Dos cuestiones fundamentales generan preocupación e incertidumbre en el devenir futuro de la caza. Por un lado está la pérdida gradual, muy significativa, en todo el territorio del estado de un número determinado (serio porcentaje) de licencias de caza y en paralelismo a este declive, la falta de un relevo generacional que sustituya a los aficionados que debido a un hecho natural que se produce cíclicamente, irreversible, cual es el cumplimiento de edad, abandonan la práctica de este ejercicio.
Las causas de esta sensible caída en el censo de cazadores es obligado centrarlas, a mi criterio, en los factores determinantes que las originan. Tenemos en primera instancia, como observatorio objetivo, un retroceso generalizado en el deterioro de la calidad de vida, consecuencia de una crisis económica cuyas secuelas padecemos. No ha sido el abandono de una afición, los motivos de un alejamiento de la cinegética (en algunos casos temporal en espera de que sus ingresos tengan sostenibilidad) sino las consecuencias de causa mayor, quien ha obligado a racionalizar con equilibrio, en relación con sus intereses, (familiares, económicos etc.) las prioridades del individuo. Pienso que una afición prendida y aprendida desde niño, camina en el devenir de la vida junto al individuo que la haya adquirido; por lo tanto, ante estas fatalidades que se sufren, serán otros los motivos que impulsen a tomar estas decisiones. La pérdida de poder adquisitivo en un sector importante de nuestra sociedad tiene incidencia directa en las estructuras orgánicas de las entidades de cazadores, forzadas como se sienten, por los elevados costes de su mantenimiento (cada día más), a elevar las cuotas de sus asociados y otras fuentes de ingresos.
El relevo generacional en la venatoria (la juventud no acude en número suficiente a su llamada) debería de producirse como un hecho natural y medida transitoria que permita a la caza mantener los niveles y la impronta que su actividad requiere. Esta falta observada, advertida reiterativamente en tiempo y forma, es posible pensar, venga precedida por la existencia de una razón de peso; el campo, las vivencias en su entorno, siempre ha sido un autentico vivero que ha posibilitado, por sus características y peculiaridades la iniciación en este deporte desde edades muy tempranas, dado el estrecho vínculo del hombre con la naturaleza. Para la iniciación y formación de los jóvenes, las zonas libres exentas de control, cercanas a sus lugares de residencia, representaban la única opción que permitía ejercitarse y adquirir conocimientos y desarrollar la incipiente afición, puesto que no estaban sometidas a un régimen legislativo excepcional ( a tener en cuenta los días hábiles de caza y especies objeto de poder ser abatidas, señaladas por la orden general de vedas)y por añadidura practicar la caza en esas áreas (la menor como fuente básica de iniciación) no representaba ningún tipo de gravamen que les hiciese desistir de esta práctica. La cesión por el Estado de competencias a las comunidades autónomas ha supuesto la creación y puesta en marcha de nuevas leyes destinadas al ordenamiento y gestión de la diversa titularidad de los terrenos de caza, en base a la consideración de las especies cinegéticas como patrimonio público lo que supone un vinculo de las especie de caza a la administración. Ello ha traído normas restrictivas sobre estas zonas libres que ha obligado a una involución en la presencia cuantitativa de la juventud en la caza. Carecen de recursos económicos, cuestión principal y disuasoria, que les permita afrontar el dotarse de un equipamiento necesario (adquirir un arma de caza les supone un problema por su costo y mantenimiento)) el pago de tasas o cuotas establecidas de carácter obligatorio como exigencia por su pertenencia obligada en asociaciones, son obstáculo dificultosos de salvar, que decide la suerte para quienes pretenden dar los primeros pasos como cazadores. Otras diversas cuestionen de importante consideración tienen también especial incidencia en este desafecto de los adolescentes que, sin tradición familiar que les animen a introducirse en el colectivo cinegético, como consecuencia del abandono y despoblamiento del medio rural, ha supuesto un traslado de personas a núcleos urbanos, con adopción de nuevos hábitos y costumbres. Aspectos burocráticos y pruebas de armas que exigen refrendo de conocimientos en legislación y biología de especies cinegéticas para la obtención de permisos de armas y licencia de caza, son aspectos restrictivos que condicionan aún más la antipatía hacia la caza.
El hecho es que, por diversas circunstancias, los jóvenes no encuentran en la caza motivos para una participación activa. Tienen alternativas más fructíferas y entretenidas. El carácter propagandístico con que ciertas organizaciones ecologistas arrecian con sus críticas contrarias al buen ejercicio de la caza no ha pasado inadvertido, “ha calado” en el ánimo del entorno juvenil rechazando una mayoría, cualquier atisbo de convivencia e integración en la caza. La falta de una cultura informativa que permita revertir estas perniciosas tendencias (desde organismos oficiales, Federación de Caza y asociaciones no han sido diligentes en esta materia; se ha preferido mirar para otro lado) es la consecuencia lógica de este desapego. No debemos rasgarnos las vestiduras, corresponde a todos los cazadores la responsabilidad de estas desavenencias. No hemos hecho lo debido y las consecuencias, por nuestra falta de implicación, penden sobre el futuro de la caza.