persiguiendo para abatirlo en cupos predeterminado de
cierta cuantía por métodos no
convencionales, de los cuales los cazadores sistemáticamente hemos sido excluidos.
Si decayese en la comunidad asturiana la demografía del lobo, cuestión que no
sucede, tal y como están las cosas,
búsquense las causas en estamentos oficiales.
Nada que ver la caza en este asunto.
Por contra en Castilla-León, en donde la concentración de
lobos es muy numerosa, el lobo ha sido declarado especie cinegética; un recurso
natural de aprovechamiento sostenible que se viene dando y, a pesar de ello, de que su caza este permitida
según planteamientos que la regulan, el lobo sigue campeando sin perder ni un
ápice de sus numerosas camadas igualmente en los llanos que en la montañas de
dicha autonomía.
Quien o quienes señalan en este tipo de tramas con el dedo a
los cazadores inculpándoles, debieran de
corregirse y reflexionar. No hay connotación que nos relacione. Apunten con el indice hacia
otro lado.