
¿Se agota el jabalí en las Reservas asturianas? ¿Qué es lo
que queda de su anterior alta densidad en estos terrenos? .
Algunos monteros consagrados, y digo consagrados en su
oficio, porque conozco bien su larga trayectoria y personalidad, claramente impregnada de eficacia en este campo, en el
que desempeñan una actividad continua, tanto en reservas como en cotos sociales; situación merecida que les ha
hecho ganar crédito ante el colectivo venatorio por su responsable trabajo, manifiestan
(los he escuchado en más de una oportunidad con verdadero interés) su
preocupación por la baja densidad, llevada a extremos preocupantes, que se
tiene de jabalíes en las reservas regionales de caza asturianas, situación que
se vive en paralelo en algún que otro coto social, antaño emblemáticos por su
gran capacidad de extracción de este animal.
No está en mi ánimo profundizar con detalle, que podría
hacerlo bajo mi perspectiva del asunto (siempre guardando el consabido respeto
a las opiniones de otras personas), en las causas latentes que se producen, pero sí
en las consecuencias que nos puede traer a los cazadores aficionados a esta
modalidad de caza una posible involución significativa de esta especie cinegética tan preciada, que
es de esperar sea puntual, aunque, para mi criterio, difícil será su recuperación en estas áreas,
sobre todo si no se incentiva por quienes tienen que hacerlo, con medidas de
protección a parámetros de una adecuada
sostenibilidad del suido en cuestión.
Así las cosas, se hace necesario un cambio en las reglas de
juego. Los cazadores, en su conjunto, necesitamos del jabalí como sustento de
nuestra afición, nos va mucho en ello, máxime en nuestra comunidad asturiana,
en la que las especies de caza menor autóctonas son la equivalencia a un
reducto testimonial, con la salvedad hecha de las prestaciones que,
puntualmente y dependiendo de su entrada, procedentes del frio glacial, nos
haga la enigmática y escurridiza
Arcea. Esta precariedad, de facto, ha producido
una segregación importante de aficionados a la menor, visiblemente decepcionados
al no poder ocupar un espacio, por falta de oportunidades, que reivindique su
primitiva intención.
El jabalí, hasta ahora, y desde hace años, todo lo puede. ¿Se
podrá aguantar el ritmo frenético de sus númerosos abates?. La necesidad de reducir las indemnizaciones a
los damnificados por los daños que
producen los jabalíes en tierras de labor y cosechas, nos ha llevado a casi todos
los implicados en estos perjuicios (administración
y sociedades locales de cazadores) a permitir en casos concretos, exceso de
cupos de extracción que, por momentos, no serían los adecuados; dejándonos llevar
los cazadores (debemos hacernos también autocritica) como complemento a estas
capturas, por una mal entendida deriva
competitiva entre cuadrillas que no tiene recibo por lo incomprensible de su
caso.
Algo sintomático en que apoyarse en la creencia de una baja ostensible de
piaras jabalineras en las reservas en la cantidad que se requiere y demanda, lo
da fe, la falta de adjudicación de cacerías pendientes de colocar por la consejería. Son muchas las que
quedan libres. Todo un síntoma esclarecedor; respuesta adecuada de una afición,
nada proclive a caer en tentaciones que les supongan desembolsos erráticos que no
ofrezcan garantía.
El jabalí persiste en zonas (cotos sociales) cuyo control de
su especie ha tenido sensibilidad en las capturas y adaptación a su necesario mantenimiento
en la medida en que se ha podido y algo más, mediante la adopción de un adecuado orden corrector por los responsables de la
gestión de estos terrenos cinegéticos
que han tenido la visión de prever la necesidad para su organización de que el
jabalí campee en sus áreas en formas de aprovechamiento que tengan continuidad en el tiempo y el sistema empleado
no sea gravoso para el bolsillo de sus bases de asociados.
Por el contrario, la equivoca praxis de ciertas gestoras de
cotos sociales de autorizar sus capturas, prácticamente a discreción, si
tenemos en cuenta la permisibilidad que se ha seguido en la concesión de sus
cupos y supuestamente escaso control sobre los mismos, fuera del ámbito de un criterio racional, sin
medir los efectos nocivos de estos comportamientos, factor determinante que sirve en la actualidad para
que algunos se rasguen las vestiduras por no haber tenido en cuenta o previsto
el ahorro en tiempos de abundancia, en detrimento de un gasto excesivo que les
ha dejado sin este tipo de recursos.
Lo que sucede en las reservas es que la administración regional,
por diversos motivos, no quiere jabalíes
en esos espacios tan protegidos. Mantenerlos supone bullicio, pues la presencia
de cazadores con sus perros es el origen de una presunta inestabilidad para
otras especies que se pueden ver acosadas en su hábitat natural, produciéndoles
desequilibrio emocional, perjudicial para su desarrollo y convivencia. Algo que
está por ver. Otra cuestión bien distinta que ha llevado al órgano rector a
alimentar cupos de alta graduación en las reservas, es el deterioro exhibido de
liquidez en sus arcas. Es la razón que
induce a que, en tiempo record, el jabalí en las reservas deje de representarles
un problema de burocracia y económico.
Debemos los cazadores, medir bien nuestros actos. No ir más allá en estas
cuestiones de nuestras propias fuerzas, pero tampoco menos. Si queremos seguir
cazando jabalíes en el futuro en nuestros cotos, debemos tener por norte la
prudencia. De nosotros, del comportamiento que tengamos, dependerá.