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El Coto de Bros
Blog de Caza
18 de Diciembre, 2012    General

EL COBRO INOLVIDABLE DE UN JABALÍ

Una muy buena pieza de jabalí la cobrada en el lote num. 5 (Coalla) del coto regional de caza de Grado- Asturias por la cuadrilla de cazadores de  Tolinas, adscrita a la sociedad gestora del citado acotado. Un macho adulto, entrado en años y arrobas más que suficientes para catalogarlo como un excelente ejemplar, marcando jurisdicción, esquivo y resabiado, exhibiendo como estandarte su preciado trofeo, baluarte intimidador en primera instancia, poderío defensivo conformado por agudos y afilados “estiletes”, se presentaba ante mí, obligado por la presión de un acoso intenso  al que había sido sometido, con el tesón y la eficiencia a que nos tienen acostumbrados y les caracteriza, los monteros y   perros de este  entusiasta grupo cinegético “moscón”.

 

Sin duda, una magnífica oportunidad que se me ofrecía de abatir un regio ejemplar que no estaba dispuesto a desaprovechar, por mí y por los compañeros. La verdad es que, bajo ningún concepto quería ser un funesto “lidiador”, por una posible inoperancia mía en el  trato requerido para su cobro.  Un solo tiro el efectuado, resultó ser el detonante positivo del lance, cayendo rendido y sin aliento el montaraz jabalí consecuencia lógica del  impacto de la bala alojada en la zona crucial de su anatomía,  a escasos metros, sin yo saberlo,  del lugar en que me encontraba apostado. Pero antes de su captura, surge la anécdota: hubo un prologo cargado de incertidumbre y una congoja sentida que me embargaba, pues  al efectuarle el disparo, el animal aceleró su marcha internándose en el monte no facilitando la  opción a repetir la suerte, creyendo por mi parte que el hecho había sido fallido y la ocasión perdida, con lo que ello supondría desperdiciar un trabajo anterior bien hecho de nuestros batidores-

 La acción para que el bicho desalojase su refugio fue breve, pero intensa de contenido, se desarrolló en escasos minutos. Había firmeza en los monteros al advertir con exactitud el lugar en que se encontraba el asentamiento de esta codiciada presa; los perros lo detectaron a “vientos”, mostrando inquietud y deseos  contenidos a duras penas de ir a por él y levantarlo, allí donde se  encontrase,  todo un presagio que nos hacía intuir, para bien o para mal, un rápido desenlace.

En la mañana de aquel día de caza se mostraba  el cielo con amenazantes  negros nubarrones que nos hacía vislumbrar estaban   cargados de agua; una situación climatológica nada placentera, que siempre incomoda,  pero que un enamorado de este buen  oficio de cazador que se precie  afrontara con  todas sus consecuencias, ofreciendo con su estímulo las mayores y mejores garantías. La lluvia, tal y como esperábamos,  de forma copiosa, nos visitaba, obligando a pertrecharnos con los correspondientes trajes de agua. En esas estábamos, esperando recibir información, cuando esta llegó pronto, en forma de buenas nuevas.

 Muy cerca, a escasos metros de donde nos encontrábamos, los perros y su fina sensibilidad para estos menesteres, habían detectado las emanaciones que generaba la presencia de un jabalí; sus huellas, a decir de los monteros, tenían hechuras que presagiaban pudieran pertenecer (en este sentido existía unanimidad)  a un verdadero  “peso pesado”,    como una vez abatido se pudo comprobar para mayor satisfacción de todos los que asistíamos  a la jornada de caza.  Comprobado con anterioridad al desenlace de este final concluyente, que el jabalí no nos hubiese tomado la delantera abandonado su escame, cerrado el círculo de su posible escapada, todo hacía indicar  que el presunto “macareno” se encontraba descansando de sus actividades, plácidamente en aquel lugar tan querencioso para sus coordenadas vitales que había escogido,  ajeno a lo que le esperaba.

 Sin pérdida de tiempo, a la mayor brevedad posible, en el mayor de los silencios - se requería esta forma de actuar-, nos fuimos situando cada uno en los puestos indicados; confirmada  a los monteros nuestra situación, todos colocados, ejercido el protocolo de seguridad que se requiere, la batida comenzó su andadura. Pronto, muy pronto, se oyeron los latidos de los perros que, por su intensidad, denotaban, sin más cortapisas, haber ido directamente a por la pieza en cuestión. Desde las esperas, a tenor  de lo que se escuchaba dentro de aquel pequeño arbolado y espeso matorral, se vivía con  emoción momentos de ansiedad, se oían sonidos bravos de los monteros  y  latidos fogosos y limpios de los perros, bullía el monte de actividad, rompía  con el movimiento que se generaba de una forma inusual, de  gran estruendo, algo especial en esta oportunidad,  dejando entrever que una dura lucha se estaba produciendo entre el prolífico suido, defendiendo este  su atribulado estatus de dueño y señor entre los de su especie en  aquel alejado paraje, y sus acosadores.

En aquellos instantes precedentes a la finalización y resolución feliz del lance llovía intensamente; preocupado por el visor de mi rifle (7 milímetros R.M.), comprobaba continuamente la visibilidad de la óptica a fin de corregirla y adaptarla a las necesidades de la mejor manera posible.  Me encontraba expectante, al igual que mis otros compañeros, dado  lo que acontecía allí adentro, intuía que el animal no tardaría en ceder a la presión a que estaba siendo sometido, no quedándole más alternativa que coger orientación y poner rumbo a otras tierras que le fuesen, cuanto menos,   de igual promisión y sustento. Era evidente, se veía venir, que su forzada salida a los puestos, a su pesar,  era inminente; así fue, a pesar de su vencida reticencia  a no hacerlo, vendiendo cara su huída, no sin  antes dejar su categórica arremetida en uno de nuestros valientes y arriesgados perros, teniendo que evacuarlo para curarle de las graves heridas que le produjeron  las contundentes navajas  de  tan singular personaje.

En el interior del monte se estaba ofreciendo todo un autentico recital   de verdadero acometimiento enfrentados monteros y perros en lucha sin “cuartel” a una   resistencia activa del suido, pertinaz en no ser desalojado del aquel “terruño”  que tantas satisfacciones le prodigaba,  buen conocedor de tretas y pautas para burlar a sus enemigos, principios bien  aprendidos en su dilatada carrera, es de suponer, jalonada de éxitos, dada su veteranía, en sus enfrentamientos con el hombre y los perros.

Desde mi sitio de estancia, atento y expectante a lo que acontecía, analizada la situación, concluyendo sin más, que la pieza obligada se concentraba arrinconada en el linde del bosque y el claro en el que me hallaba, pronto sentí un ruido  cercano a mí, dirigiendo  la vista hacía allí; en ese instante, una sombra oscura, de abultada dimensión,  saltaba el pequeño muro separador de fincas (era un jabalí) encaminando sus pasos en un trote nada ligero, en línea recta, buscando una vía de escape en dirección a otros pagos, por el lugar en donde me hallaba. Sorprendido por el volumen del animal, con el arma en disposición de disparo, apunté serenaménte introduciendo su cuerpo en la cruz del visor, la distancia de unos treinta metros; no podía fallar, estaba bien enfocado. Sorpresa y mayúscula; la actitud del animal no fue precisamente la de haber sido tocado, cuando se produjo la detonación abandonó su andar cansino, hizo un giro a su derecha e inicio una rápida carrera buscando la alternativa a su “escape” a través de unos pequeños arbustos. Me quedé “pasmado”, sin explicación a lo ocurrido. Pensaba no haber  acertado un lance tan evidente, con todo a mi favor. Una señal de alegría me la concedió mi compañero Juan,  el cual desde su puesto presenció toda la secuencia, informándome de que el disparo había sido efectivo (algo que yo no pude precisar), el jabalí se contrajo, sacudiendo agua, señal inequívoca de que algo le afectó. Eso me tranquilizó un poco. Podía estar herido, seguiríamos su rastro, caso de que dejase sangre.  No Tardaron en llegar los perros, encelados  y “latiendo” fogosamente imposible pararlos, detrás de ellos, unos segundos después, los monteros,  algo decepcionados por lo sucedido, cuestión que entendía y valoraba. Los perros no se oían latir, aún no podían estar tan lejos para no ser escuchadas sus ladras. Alguien tuvo el acierto de mostrar su extrañeza ante esta circunstancia. Se llegó a pensar que probablemente el jabalí podría estar muerto y los perros con él; sería cuestión de seguir sus pasos ante la posibilidad de que así fuese.  Poco se anduvo. A escasos metros (unos 30) del puesto en el cual  estuve instalado, lugar desde donde le disparé, el jabalí yacía sin vida, incrustado entre unas zarzas, con  los perros resarciéndose de los sinsabores que les hizo pasar en aquella dura batalla. La bala le había entrado por una zona vital y su efecto sería fulminante: caminó no más allá de 30 metros.

He tenido a lo largo de mi actividad cinegética, en lo que al jabalí se refiere, momentos importantes dada la trascendencia de la pieza cobrada. Algún que otro buen ejemplar he podido abatir y también sonoros desaciertos me acompañan ¡que de todo tuve y tengo! Pero este ha sido distinto; en primer lugar por su tamaño y trofeo que me satisface plenamente, pero no dejo de recordar la sensación agridulce que sentí y padecí en aquellos momentos de incertidumbre, desolado por lo que yo creía mi escaso acierto. Avergonzado, sentía que defraudaba. Dejar pasar por mi vera  sin abatirlo, un jabalí de estas características, era algo imperdonable, al menos para mí; los monteros se merecían otra cosa mejor, pues no cabe duda que su generosa labor es merecedora siempre de un buen premio. Por fortuna, la componenda del lance tuvo un final feliz.   

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

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publicado por eduardobros a las 23:01 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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