Sobre estos fundamentales colaboradores del cazador en la
modalidad de la mayor, se han relatado
numerosas historias, en distintas versiones, pero casi todas de exaltación en la procedencia de la heredad genéticas como signo de clase y distinción.
Después de tanto
tiempo practicando la caza con la intensidad que me ha sido posible,
comprenderán que les diga que fui testigo de numerosas historias de estos
especialistas en la materia de detectar, levantar y acosar la pieza objeto de
ser cobrada. No han faltado en este largo peregrinaje de mi vida en la caza, la
observancia de rotundos fracasos; aquello perros de lo que se ha dado en resaltar
por sus dueños, la alta fiabilidad que les identifica en el seguimiento de
jabalíes con el método de la llamada
“vía única”; sistema a priori, garante de lo que puede ser un rastreo eficaz,
sin interferencias.
En estos casos y referido a esta “vía”, pocas cosas son
seguras, algunas por suerte, haberlas
hay, después de engarzar genéticas rigurosas, esfuerzos y dedicación en el
entrenamiento y adiestramiento en el campo. De eso hay constancia. La cría de
perros para la caza se ha mercantilizado con gran profusión en diversos
aspectos, también en la picaresca, cuestión que no podía faltar, efectos que nos han traído a los cazadores
competitividad en el sector y por tanto sustanciales mejoras en este campo. La
alta densidad de jabalíes que hay en la actualidad, ha permitido adquirir
mayores conocimientos y descubrir aspectos ocultos en estos buenos amigos del
hombre-cazador. No obstante ello, perros con galones, clasificados por sus
dueños de eficientes en grado superlativo, incuestionable como adictos
seguidores de la esencia de la
trayectoria única, han sufrido de
desviaciones, algunas sonoras, que han dejado en evidencia a más de uno. Es lo
que quiero resaltar.
Tengo por costumbre ser parco en expresar mi opinión sobre lo acontecido en relación con los perros y otras circunstancias que se producen durante el transcurso de las cacerías en que
participo; guardo una cierta discreción que considero es de respeto hacia la firme
voluntad de hacer las cosas bien por parte de aquellos que en la inmensa
mayoría de los casos, tienen por norma esta conducta. Siempre agradecido, no
obstante, a su labor y al patrón que los
conduce.
En alguna me vi, cuando obligado a describir la
realidad, tuve que dejar constancia de una situación acontecida. De ahí mi
referencia a la picaresca. Entran en
juego factores que pudieran desestabilizar las credenciales de quienes prestan
sus servicios como profesionales en las diversas monterías jabalineras que se
celebran en Asturias. Debo decir que en más de una ocasión he sido recriminado por
constatar un hecho contrario a los intereses de estos monteadores. Sucede que
no todos los perros son puros en el seguimiento del rastro principal derivando
hacia otras opciones. No siempre lo que llega al puesto es lo que se espera.
Comentarlo a través de las emisora, me supuso sufrir de malos modos de algúno
que otro de estos profesionales, tratando de revertir mis objeciones reales.
Afectaba a su prestigio