Con frecuencia, posiblemente más de la necesaria, las personas despreciamos aquello que en nuestro fuero interno deseamos. En lo que a mí respeta, estoy seguro, eso creo yo, no trato de fingir lo que anhelo y que es algo así como inalcanzable. No diré, por si acaso, que las uvas estaban verdes.
Es cierto que se me hace imposible cazar en África, aunque ni lo intento, en el supuesto de que quisiera, no puedo. Razones obvias, objetivas, como es la falta de “parné”, y otras, de las que haré alusión, en principio, salvo circunstancia favorable eventual que me lo permitiese, lo impiden. Carezco de patrocinadores que me faciliten la labor, suerte para algunos y no señalo a nadie ¿envidia sana?, vaya Ud. a saber. Al fin y al cabo, soy persona de economía modesta que practica satisfecho la caza social que existe en su tierra, de la que complacido me quedo (el que no se conforma es porque no quiere) y que defiendo su modelo hasta la extenuación por su altísimo grado participativo. Seguramente hará falta disponer de muchos “caudales” para poder formar parte de estos “garbeos” cinegéticos de alto standing y más concretamente para cazar un tipo de especies muy significativas que solamente abatir una de ellas requiere de un fuertísimo desembolso económico. Pudiera ser que el esnobismo suntuoso esté presente en muchas de estas frivolidades (no me creo sean todos cazadores y entiendan la caza como tal), sea un asiduo acompañante como seña de identidad de unos individuos que han sentido de forma urgente e imperiosa la llamada de la amante sabana africana ¡que cosas suceden…!. Cazar a la altura de estos niveles, aquellos que puedan permitírselo y quieran, me parece bien lo hagan, están en su perfecto derecho de hacerlo, si esa es su voluntad.
En lo que a mí respecta pueden seguir su ritmo vital sin alteraciones numéricas en sus colonias la gran densidad y variedad de especies salvajes objeto de caza, no diré que todas tengan esta clasificación (muchas de ellas no me lo parecen), que pueblan los numerosos Parques Nacionales y Reservas de Caza del extraordinario continente africano. Puede seguir emitiendo el rugido intimidador el fiero león que parece una “marabunta” en sus territorios de caza de las inacabables llanuras; que campé con su agraciada figura llena de plasticidad en sus movimientos la elegante gacela haciendo exhibición de sus saltos, la aristócrata jirafa y su inusual “altura de miras” luciendo palmito en sus movimientos armoniosos; el indómito búfalo de mirada desafiante, resoplando por sus fosas nasales y su atribulada cornamenta; el “aguado” (siempre a remojo) hipopótamo y sus desvergonzadas defecaciones; el poderoso rinoceronte, luciendo palmito morfológico, pletórico de poder y fuerza, enarbolando como bandera de su orgullo el estilete craneal defensivo de su testa; las temibles y terribles fauces del voraz cocodrilo y sus dentelladas a todo aquel viviente que ose incurrir en sus dominios de las laderas de los ríos donde tiene su habita; la desdicha del pobre ñuk, obligado como está a jugarse la vida, vadeando cauces, en donde le acechan avidos depredadores golosos de consumir sus carnes, después de un largo y penoso éxodo, en busca de pastos frescos y abundantes para su propia supervivencia; que sigan los elefantes su andar cansino y las placidas vivencias en sus colonias, solo alterada por la presencia de uno o varios individuos portadores de armas de calibres imposibles de aguantar su poderosísima deflagración, etc. etc., que yo, como si nada. Y, qué decir del facochero, verrugoso y no tanto de esbelta figura (un sucedáneo de nuestro jabalí), pieza apetecida por cazadores llegados desde España, que una vez detectado peligro, corre que se las “pela” el jodido… con el rabo tieso, lo más parecido a un periscopio. Son las cosas que nos permiten ver los medios audiovisuales, cómodamente sentados en el butacón de nuestro hogar.
Cuando digo que el “gabis” no es el único culpable de esta obligada renuncia, es verdad. A parte de escasez de medios monetarios, que me dificultan en su totalidad acceder a estos eventos con participantes de lujo, existen otros factores, también determinantes, cual es la consideración especial que me ofrecen algunos de los animales mencionados. Sinceramente les digo que no me motiva ni un ápice, abatir Elefantes, Jirafas, Rinocerontes, Hipopótamos, Cocodrilos, Leones, Leopardos, Cebras no es de mi interés practicar esta modalidad de caza, si es que se le puede otorgar esta denominación; sentiría respeto por el animal, dada su singularidad, y temor a ponerme a escasos metros de un enorme paquidermo u otro de parecidas características, de varias toneladas de peso. Echarlo a tierra, abatirlo, es cuestión de querer y poder, porque lo de saber ya se encargara otros de aleccionar y resolver. Es necesario poseer una especial sensibilidad, de la que carezco, que no intimide y pueda hacer florecer un sentimiento de culpabilidad que embargue al autor del lance, aparte de cierta inconsciencia por la situación de riesgo que se crea, el peligro que supone, aunque se esté armado y protegido por auténticos profesionales, dado el acercamiento que se necesita estar, muy próximos a este tipo de fauna que faculte hacer un disparo certero con destino al punto exacto.
Además de todos estos inconvenientes, en el hipotético caso de poder abatir alguno de los animales citados, ya me dirán donde los meto debidamente naturalizados; en mi domicilio no cabe esa posibilidad; me las vería tiesas para introducirlos, tendría que restar espacio vital, reducirlo a la mínima expresión para buscarles acomodo, y, así y todo, ni con esas, no puede ser, no hay sitio. Son las cosas que pasan, entre otras, por no disponer de pabellón de caza donde poder exhibir estas conquistas. ¡Qué le vamos hacer! A resignarse, que remedio.
Bueno, disculpen que me haya extendido tanto en consideraciones. Trato de que el lector que ha tenido a bien pararse en la lectura de este comentario pueda pasar un rato agradable y le sirva para desconectar. Si lo he conseguido, me doy por satisfecho, no he tenido otra pretensión. Muchas Gracias.