Alcanzar esa cifra récord de aquí a unos años, objetivo proclamado desde plataformas ecologistas
de supuesto perfil científico, no parece sea improbable; no obstante, de
conseguirlo, supondría todo un hito
excepcional de señalado impacto ecologico, sin historia y registro en los anales de la
conservación y fomento de especies silvestres en peligro de extinción que se
haya dado en la cordillera cantábrica.
La etapa satisfactoria actual de las cosas en torno al oso
pardo cantábrico, ha supuesto una labor de conjunto, muy participada; variado
compendio de importantes apoyos institucionales, empresas, particulares y
voluntariado, con generosas aportaciones económicas y materiales, en la que la
sociedad civil, de forma especial la asturiana (en las áreas de interés de esta
comunidad se encuentra la mayor densidad) que se ha sensibilizado y respondido
en el tono en que se le requería.
Avistar osos en épocas
estacionales que lo permita, desde una posición vulnerable sobrevenida por el escaso
nivel poblacional que representa, se ha convertido en un hecho relevante que ha
dejado de ser circunstancial. Ello quiere decir que no siendo una especie
consolidada en número de efectivos, si parece que una cantidad de individuos de
este plantígrado cercana a la que ronda en los censos, se ha constituido suficientemente
en permisiva y atrayente para que su imagen pueda ser localizada y contemplada
en su medio con cierta frecuencia.
Sí esto sucede de forma cotidiana, cuando la especie se
reactiva y anuncia progresión de sus unidades para los próximos años, cabe
reflexionar sobre esa cifra mágica que
se espera alcanzar (el horizonte de recuperación absoluta que le supondría
abandonar el concepto de fauna amenazada, clasificada en la categoría en
peligro de extinción, queda datado en mil, según la información que nos llega
de un científico conferenciante, al parecer, estudioso e instruido de esta
materia).
Por eso conviene relativizar sobre los hipotéticos efectos
que tendría situar la dimensión de la población osera de la cordillera en una proporción que no fuera la conveniente en
términos demográficos. Mil osos, quizás, pudieran ser muchos, si se tiene en cuenta la extensión
territorial que envuelve el núcleo montañoso referenciado ¿Se puede amparar en
tan escaso perímetro tal cantidad con garantías de sostenibilidad y de
molestias, incluso de riesgo para la ciudadanía, el desarrollo de sus ciclos,
hábitos y costumbres, sin ningún tipo de alteración?
De persistir la oficialidad,
estimulada por organizaciones conservacionistas, en no dar tregua al
crecimiento y expansionismo de este animal, hasta alcanzar densidad de límites
inciertos y colonización de zonas impropias, como sería la costera y aledaños
de urbes, entraríamos de lleno en una situación de claro dogmatismo, que haría preciso
reconvenir la trayectoria de línea ascendente que se viene sucediendo.
Sobre este más que previsible progreso, avance de diferencia
constante, todo hace suponer que, en lo
referente en el orden general al estado cuantitativo de la prole del oso, seguramente a la comunidad
asturiana le supondría, en primera instancia, siguiendo la estela tradicional
de acogida que la distingue, albergar en origen, en zonas específicas
cualificadas, el mayor porcentaje de este carismático emblema de nuestras
montañas, con una carga a soportar superior “a los distintos puntos señalados
como áreas de interés especial”. Llegado el caso, pudiera haber
desproporcionalidad, en cuanto a densidad y espacio a compartir.
El afán de aplicar a toda costa, resulte lo que resulte;
cueste lo que cueste, políticas
conservacionistas que supeditan a conveniencia de intereses sectoriales partidistas,
potenciar las especies silvestres dañadas en su demografía, subvierten el hecho primario que las mueve, si las secuelas
dejadas, no plasmasen objetivamente la finalidad para las que fueron creadas,
por un incorrecto cumplimiento del programa de realización.
El oso tiene unas coordenadas de proporcionada habitabilidad, alimento y refugio. Fuera de
este esquema no deberían darse otras opciones que le desubique de su entorno
natural; sería muy de lamentar detectarles merodeando viviendas, revolviendo
basureros y levantando la tapa de contenedores, consecuencia directa de una
sobredimensión que le lleve a la depauperación extrema.