El prejuicio de la sociedad sobre la concepción y desarrollo
del ejercicio venatorio se ha vuelto,
aún si cabe, más crítico. Un escéptico dogmatismo emergente identificado en la
exposición de un programa marco, sin meterse en detalles, dado a conocer antes de la batalla del
sufragio que se avecina proximo, se convierte en un relato inconsistente sobre
la caza tratando de acentuar la captación
de actitudes contrarias a cualquier régimen de aprovechamiento cinegético, incluido el social.
Temor fundado. El peligro de exclusión es grave. Entraríamos
al unísono, la caza y los cazadores, sin duda, en un proceso amenazador; un
abordaje de facto que se avecina sin previa valoración real, quizás por torpeza
de quienes patrocinan tal proceder, sobre
la posibilidad de que se produzca un colapso en la naturaleza, en cuya
composición la fauna cinegética alcanza tintes de notoriedad, en orden a
densidad, diversidad y estado saludable, deriva, sin duda, de la excelente
gestión en el sector que ha permitido consolidar un extraordinario patrimonio
natural como nunca antes fue conocido.
Leído las, por ahora, líneas maestras del ideario electoral, convertido
en una suerte de magma radical, el mesianismo
anunciante de nueva era en política medioambiental, se instala en estos menesteres,
proclamando su voluntad férrea de ser
parte activa de máximos en la descomposición de una estructura organizativa y
de participación en torno a la caza. Algo que se asume sea improcedente,
imposible de aceptar por organizaciones cinegéticas de carácter social, cuyos efectos
las dejarían sin esta condición e impedidas para desarrollar una tradición tan
sumamente arraigada en el interior del cuerpo de la sociedad civil a la que
pertenecen y tantos servicios prestan.
La pérdida sin limitaciones de un ejercicio de superior
condición, como es el reflejo de lo que la caza supone para la protección de
las especies silvestres que viven en libertad, cuya práctica y fuerte dinamismo
arrastra transcendencia económica en distintos campos de la sociedad española, especialmente para
el sector primario, tiene que conceptuarse como un auténtico despropósito.
Pero no parece que la firmeza de estos argumentos tengan contenido en la proclama intervencionista
de aquellos interesados en conceptuar a la caza desde una visión pesimista y
destructiva. Las conclusiones más evidente que se pudieran deducir por parte de
iniciativas tan afanosamente intransigentes, deseosas de acotar parcelas, es
sustituir la caza por otras encomiendas a cualquier precio. Para ello, es
menester atacar el honor del cazador, lejos de considerar la cinegética una ventaja,
tienden a tomarla por una catástrofe.
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