Querer abolir la caza
es un autentico despropósito. Sin duda, esta absurda reivindicación de grupos
animalista bien secundados por un tipo de progresismo ideológico que ven en la
caza el centro de todas las imperfecciones, supondría, caso de que fuese
llevado a efecto, un peligroso atentado contra la naturaleza que se estima tendría
graves consecuencias para la fauna salvaje. Es una enorme necedad persistir en
el intento de querer desnaturalizar y dejar sin efecto la actividad cinegética por causa de un desconocimiento supino de lo
que es una realidad funcional objetiva que basa sus principios fundamentales en
el control, protección y fomento de las especies propias de su actividad.
Por tanto, y debido a
esto, la negación de la caza equivale a
una sin razón. No hay motivos que indiquen que es necesario prohibir la caza, a
excepción de aquellos imaginativos, propio de quienes exhiben un sectarismo de
verdad única, en su afán de tergiversar de forma deliberada una realidad, como
es el buen ejercicio de la caza, con la
apremiante idea de manipular creencias y emociones que consigan alterar de
manera radical las evidencias con el fin de influir lo máximo posible en la opinión pública.
La caza, diga quien lo diga, es necesaria, casi
imprescindible. No se concibe regulación
equilibrada de la fauna silvestre sin la decisiva aportación del mundo
venatorio. Otros sistemas a emplear, están por ver si cuajan. Algunos han
resultado estrepitosos fracasos. La superpoblación jabalinera, a la que hay que
obligatoriamente referirse, por ser el
centro de todas las disquisiciones,
forzosamente tiene que ser controlada y la forma más eficaz, sencilla, segura y
menos costosa, es a través de la importante experiencia y estructura que posee
la caza al servicio de la sociedad (se ha repetido esta conveniencia hasta el
hartazgo, sin que la administración lo valore). La comunidad tiene planteado un
problema con el jabalí de complicada solución, a pesar de las numerosísimas
extracciones anuales que se hacen en
España sobre este suido (es posible superar en España la cifra de 300 mil
ejemplares abatidos en la temporada recién finalizada; lo cual quiere decir que
es equivalente a una superpoblación flotante de este cerdo salvaje sin
precedente alguno conocido en todo el planeta, de la que España no es la
excepción), lo que a pesar de todo se debe considerar como aún insuficiente para
estabilizar o reducir a cifras sostenibles racionales su densidad.
Por tanto, entiendo que hay que preguntarse ¿Qué pasaría con
este animal, de insaciables hábitos omnívoros, con gran capacidad para
reproducirse, y mantenerse activo en cualquier circunstancia, por muy
infortunada que esta le sea, si no se les produce bajas en sus filas, una vez
demostrado que otros sistemas distintos a la caza con “cartel regulador” no han
fructificado tal y como aseguraban los expertos encargados de dar solución? Las
consecuencias no se harían esperar. Se está comprobando hasta la saciedad.
No obstante, cabe decir, que en ningún momento estos
atribulados defensores del procedimiento anti-caza, nada proponen como
alternativa. No les asiste otra razón