Uno, el que aquí suscribe, en este prolongado y duradero, a Dios gracias, espero que continue con la misma fortuna, recorrido de mi vida practicando la caza, ha hecho acopio en su “zurrón” de muchas cosas acontecidas. Anecdotas con situaciones agradables y satisfactorias unas, pintorescas otras, y en lo que las dificultades no han estado exentas -alguna de verdadero compromiso, momentos delicados resueltos por fortuna satisfactoriamente sin daños colaterales, como se dice ahora, para nadie y nada, derivados de la acción logica de una actividad apasionante, extraordinaria en el buen ejercicio de su practica que exige esfuerzo, máxima atención, duro sacrificio y disciplina con el aditamento imprescindible de un gran amor a la naturaleza. Todo un compromiso global de principios hacia este arte o deporte que se adhiere y sujeta con firmeza a la busqueda constante y permanente necesaria e imprescindible en convergencia de su reconocimiento y entelequia de nuestra sociedad civil (a pesar de sus dectractores), henchido de un enorme dinamismo, que aún, pasado el tiempo, mantengo con vigor, con profunda convinción de mis desvelos, sin desfallecer ni un ápice en mis sentimientos, unído y entregado a su ser, de profunda convinción.
Bueno, como les decía (les gradeceré disculpen mis emocionales desvariós prologuistas), el caso que me ocupa en esta ocasión, es algo encuadrado en lo meramente anecdotico. Tiene o no tiene importancia, siempre dependiendo de la relatividad que le concedamos a las cosas. La verdad es que no sé como describirlo. Quiero contar lo que pudiera ser ser un caso insólito en lo que mí se refiere, nunca antes me había ocurrido, -de verdad que no me lo esperaba-, lo que he tenido que sopotar durante dos jornadas de caza recechando un venado en tierras asturianas, que por la forma de su desarrollo marca seguramente a modo y manera de un supuesto fehaciente el indicador actual, real y veridico: la impronta de un desfase economico en sentido negativo de las instituciones públicas, que hace que se traslade una precariedad de medios hacia sus funcionarios que tratan, en muchos casos, de ejerce el destino de su oficio, de la menjor manera posible, en la salvaguarda del medio ambiente y la fauna silvestre.
Trataré de contarlo de forma amena, quitando hierro al asunto, pero la realidad es para preocupar el estado penoso en que se encuentra en la actualidad el parque automovilístico del Principado puesto a disposición de la guardería de la Dirección General de la Biodiversidad y del Paisaje para el cumplimiento de sus obligaciones profesionales. No es que yo trate aquí con este anecdotario de reivindicar para los profesionales de este servicio mejoras para el desempeño de su labor, ya tienen quien lo haga, como así me consta, otra cosa es que lo consigan, les deseo suerte. El hecho que relataré me afectó directamente a mí que he tenido que sufrir las consecuencias de un inusual proceder del guarda acompañante, todo un personaje en la zona, de quien no pondré en solfa sus conocimientos venatorios y profesionalidad, no es el caso que me ocupa en esta oportunidad. Me referiré a lo concerniente al destartalado medio de locomoción que la Consejería, en virtud del cumplimiento del permiso para efectuar el rececho, había resuelto disponer para mis traslados en el recorrido de la zonas que abarcaban la autorización de caza.
Digo algo anómalo, toda vez que la “vetusta maquina” en cuestión, con muchos años de servicio sobre sus espaldas, en situación imperiosa de relevo, dado su lamentable estado de conservación, era un trasto de mucho cuidado, algo así como ni para el “desguace” lo querrían. Un aspecto siniestro que me hacia preocupar y desconfiar de subirme a su interior pues me intimidaba lo que a primera vista constataba, tenía la convincción de no ofrecerme garantía alguna de salir bien parado de aquel envite como viajero por aquellos abruptos parajes en que abundaban las malas calzadas.
Toda una "Gloria Nacional", venida a menos por el uso, con el añadido en el descuido en su conservación en el paso de los años, en el ultimisimo capitulo de su vida (al menos eso creía yo, dado su deporabale estadode de conservación), que pedía a gritos, sin dilacion, un más que merecido y definitivo pase a un siniestro total; algo en concreto que pudiera exhimirla de cualquier tipo de actividad, dejarla descansar despues de tantos años de prestaciones incondicionales. Sus peculiaridades, como principales señas de identidad, estaban basadas en la carencia de dibujo en las ruedas, lisas completamente - para no usar en ningún caso-, su interior, el habitaculo donde asentar las "posaderas" aficionados de toda condicion o extracto social, se parecía a un estercolero, sin órden ni concierto, olía a "centellas", habiá de todo menos limpieza (era evidente la desidia del celador, supongo que hubiera podido hacer algo más por tener aquella herramienta de trabajo en mejores condiciones, cuando menos de habitabilidad y de mejor condicion ambiental); la puerta del copiloto en la que yo me sentaba, cerraba a medias, la sujetaba con mi mano para que no se abriese en una curva cerrada cuando se inclinase; el cristal de la ventanilla del conductor sostenido con un palo incrustado entre el cristal y la chapa; el motor humeando levemente, temiendo yo que se incendiase; perdía aceite: siendo varias las ocasiones que hubo que suministrarle este combustible durante todo el trayecto (el guarda ya iba preparado con latas de aceite en prevención de lo que pudiese ocurrir, que ocurrió logicamente); y una rueda de repuesto en las mismas condiciones que las demás; y así un sinfín de desperpectos que se harian largo de enumerar. Pudiera parecer un cuento producto de una imaginacion calenturienta, pero sí certifico a quien o quienes me crean de que lo sucedido ha sido verídico-.
Con este bagaje y temiendome lo peor, sin alternativa que me permitiese enmedar la situación a mi favor y disculparme de subir sobre aquel “cacharro”, me encomendé a la buena suerte para que esta me ayudase y salir indemne de aquel mal “trago”. No había terminado de sorprenderme por aquella situación inesperada, muy a mi pesar, cuando percibo que el guarda, quien era el que conducía, volanteaba peligrosamente y a gran velocidad por las pistas insinuosas por las cuales transitábamos, trazando las curvas a escuadra; le objeté preocupado, un poco de mesura en la conducción, que bajase el pié del aceledador, no habia prisa, por lo tanto convenía ir más despacio toda vez que las dificultades del terreno aconsejaban prudencia, ser más comedido al volante; no tuvo en cuenta mis recomendaciones y pronto sucedió lo predecible para cualquier mortal, menos para aquel señor, se lo advertí: una piedra en mitad del camino, que pensé que sería sorteada, no lo fue, la tomo por el medio, a plena conciencia, como si desease acabar con una pesadilla de tener en sus manos semejante "trasto"; hubo un impacto brutal en los bajos de aquel “chisme” --no se le puede llamar otra cosa—y pronto mi cabeza dio de bruces contra el techo sintiendo como un mareo momentaneo que llegó a nublarme la vista, notando enseguida un “chinchón” de buenas proporciones y un dolor fisico que me acompañó varios días despues. Superados, los constantes incidente, sin más perjuicio palpables y visibles -estimo que los bajos del todoterremo serían quien sufriera las consecuencia, no hubo voluntad en comprobarlo-, continuamos en pos de nuestro destinio , volando raso más que rodando, a pesar de mis suplicas,de las que hacía oídos sordos, por aquel enrevesado y polvoriento camino. Paradas continúas para alimentar el coche de aceite, y, cómo no, lo más natural, pinchazo al “canto”: suerte que nada más hubo que uno. Arreglados de momento sobre la marcha los numerosos problemas que nos surgían (el guarda tenía “mano” para ello, se le notaba acostumbrado, tenía experiencia en el manejo, a tenor de los visto todo veterano en estas lides, fruto sin duda de numerosas batallas), superada otra vez la nueva incidencia, volvemos a la ruta. En aquellas condiciones, de movimiento continuo, el terreno se encontraba poco asentado, bailaba en el asiento, trompazos de mi cuerpo contra los laterales, que me hacía perder de forma continuada la estabilidad; una de mis preocupaciones consistía en saber en qué estado se encontraría el lente del Rifle; para evitar cualquier desarreglo posible, lo cubrí con una prenda gruesa de vestir y apretarlocon fuerza contra mí a fin de protegerlo lo más posible tal y como se estaban estaban sucediendo las cosas.
A punto de finalizar la jornada, y despues de sortear unas cuantas peripecias, sonó el móvil del celador; la conversación con su interlocutor (guarda mayor, según me dijo) giraba en torno a la obligación de llevar el vehículo a pasar la I.T.V., pues estaba próximo su vencimiento y era necesario hacerlo. Pensé que sería imposible que le diesen de paso en aquellas condiciones ¿como es concebible que se atrevan a llevar el cacharro aquel a pasar la inspección? No salía de mi asombro la propuesta que yo consideraba irreal. Esto lo digo, porque he pasado varias revisiones, supongo que al igual que uds., con mi automovil y se como se las gastan. Seguro que se lo retienen allí, razoné en mi interior; lo inutilizaran, es lo que cabe hacer-
Le hice el comentario al guarda, mirandome este como si yo fuese un incredulo - intuí por su gesto, creí advertir como una insinuación de que de otras peores había salido- el cual previamente había acordado con su superior (aquí está el ingenio agudizado de un “fenómeno” cuando hay necesidad) quien le instó a ponerse de acuerdo con el resto de sus compañeros, con el objeto de que cada uno le cediese una rueda en buen estado, en el supuesto de que dispusiese de ella, acoplarlas en su vehículo y una vez dado de paso en la inspección, superado el trámite, caso de que así fuese, retornarlas a su lugar de origen, es decir a sus cedentes. El seguiría haciendo uso de las que venía “disfrutando”.
Lo que no me pregunten es como pudo pasar la revisión en aquellas condiciones de deterioro. Eso es un misterio -es de suponer que alguien habrá influído con determinación en este asunto-. El caso es que este guarda, seguía a posteriori, pasada una temporada de los hechos que les narro, guiando alegre, despreocupado y con soltura el mismo artefacto desalambrado, con las ruedas desnudas, metiendo ruido y el tubo de escape soltando gases negros como el carbón, dejando una estela de humo intoxicante para quien la exhale.
Verdaderamente estas cosas no son ni del tercer mundo; parece impropio que sucedan en un país de nuestro nivel. A esta Reserva de Caza, suelen venir cazadores extranjeros en busca de lances que les otorguen bonitos trofeos, gozando a la vez de las bondades de un paisaje maravilloso, de una buena gastronomía, un clima perfecto para la caza, todo en un ambiente propicio para la promoción turística de nuestra tierra; personas con experiencia y versados en la vida, que recorren los mundos cinegéticos acostumbrados a un trato diferente en las prestaciones que le conceden los gestores. No quiero pensar en la sensación desagradable que les produciría tener que subirse a una “locomotora” de estas y los comentarios al respecto. Nada positivo seguro. Que me lo hayan hecho a mí y a otros asturianos que somos de casa, pase; tampoco es que lo acepte por bueno, no deberían de suceder estas cosas, pero ya se sabe que, en donde hay confianza…..