Es obvio que se justifican como muy necesarios (aunque no en nuestro País) siempre dependiendo de la caza que se practique. Sobre este asunto y en aspectos puntuales conviene ser objetivo y adaptarse a las exigencias de la realidad. Para cada modalidad de caza, existen calibres y balísticas habilitadas a las necesidades y gustos de su consumidor. La caza en Africa o en otros lugares distantes del nuestro, en donde la fauna objeto de abate, por sus características, en ciertos momentos pudiera ser un serio peligro para la integridad física de las personas intervinientes en los lances que se efectúan, aconseja proveerse de medidas resolutivas, en evitación de males mayores.
Soy reticente al empleo de la contundencia masiva que un disparo y sus efectos producen sobre una pieza de caza. He sido testigo de lances y abates efectuados con armamento y munición muy superior a lo necesario y no parece que los resultados y las consecuencias que he podido observar sean el mejor ejemplo para un cambio radical en mi costumbre de cazar (desde mis inicios) con los denominados “calibres menores”. Para abatir cualquier especie de fauna cinegética ibérica, resultan como muy suficientes los de “bajo perfil” (270, 30,06 e inclusive 7 mm. R, M.). Mi propia experiencia a la que me aferro en mi creencia, viene concebida por las prestaciones que me ha concedido la utilización (más de 30 años a mi servicio) del calibre 270 (Breno) siempre al máximo de sus gr. posibles: los 150. Es difícil que un cazador veterano, que haya practicado este ejercicio con intensidad y haya tenido con este calibre oportunidades de utilizarlo con frecuencia lo excluya para siempre de su armero, siempre habrá momentos y deseos de utilizarlo.
La estadística nos informa que un 70% de los disparos que se efectúan sobre el jabalí se hacen a distancias nunca superiores a los cuarenta metros (en el norte peninsular es de aceptación esta teoría, pues es en donde más se suceden), espacio más que suficiente que permita a una carga de 150 gr. en un calibre 270, alcanzar notoriedad en su eficiencia y cumpla con los niveles deportivo. Lo he podido comprobar en múltiples ocasiones, pero es posible que la necesidad de rentabilizar el costo de ciertas monterías del centro y sur de España, sea una de las causas que mueve a estos usos y tenencias, como garantía de una reciprocidad inversora.
Se ha invadido y desnaturalizado el respeto debido a la primera sangre en la caza (secular ley montera), requisito obligatorio que indefectiblemente concede al autor del primer impacto, el título en propiedad, con todos los derechos, como responsable de la res cobrada. Algún advenedizo recién incorporado a la caza, desconocedores o no, de estas reglas elementales nacidas de una elegante racionalidad, obvia esta norma, la adulteran y certifican con su actitud la desavenencia que les produce este acuerdo tácito de oro, de ética arraigada entre los verdaderos aficionados a la caza mayor. Por tanto, entiendo y comprendo al cazador, aunque no la comparto, que sufre del oportunismo que esgrimen quien así actuan, la picaresca que como atributo de su personalidad exhiben en estos menesteres algunos participantes en batidas o monterías, ávidos de vanagloriarse con triunfos que contar, evitando en lo sucesivo, conceder ventaja a estos personajes oportunistas, y hayan adoptando medidas en defensa de sus legítimos intereses, como es acudir al mercado de las armas con la finalidad de proveerse de mayor capacidad resolutiva a fin de equiparse convenientemente en prevención de que no se vuelvan a repetir este tipo de situaciones.