Por el
momento, no parece que estemos, ni tan siquiera, en los albores de la
promulgación de una nueva Ley de Asturias de la Caza. A simple vista no hay
motivos que permitan pensar al cazador de a píe, que algo, en este sentido, se esté
desarrollando. Contrariamente a otras comunidades autónomas, que han
actualizado sus normas legislativas en materia de caza, en Asturias seguimos
los designios que nos impone una vetusta
Ley que data de 1989.
A
diferencia de lo que ha ocurrido en España en diversas autonomías, Asturias aún no se ha puesto al día en materia
de legislación cinegética. El Reglamento de la Ley de Asturias de la Caza, es
el servidor fiel que ha venido
permitiendo desenvolver a la administración oficial cualquier posible atasco.
Una norma dúctil, maleable si acaso, que permite al gestor publico generar
cambios por decreto, sin la necesidad de alcanzar consensos, ni dar explicaciones.
En las
sucesivas leyes de caza promulgadas de carácter autónomo, antes de su puesta en
escena, han sido muchos los condicionantes que se ha tenido que vencer. En
todas ha habido puntos de inflexión en que la venatoria ha salido mal parada, y
parece que sin solución de continuidad No es la caza una actividad por la que
nuestros representantes políticos, excepción hecha, se decanten por glosar la
conveniencia de mantener su ejercicio. Distintas organizaciones (sindicatos
agrarios, organizaciones campesinas, ONG
animalistas, ayuntamientos, sector hotelero y hostelero, Universidad y un largo
sinfín), serán la otra parte activa
que tratan de imponer a la caza y los
cazadores sus principios ideológicos, unos, y otros los interesen que les
acompañan.
Cualquier espécimen
de norma encaminada a regular la caza, antes de elevarla a definitiva, ha
sufrido de los avatares de las intransigencias que las huestes del ecologismo
sectario hayan podido interponer. Los cazadores del Principado de Asturias, podríamos
alcanzar el grado de auténticos “convidados de piedra” en las negociaciones
previas. Veríamos como a nuestro alrededor, las tesis oportunistas cobran
firmeza en la demanda de sus posiciones.
La caza
entrara de lleno en el juego político de le cesión de escaños. Será un mecanismo
(lo está siendo) a utilizar, según conveniencia a resultado de las urnas. El
progresismo ha hecho de la caza un emblema mediático de quien servirse; es una
de las fuentes que alimentan subrepticiamente su caudal reivindicador; arma
programática que ha tomado como rehén a la cinegética; mercancía inestimable transaccional
para su propia supervivencia.
A tenor de
lo que acontece, será de dificultad extrema tener parte activa con carácter decisorio, o,
lo que es lo mismo, posicionarse la caza asturiana con dominio expreso en la
mesa de negociación, como es lógico, que
le permita definir y establecer sus argumentos con criterio propio. Trataran de
reducir al mínimo espacio cualquier iniciativa venida de nuestro gremio. Habrá
ruidosas manifestaciones, tal y como han
hecho en otros lugares, y, todo en aras de una presión que les resulte
beneficiosa. No es la caza, por si misma, lo que les mueve. Atacar la caza, con
algarabías e improperios, incluso con violencia gestionada contra personas físicas o cosas del estamento cinegético, ha
sido la senda material especulativa por la cual se han servido algunos de los
más activos conspiradores que están en la pomada de los radicales “Popes” del
rito levantisco, máximos exhortadores entre sus correligionarios que buscan
localizarse en medios temáticos, cabecera de cartel en las ondas y medios visuales.
Los efectos
para estos intereses ajenos al colectivo venatorio, vendrán para esos grupos
equidistantes en forma de prestaciones de distinta índole. Hoy es fácil encontrar
en puestos distinguidos en la gestión y ordenamiento cinegético dentro de las
administraciones públicas regionales a algún destacado militante del ecologismo.
Es por tanto que los cazadores asturianos no podemos consentir una situación de
oprobio que pretenda someternos a un deficiente y controlado estatuto. Llegada
la hora de elaborar propuestas, habrá que plantar cara a quienes pretenden
hacer de la caza un ejercicio residual.